José Luis Gioja se ríe, vocifera, disfruta el placer del triunfo y vuelve a reirse. Se ríe con la gente, se ríe de la gente; de aquellos que lo votaron pero más aún de quienes no lo votaron. Sabe que ganó y eso le provoca una incontenible carcajada.
Ahora podrá aspirar a un tercer mandato como gobernador de su provincia, San Juan, la cual ha entregado por completo a los intereses y lobbies mineros de la peor calaña.
Es que Gioja es sinónimo de Barrick Gold, una empresa canadiense que está hipotecando el futuro ambiental de la provincia a cambio de un mísero 3% de todos sus beneficios (a lo cual pueden desgravarse a su vez insólitos conceptos que hacen que la empresa finalmente pague poco y nada).
Un dato: en Canadá, donde ha nacido y opera, la Barrick paga al fisco seis veces más que en la Argentina.
¿Qué festeja entonces Gioja? ¿De qué se ríe? ¿De los sanjuaninos a los que ha estafado con su errática gestión y a los que exprime a fuerza de su incesante ambición de poder?
La tristeza de ese pueblo es inversamente proporcional a la alegría del Gobernador. Saben los sanjuaninos que sus recursos se agotarán más temprano que tarde y para entonces ya no habrá Gioja al que reclamar.
Tampoco estará la Barrick, que habrá huido con miles de millones de dólares facturados a costa de la salud ambiental de la provincia. Todo ello permitido por Gioja, que no es más que una anécdota calcada de otros señores feudales argentinos, enriquecidos también a costa del pueblo para el que gobiernan, con cuentas abultadas en paraísos fiscales al tiempo que sus representados caen en las miserias de la pobreza más injusta.
Tienen diferentes nombres: Rodríguez Saá, Das Neves, Saadi, Romero, Capitanich, Alperovich, Kirchner... pero son todos lo mismo.
Todos pueden ostentar cuentas abultadas, al tiempo que dejan provincias devastadas por sus propias gestiones. Y siempre quieren más, son insaciables.
No les importa la gente, solo mantener vigente la mayor cantidad de tiempo posible la matriz de sus propios negociados. Entonces embarcan a la sociedad en millonarias aventuras reeleccionarias que solo les conviene a ellos mismos.
Es fácil identificarlos, son los que juran que tienen todas las soluciones que necesita la sociedad y ofrecen la vacuna a la misma enfermedad que ellos propagan. Son los que abusan del nepotismo familiar y del capitalismo de amigos (cuando no de amantes). Son los que abrazan a la gente en el marco de sus propias campañas políticas y después se niegan a dar cuenta de sus gestiones.
En fin, todos ellos son parte del mismo perverso sistema político argentino que ha llevado a la inexorable destrucción del país.
Sin embargo, hay que admitir que la culpa de que esos personajes lleguen al poder es de la sociedad toda. Hay que reconocer que no llegan de otra galaxia, sino que son votados por la gente. ¿Cómo es esto posible? En general ocurre porque nadie se ocupa de averiguar quién es la persona real que se encuentra detrás del discurso político de ocasión. Y es cuando se terminan comprando espejitos de colores.
No es solo un problema de coyuntura electoral, sino de cómo se construye el raciocinio a diario. ¿Quién se toma el trabajo de informarse mínimamente cada día para saber qué pasa más allá de sus narices?
Volviendo a lo meramente electoral: ¿Cuántos de los que votarán en octubre se tomó el trabajo de informarse acerca de lo que ofrecen las distintas alternativas partidarias, más allá de los meros discursos mediáticos?
Cuando no se hace ese sencillo trabajo, luego no podemos golpearnos el pecho y gritar que hemos sido estafados. ¿Qué puede pretenderse de los políticos, si esencialmente son máquinas de mentir?
Si no se controla al soberano, el soberano abusará de su poder. Si controlamos a nimios administradores de consorcios para que no nos roben, ¿no deberíamos hacer lo propio con un eventual gobernante que manejará recursos infinitamente más relevantes?
Cuando no se controla a los que tienen el poder, ocurre lo que ocurrió en San Juan y otras provincias. Y lo grave no es tanto que nos afecte a nosotros, sino a nuestros hijos y nietos, que encontrarán un territorio saqueado y contaminado merced a estos personajes.
Gioja lo sabe, por eso ríe. Y se ríe de todos, de quienes lo votaron y de quienes no lo votaron.
Es la postal más cabal del poder en la Argentina... y de nuestra propia idiosincracia.
Christian Sanz
Twitter: @cesanz1