La política que identifica al matrimonio Kirchner bien puede resumirse en una sola palabra: capricho. No hay propuesta que no provenga de Néstor y Cristina a la que se le de relevancia, a menos que sea extraordinariamente popular. En esos casos —poquísimos casos—, existe una suerte de “expropiación” de ideas, sin respeto por el más elemental derecho de autor.
Así se maneja la pareja presidencial, sobre la base de impulsivas y sorpresivas decisiones que jamás son consultadas con nadie. Los Ministros y demás funcionarios de primera línea operan cual macetas decorativas, sin voz ni voto; siempre dependiendo de los humores —o malhumores— oficiales; con el continuo temor de no saber si han dicho alguna frase o han llevado adelante alguna acción que pudiera haber irritado al Gobierno.
De esta manera, la política de lo impredecible se hace carne cada mañana. Lo que un día puede ser visto de una manera, al otro puede cambiar por completo. La incoherencia, hay que decirlo, es otro de los rasgos de la política oficial.
Los Kirchner tienen la capacidad de sostener contradicciones imposibles, como la de negarse a la extradición del guerrillero Apablaza al tiempo que impulsan la entrega de iraníes que habrían volado la sede de
En el mismo sentido, son capaces de sostener una onerosa e ineficiente empresa como Aerolíneas Argentinas e insistir en negar un aumento jubilatorio que les impone la ley.
Tampoco les quita el sueño elogiar a Estados Unidos y a Venezuela con calcadas frases, o negarse a hacer cumplir un fallo de
A la hora de las contradicciones, no hay límite ni coherencia. Cristina puede atacar a las clases media y alta al tiempo que engrosa su patrimonio sin poder justificarlo. Puede acusar a empresas privadas por supuesta fuga de dinero, sin tener en cuenta que jamás ha dado explicaciones por la evaporación de los fondos públicos de Santa Cruz.
Más aún: los señalamientos de Cristina en su momento a Juan Carlos Blumberg, por su apropiación de título de ingeniero, chocan con su propia usurpación de título de abogada.
Como sea, ha habido mejores y peores gobiernos que el de los Kirchner, pero ninguno tan contradictorio. Ni el menemismo —uno de los más oscuros de la historia argentina— ha ostentado tantos funcionarios sospechados de corrupción ni tanto “enriquecimiento ilícito” entre sus filas.
Prosiguiendo con los Kirchner, el continuo hostigamiento a los medios críticos y/o independientes es sólo comparable a las peores dictaduras. No sólo se trata de la descalificación permanente —por algo tan básico como dar a conocer hechos de corrupción oficial—, sino también de amenazas, seguimientos, hackeos y persecución judicial.
Ese insostenible populismo, es el que hoy caracteriza al matrimonio K, envuelto en un discurso pseudoprogresista que contrasta con el saqueo al país a través de impresentables testaferros.
La construcción de la realidad que intentan forzar los Kirchner se recuesta sobre esa matriz, donde sólo impera el sentido del oportunismo, el capricho y la improvisación.
No casualmente, son los ingredientes que suelen utilizar los peores dictadores para imponer y llevar adelante sus proyectos personales.
Christian Sanz
(1) A pesar de la insistencia oficial, no existe una sola prueba que vincule a los iraníes buscados con el atentado a