El rotundo triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en las primeras elecciones primarias de la historia argentina permitirá al kirchnerismo ir con mucha tranquilidad a las presidenciales del 23 de octubre y pone a la oposición en una disyuntiva sobre qué estrategia adoptar ante este resultado.
El proyecto liderado por la Presidenta recibió un amplio respaldo a lo largo y ancho del país —ganó en todos lados salvo San Luis—, y a esto le sumó la ratificación de una victoria rotunda en la provincia de Buenos Aires.
Haber obtenido más del 48 por ciento en la elección primaria —la más formidable encuesta realizada en la historia política argentina— permite al gobierno enviar un claro mensaje a la ciudadanía sobre la buena salud del proyecto.
Esa fortaleza será muy necesaria si, como se espera, el mundo ingresa en un nuevo cono de sombra como consecuencia de una tormenta financiera que hará caer en una recesión de grandes proporciones a Estados Unidos y Europa.
Cristina lo dejó claro en su conmovido discurso de la noche de triunfo: llamó a la oposición a "superar diferencias" y recordó a los argentinos que "el mundo es un tembladeral".
Con el resultado contundente de este domingo, Cristina puede soñar con que en octubre ya no dependerá del resultado que saque la oposición, porque tendrá casi asegurado el piso del 45 por ciento que la Constitución le exige para ser electa en primera vuelta.
Es que, con este escenario, por más que los candidatos más votados de la oposición lleguen a un acuerdo y opten por sumar todos los votos en una sola fórmula, sería casi imposible complicar un triunfo oficialista.
El triunfo de Cristina refleja, además, que la ciudadanía apuesta en forma rotunda por la continuidad en un escenario de crecimiento económico y aliento al consumo, como ya lo venía demostrando a nivel provincial, con las reelecciones en la mayoría de los distritos del país, más allá de que el candidato fuese o no kirchnerista.
Los oficialismos, como ocurrió en la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Salta, entre otros distritos, fueron bendecidos por el voto popular en este 2011, y la clase política debería tomar nota de ello, porque un gran poder encierra también una enorme responsabilidad.
A diferencia de aquel reclamo de "que se vayan todos" en 2001, la gente vuelve a creer en sus representantes y los premia con el voto, aunque no necesariamente eso signifique librar cheques en blanco.
Este resultado, y el elevado nivel de participación popular, le otorgan a la República, además, un sólido fundamento para poder encarar las transformaciones pendientes, que no son pocas.
Para ello, la Presidenta deberá profundizar el camino de llamado a la unidad nacional que realizó en los últimos días de campaña para que no queden en palabras.
Ese sendero rendirá frutos sólo si se abandonan actitudes de sectores oficialistas que estuvieron más cercanas a un sectarismo que la Argentina debería borrar de un plumazo y para siempre.
Ahora, con un rotundo respaldo, el kirchnerismo —¿o acaso habrá nacido este domingo el "cristinismo"?— se enfrenta a una nueva oportunidad histórica, en la cual la oposición tendrá también una responsabilidad clave: avanzar en el siempre demorado camino de la construcción de la unidad nacional.
Mientras la militancia gritaba que era "soldado del pingüino", Cristina ratificó un rumbo largamente esperado por la ciudadanía y mil veces frustrado en el país, cuando hizo un llamado a las fuerzas opositoras a la "unidad y el trabajo", y pidió "dar una vuelta de página y dejar las diferencias atrás".
José Calero
NA