En uno de los peores momentos, con el agravante de encontrarse lejos de la Argentina, Cristina Kirchner se desayunó este miércoles con un inesperado conflicto en torno al reclamo que el gremio Camioneros viene llevando adelante por las paritarias en ciernes.
Mientras estas líneas se escriben, efectivos de Gendarmería permanecen custodiando la refinería de YPF en La Matanza, donde, a su vez, militantes persisten en su intención de bloquear la salida de los camiones que distribuyen combustible a todo el país. ¿Qué ocurrirá mañana si las estaciones de servicio no llegan a abastecerse como corresponde? ¿Cómo evitar que los gremialistas reciban la "solidaridad" de los que golpean cacerolas cada semana?
Esas preguntas inquietan en estas horas a la Presidenta y es por ello que ha adelantado su viaje de regreso, pocas horas después de haber aterrizado en Río de Janeiro donde iba a participar de una importante cumbre ecológica.
Ciertamente, el enojo de Cristina es doble: por un lado para con Pablo y Hugo Moyano, quienes se encuentran detrás de la movida que se da en La Matanza; por el otro, con sus propios funcionarios —especialmente Carlos Tomada y Amado Boudou— por haber subestimado el poder de fuego del titular de la CGT y su hijo Pablo.
En realidad, la propia mandataria ha sido responsable de esa subestimación. ¿Por qué no advirtió el desacierto que cometió su propio vice al amenazar a los camioneros con la aplicación de la Ley de Abastecimiento? ¿Nadie le dijo que ese gremio está exceptuado de esa misma normativa gracias a la oportuna gestión de su esposo, cuando ostentaba amistad con Hugo Moyano?
Las dudas van más allá: ¿Cómo hacer que se muestren comprensivos los mismos sindicalistas que históricamente fueron acostumbrados a recibir aumentos superiores a la inflación anual? ¿Cómo Cristina puede explicar su negativa a otorgar un 30% de incremento salarial a aquellos a los que siempre bendijo por sobre los demás gremios?
El monstruo que hoy intenta combatir Cristina es parte de la creación que ella pergeñó junto a su marido a principios de su misma gestión. Tiene su explicación: ambos estaban entonces temerosos de las protestas sociales que se habían llevado puesto a Eduardo Duhalde en 2002 y que ellos sufrieron en Santa Cruz ese mismo año.
En pos de mantener a ese "Frankenstein" a raya, tanto Néstor como Cristina fueron cediendo a todos los requerimientos que Moyano les fue haciendo al paso de los años. Relevantes cargos en estamentos oficiales y millonarios negocios con el Estado fueron la cara visible de ese pacto, lo cual ayudó a enriquecer al hoy titular de la CGT. Pero también mostró su peor rostro cuando estalló la denominada mafia de los medicamentos. ¿Qué hacían los Kirchner cuando esto ocurría? Simplemente miraban para otro lado.
Es sencillo hoy lamentarse por las acciones del mismo monstruo que el oficialismo se ocupó de alimentar día a día, pero la situación es más complicada de lo que puede verse a simple vista. Con esquivos indicadores en torno a la economía actual y el incremento de las protestas de diversa índole, especialmente por parte de "caceroleros" y ruralistas, la preocupación de Cristina se hace totalmente entendible. Una postal de ello es la elección del funcionario que lleva en estas horas el intento de descompresión del conflicto: no se trata del titular de la cartera de Trabajo ni Economía, sino del secretario de Seguridad, Sergio Berni.
A ello se suma una incipiente denuncia penal contra Hugo y Pablo Moyano por parte del ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo. ¿Es acertado apelar a la represión y la litigiosidad para destrabar un conflicto meramente salarial?
La respuesta la ha dado el propio titular de la CGT, quien ha contestando a estas acciones convocando a un paro nacional del gremio de Camioneros. Esto ocurre, como se dijo, en el peor momento de coyuntura argentina.
A esta altura, ¿a quién perjudica más la escalada? No hace falta ser demasiado inteligente para responderlo: basta observar la tranquilidad de Moyano y el nerviosismo de Cristina.
Finalmente, debe decirse que no es esta una lucha entre buenos y malos, sino entre ex socios que ya no quieren —o no pueden— compartir negocios. Es impredecible cómo terminará la pulseada, aunque está claro que los principales damnificados serán, como siempre, los ciudadanos de a pie.
Por ello, nunca ha sido más oportuna aquella frase del saber popular: "La culpa no es del chancho, sino del que le da de comer".
Christian Sanz
Twitter: @cesanz1