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¿El primer mundo?

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ITALIA: DE MISERIAS Y GRANDEZAS
ITALIA: DE MISERIAS Y GRANDEZAS

Italia es un lugar increible. Es uno de los países más industrializados del mundo, integrante del célebre “Grupo de los 7”. Allí existe una de las ciudades más imponentes del mundo: Roma.

 

Roma es como un enorme museo habitado. Un contraste permanente entre los automóviles novísimos que circulan por sus calles y las construcciones históricas que por ley no pueden modificarse. Es un irrefutable patrimonio de la humanidad.

Cualquier intento por describir la sensación que genera la imponencia de esta ciudad será vana. Sólo el hecho de pararse frente al Coliseo romano puede dar una idea acabada de lo que esto genera: la piel se eriza y la imaginación no puede detenerse un momento, reconstruyendo improvisadamente el contexto de lo que allí vemos. Una aproximación fiel a lo que se siente, sería decir que uno está “palpando la historia”.

Roma es eso esencialmente. Una parte muy importante del registro de la humanidad que se conserva casi sin variaciones y que se aggiorna –nunca mejor dicho- a través del avance tecnológico y humano.

No es lo mismo ver a un hombre que pide limosna entre los automóviles de la calle Corrientes en Buenos Aires, que observar a un mendigo que hace lo mismo con la escenografía de fondo del Coliseo romano. El contraste parece ser más impresionante, por lo menos para una persona que no es de esta ciudad.

En Italia también existen los muchachos que limpian los parabrisas de los autos cuando paran en los semáforos, pero el contexto de esta ciudad de lujo los vuelve más insólitos.

Los pobres de Italia son “desertores” de países del Este de Europa y Africa. Son gente desesperada que escapa de Sudamérica o países como la India y Pakistán. Algunos de ellos prefieren ser “pobres” en la hermosa Italia antes que ciudadanos “de primera” de corroídos países.

La gente de Italia no es demasiado diferente a la de Argentina. No sólo en lo social sino en lo físico también. Si uno se olvida temporalmente que está en este lugar, puede imaginarse por un momento que va paseando por la célebre calle Florida, en medio del contexto de onerosos negocios y confiterías de gran nivel social.

Es raro para un extranjero como yo que el saludo de encuentro en este lugar sea igual al de despedida de los argentinos. “Chao”, me dice el mozo de un bar al momento de darme la bienvenida y justo antes de preguntarme qué quiero tomar. El saludo me desconcierta, sólo porque no estoy habituado al mismo, pero pronto me acostumbraré.

“Un ristretto”, le pido al mozo esperando que entienda de lo que estoy hablando. Pronto sabré que el café de Roma es uno de los mejores del mundo, mi paladar no miente. También me asombraré a partir de ese momento de otra de las costumbres de los italianos: ellos no suelen tomar café como excusa para encontrarse y charlar, sólo beben la infusión y, cuando la terminan, siguen cada uno su camino.

La gente de Italia es muy cabrona, suele enervarse e insultar con facilidad. Pero llama la atención lo respetuosos que son como automovilistas. Nadie intentará jamás adelantarse al paso de un peatón. Los conductores, aunque conducen por reflejo, no avanzan un ápice si deben permitir el paso de una persona que intenta cruzar la calle. Saben los italianos algo que desconocemos los argentinos: los peatones tienen prioridad a los automóviles.

El tránsito en Roma es caótico, todo el mundo tiene auto y lo muestra con orgullo. Por eso, las calles de la ciudad viven congestionadas por sus automovilistas y no abundan los colectivos.

Es raro que todos tengan su propio vehículo, ya que las cosas acá son carísimas. Por caso, una hora de Internet en un cyber cuesta en promedio 2 euros, algo así como 7 pesos de argentina. Un paquete de caramelos -como económico- cuesta 1 euro y un litro de combustible 1,3.

A pesar de ello, los celulares son un boom en Italia. Aunque las llamadas son imposibles de pagar, este país es el que lleva el récord de aparatos por persona en el mundo. Un dato de color: el gesto embobado de los adolescentes italianos enviando y recibiendo mensajes de texto en sus aparatos es calcado al de los jóvenes argentinos.

Algunas costumbres de los italianos podrían parecer aburridas para cualquier argentino que pisara estas tierras. Ellos se acuestan temprano y se levantan a primera hora de la mañana para trabajar. Por eso es que después de cierta hora de la noche no existe manera de conseguir un lugar abierto para tomar un mísero café.

He aprendido que los italianos son gente muy trabajadora y respetuosa, no sólo con los turistas y extranjeros, sino entre ellos mismos. La increíble limpieza que puede observarse en la ciudad es una de las pruebas de esto. Los pocos –poquísimos- papeles que pueden verse en el suelo de la ciudad son obra de los turistas que vienen de todos lados del mundo. Aunque me he esforzado, nunca he logrado ver a ningún ciudadano de Italia tirar un papel en la vereda o en la calle.

A pesar de ello, los italianos tienen al frente de su Gobierno a uno de los peores políticos que existe: Silvio Berlusconi, un hombre llegado de los medios de comunicación que se ha avenido a la política sólo para aceitar sus propios negocios privados y para conseguir inmunidad por causas judiciales que lo venían acosando en su actuación pseudoempresaria.

“Berlusconi es igual a Carlos Menem, ex presidente de Argentina”, me comenta un gran amigo que vive aquí. “La única diferencia es que Berlusconi ya tenía dinero antes de entrar a la política, y Menem no”. Es verdad, Berlusconi lleva adelante negocios que se parecen demasiado a los que ha hecho Menem en nuestro país, incluso en lo referido a las privatizaciones. La diferencia es que Berlusconi ha sido denunciado a la justicia y eso se está investigando.

Menem, por el contrario, disfruta de su enorme e injustificada fortuna viajando por el mundo, sin que la justicia lo haya puesto en su lugar. Paradojas aparte, Menem se encuentra en esta misma Ciudad gozando de sus dineros.

Entre nosotros... Italia es el primer mundo, pero admito que prefiero a mi querida Argentina, con sus vicios e incomprensiones constantes. Allá la gente es más comprensiva y efusiva. Las puertas están más abiertas a los visitantes y la solidaridad aún no se ha perdido del todo.

Es dable comentar que el día que llegué a Roma fui demorado en el aeropuerto, junto a una docena de pasajeros que venían en el mismo vuelo que me traía a esta ciudad.

El maltrato sufrido durante varias horas en ese lugar, es indescriptible. Supe el motivo de mi detención recién tres horas más tarde y, durante ese tiempo, no pude siquiera hacer un llamado telefónico.

En pleno siglo XXI, es imposible imaginar que uno aún pueda ser sospechoso sólo por el hecho de venir de sudamérica. Pero es real.

El no tener una reserva de hotel o una carta de recomendación me transformaron automáticamente en una persona sospechada. No había más vueltas.

No existe modo de hacer entender nada a la policía de Italia, no he venido de Estados Unidos y eso me juega en contra. Pero no soy el que lleva la peor parte, hay una mujer boliviana a la que demoraron a pesar de tener todos sus papeles en regla y recomendaciones varias. Sólo por provenir de un país tristemente célebre por la producción de estupefacientes. Por un momento agradecí no haber tenido la mala suerte de haber nacido allí, o en Colombia. Mi suerte hubiera sido peor.

Esa es la otra cara del “primer mundo”: la ingratitud. Cada día son deportados a su país de origen varias docenas de personas que arriban no sólo a Italia, sino a otros lugares de Europa. La mayoría son turistas que sólo quieren conocer este histórico lugar. No lo lograrán.

Si tienen suerte, los subirán al primer avión que despegue con destino a su país. De lo contrario, pueden llegar a estar varios días demorados en el aeropuerto, sin asistencia de ningún tipo.

Parecen olvidar los italianos que Argentina ha sido uno de los pocos países del mundo que abrió los brazos a sus desesperados antepasados que escapaban a las miserias de la guerra. Nadie los demoró, nadie les preguntó demasiado, nadie los deportó.

Por eso, y mucho más, prefiero a mi país. Me encanta Italia, es un hermoso lugar, pero amo a mi Argentina. No hay duda alguna...

 

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