Albino Luciani, más conocido como Juan Pablo I, fue coronado papa en el año 1978. Al igual que Jorge Bergoglio, su discurso fue de humildad y pedido de introspección en torno a la ostentación vaticana.
Luciani rechazó la milenaria tradición de la coronación papal y también la tiara: en su lugar, optó por una simple misa de inauguración. Al igual que Francisco, en su Ángelus del 27 de agosto de 1978 —primer día completo de su pontificado— impresionó al mundo con su simpatía y simpleza. "Trataré de ser útil a la Iglesia y deseo que me ayudéis con vuestras prédicas y oraciones", dijo el pontífice entonces, casi lo mismo que repitió Bergoglio casi 35 años después.
Juan Pablo supo ostentar una imagen de hombre amable, cercano y bondadoso, lo cual cautivó al mundo entero. A su vez, su presencia cordial lo convirtió en una figura muy querida incluso antes de que se le conociera la voz.
“Al mediodía, el nuevo papa hizo su aparición en el balcón central de la basílica. Debajo, la plaza se hallaba atestada con unas 200 000 personas. Muchos millones de personas, a lo ancho del mundo, vieron en sus televisores expandirse la sonrisa natural de Luciani al estallar el aplauso de la multitud. Había salido a impartir el Ángelus, pero antes de pronunciar el sermón de mediodía deseaba dar a sus oyentes un vislumbre de lo que había sido el cónclave secreto. Después de acallarse los aplausos y los vítores, Luciani rompió de inmediato con dos tradicionales normas pontificias: el paranoico deseo de mantener el secreto con el que el papa Pablo había dictaminado los reglamentos del cónclave y el uso mayestático del «nos», muestra de la aspiración papal de gobernar sus propios territorios”, recuerda David Yallop en su libro “¿Por voluntad de Dios?”.
Como puede verse, los parecidos entre Francisco y Juan Pablo no son pocos. Salvo por una cuestión: este último solo duró 33 días en el papado y se sospecha hasta el día de hoy que fue envenenado por intentar hacer una profunda limpieza en el Vaticano. A esa conclusión llegó con gran cantidad de evidencia el referido Yallop en su obra.
“Juan Pablo I, en efecto, murió repentinamente. Murió en algún momento entre las últimas horas de la noche del 28 de septiembre de 1978 y las primeras horas de la madrugada del 29, treinta y tres días después de haber sido elegido. Hora de su muerte: desconocida. Causa de su muerte: desconocida”, revela el autor.
¿Conocerá esta trágica historia Bergoglio? Es imposible que no la tenga presente, aunque es improbable que algo así vuelva a ocurrir. ¿O no?
Francisco asume con la delicada misión de regenerar los valores de la Iglesia y hacer una suerte de limpieza en el Vaticano después de los escándalos que en los últimos meses han sacudido sus cimientos.
Si desea avanzar realmente en ese sentido, deberá pelear contra poderosos intereses, los mismos contra los que no se atrevió a meterse el renunciante Benedicto XVI.
¿Lo logrará?