Ayer sábado, a efectos de ir delineando lo que serán los principales dogmas del nuevo plan económico, se reunieron Jorge Capitanich y Axel Kicillof, flamantes jefe de Gabinete y ministro de Economía respectivamente.
Es bastante sencillo esbozar lo que piensa el chaqueño, ya que ha hablado in extenso de los planes de inversión, la integración de las cadenas de valor y el desarrollo de obras de energía.
Sin embargo, no está tan claro qué hay en la cabeza de Kicillof, a quien se presenta como un convencido marxista y adorador de las políticas de John Maynard Keynes.
En realidad, hay mucho más que ello. En principio, hay que analizarlo a través de lo que ya se conoce sobre su persona: un funcionario que es igual o más intervencionista que el saliente Guillermo Moreno y que aparece en su discurso en las antípodas del jefe de Gabinete de la Nación.
No es menor a ese respecto que Kicillof sea el mismo que “estatizó” —léase “expropió”— la empresa española Repsol cometiendo todos los desaciertos posibles. Quienes lo conocen aseguran que en realidad se trata de un "Moreno con libros", alguien igual de voluntarista e intervencionista que el ex secretario de Comercio Interior.
Y allí parece la primera perlita: el hoy ministro de Economía no duda en mencionar que el clima de negocios es una entelequia, algo irreal. Todo lo contrario a lo argumentado por Capitanich, quien sabe enfatizar en sus apariciones públicas que deben crearse un millón de empleos e invertir 100.000 millones en obra pública en los próximos cinco años como condición indispensable para aumentar la tasa de inversión del 22 al 27% del PBI.
¿Cuáles son los pilares de Kicillof?
Según sus propios documentos académicos, el economista propugna el impulso de variados tipos de cambio múltiples, la persistencia a las retenciones, el impulso de un banco de desarrollo que elimine las trabas a las inversiones estratégicas, la negativa total al endeudamiento y a la devaluación del tipo de cambio único (ya devaluado).
A ello se suma un gran intervencionismo a través de la manipulación de precios de todos los sectores económicos, la poca importancia al clima de negocios y la confianza y casi nula preponderancia de la inflación como problema. Esto es, casi lo contrario de lo que proclama Capitanich. Ergo, ¿cómo van a coexistir ambos pensamientos, virtualmente opuestos?
El ex jefe de Gabinete del kirchnerismo, Alberto Fernández, se lo preguntó esta semana, aunque de manera retórica: ¿Cómo va a convivir la ortodoxia de Capitanich con el "intervencionismo dislocado" de Kicillof?
En un trabajo que fue publicado en 2011 por el Think Tank de Kicillof, el Centro de Estudios Para el Desarrollo Argentino (Cenda), se puede percibir claramente cómo es la estructura de pensamiento del titular de la cartera de Economía.
Allí, el ascendente funcionario habla de “las nuevas condiciones internacionales” y “la dinámica doméstica” como motores que obligan a implementar “políticas pro-mercado que apunten mejorar esa entelequia carente de todo contenido” que es el “clima de negocios”, con el fin de incrementar el ingreso de divisas mediante la recepción de una mayor cantidad de inversiones extranjeras directas o por medio del regreso a los mercados internacionales de capital.
En ese mismo trabajo, Kicillof embiste contra los beneficios del endeudamiento foráneo: “Los economistas ortodoxos (y también, por qué no decirlo, algunos heterodoxos) sostienen la conveniencia de abrazar el endeudamiento externo como forma de continuar con la paulatina apreciación cambiaria. Las consecuencias de esta estrategia son conocidas por todos: importaciones baratas, destrucción de la industria local y crecimiento del desempleo. Es decir, empeoramiento de las condiciones de vida de la gran mayoría, para el bienestar incrementado de apenas unos pocos privilegiados”.
Más adelante, el joven ministro habla en contra de la posibilidad de devaluar, contradiciendo los conceptos de Capitanich, quien sugirió la posibilidad de una devaluación del tipo de cambio real de más del 20%: “Los defensores del Tcrce —N. de la R.: tipo de cambio real competitivo y estable— abrevan en la recuperación del –de acuerdo con ellos– único pilar del modelo. Para ello sería necesario implementar una devaluación que permitiera recuperar la competitividad rápidamente. Es decir, lisa y llanamente reducir los salarios, tanto en dólares como en poder de compra. Sin embargo, como reconocen la existencia de un mercado de trabajo fortalecido y de una clase obrera que, en consecuencia, ha recuperado buena parte de su poder de negociación, el aumento del tipo de cambio nominal debería ser acompañado por una serie de medidas contractivas que neutralizaran el impulso inflacionario de la devaluación. Es decir, la receta para recuperar competitividad combina ajuste fiscal y ajuste salarial, aunque la mayoría de las veces sus defensores omitan explicitarlo”.
Como puede verse, el mundo en el que vive Kicillof es casi de fantasía, pura teoría y nada de realismo concreto. Pero hay más…
En ese mismo documento, el hoy ministro de Economía habla también de lo que significa para él “profundizar el modelo”, concepto que supo mencionar Cristina Kirchner en su regreso “triunfal” acaecido esta misma semana: “La idea de profundizar el modelo consiste en avanzar con prisa y sin pausa hacia la consolidación del proceso de industrialización que comenzó a asomar en la Argentina desde 2003. Y no se trata de elegir entre un proceso de endeudamiento que sostenga la apreciación de la moneda o una maxidevaluación que la revierta. Significa emplear todos los medios e instrumentos de la política económica e industrial para consolidar el proceso de industrialización, de sustitución de importaciones y de avance en la diversificación y crecimiento de las exportaciones, con el objetivo irrenunciable de sostener elevados niveles de empleo y una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores que resulte sostenible en el tiempo”.
Como proclama, está plagada de buenas intenciones, pero en los hechos es insostenible. El propio Kicillof intenta explicar cómo podría llevarse a cabo: “Debe articularse una nueva forma de la diferenciación cambiaria que no sólo sostenga la protección a la industria sustitutiva sino que además establezca un tipo de cambio exportador más alto para ciertos sectores de la industria, para así escapar de la trampa de la autarquía del proceso industrializador. De hecho, la modificación del actual sistema de tipos de cambio múltiples probablemente sea la única forma de encauzar la heterogeneidad estructural que afecta al entramado productivo local”. En buen romance, más cerrazón a la cerrazón existente.
Y allí aparece el escozor de Kicillof al tipo de cambio único, maldición de la cual parece no querer escapar: “Los tipos de cambio múltiples deben entonces diseñarse sobre la base de dos ejes: un tipo de cambio ‘bajo’ para los bienes de capital y los bienes que componen la canasta de consumo de la clase trabajadora; y un tipo de cambio ‘alto’ para proteger la industria sustitutiva e incentivar las exportaciones no tradicionales. Así, la protección cambiaria favorecería a la industrialización (tanto sustitutiva como exportadora), sin alimentar un proceso inflacionario”. A esta altura, alguien debería decirle al joven economista que la inflación tiene que ver con otros factores y no se combate con medidas como la mencionada.
Por las dudas, el titular de Economía insistirá más adelante en su paper: “A esta altura hay que reconocer que un sistema de tipo de cambio único no puede bajo ningún punto de vista convertir la heterogeneidad productiva en un proceso integrado de crecimiento y desarrollo”.
Es entonces cuando vuelve a aparecer su alergia a los créditos foráneos: “La vuelta al endeudamiento externo o la devaluación con ajuste fiscal y salarial constituyen falsas salidas para la encrucijada actual”.
Su respuesta a la falta de dinero, es autóctona y original, aunque de dificultosa aplicación: “(Hay que) avanzar decididamente en la creación de una banca de desarrollo que elimine la restricción crediticia para proyectos de inversión que resultan clave para el desarrollo nacional”.
La cabeza de Kicillof no se detiene, sus ideas tampoco. Todo lo aquí mencionado fue publicado, como se dijo, a través de su “tanque de pensamiento”, Cenda. No es un dato menor si se tiene en cuenta que gran parte del equipo que presentó esta semana tiene raigambre en esa ONG.
No hay mayores interrogantes respecto a las medidas que intentará promover el economista. La duda, sin embargo, es otra: ¿Logrará Kicillof convencer a Capitanich acerca de las bondades de su teoría?
Es prematuro aventurarlo, aunque hay un dato que es casi sintomático a ese respecto: la página web de Cenda, conteniendo el documento aquí referido, dejó de existir allá lejos y hace tiempo.