Los políticos están en campaña. Todos, los del oficialismo y la oposición. Hablan de las cosas que a ellos les importan, pergeñan estrategias y organizan maniobras para acopiar preferencias ciudadanas.
Muchos de esos referentes despuntan sus ideas en las redes sociales y algunos incluso van a programas de televisión para ametrallar con sus vacías consignas, como si todo se redujera a slogans publicitarios
Todos hablan de alianzas, continuidades y discontinuidades del kirchnerismo. Aseguran que serán mejores que ningún otro presidente en la historia argentina.
Saben que mienten, pero lo hacen con verdadera clase.
Nadie los escucha, y los pocos que lo hacen no les creen. Porque nadie habla sobre lo que a la gente le preocupa. ¿Quién hace referencia a la inseguridad? ¿Alguno propuso ya un plan para menguar el desempleo? ¿Acaso existe quien se haya preocupado por cómo se resolverá la salud pública o la decadente educación?
Todos hablan, pero nadie dice nada respecto de estos temas. ¿A quién le interesa si la UCR y el PRO van juntos o separados? ¿Resolverá esa eventual alianza los problemas estructurales de la Argentina?
Cuando los políticos argentinos callan respecto a las cuestiones relevantes del país, dan a entender dos cosas: primero, que no les interesan; segundo, que desconocen cómo resolver esos mismos tópicos.
Si realmente tuvieran un mínimo conocimiento sobre los problemas vernáculos, no dudarían en mostrarlo públicamente, una y otra vez.
La Argentina se encuentra en una real encrucijada. Pareciera a punto de implosionar entre varios fuegos: la crisis social, el narcotráfico, la falta de empleo e incluso la ausencia de inversiones genuinas.
Frente ello, el kirchnerismo se ha mostrado totalmente inútil —en realidad, es en parte responsable por lo sucedido— y la oposición no parece a la altura de las circunstancias.
En el medio, los ciudadanos miran como meros espectadores, como si no fueran parte de la imperfecta democracia. La mayoría de ellos confía en que llegará el posible salvador a último momento, sin darse cuenta de que la propia ciudadanía es parte de la solución.
No existen soluciones mágicas. Hay que involucrarse, informarse, exigir. Lo demás es conformismo, facilismo, resignación.
Quien opta por esa opción, luego no puede quejarse. Queda un año para pensarlo, es hora de empezar.