María Celeste tiene 25 años y, como cada mañana, el pasado viernes 10 de abril se subió al colectivo 15 que la llevaba a su trabajo. Eran las 11.15 de la mañana.
A mitad de camino, a la altura del célebre Parque Centenario, sintió que otra chica, presumiblemente de su edad, se subió al mismo micro y se dirigió hacia los asientos del fondo.
A partir de ese contacto ¿casual? empezó a sentir que se le adormecían el hombro, las manos y las piernas. A ello debe sumarse que empezó a sentir palpitaciones y mareos.
"Me asusté, guardé las cosas en mi mochila y me acordé de este mito urbano -que no es un mito, parece- de esta droga que se llama burundanga, que te la pueden introducir a través de la piel con un roce", dijo.
El caso de María Celeste sorprendió a la sociedad y encendió una serie de luces de alarma al respecto. ¿Cómo combatir algo tan poderoso, que acecha a los más jóvenes a la vuelta de la esquina? ¿Desde dónde encarar el problema?
En primer lugar, hay que bajar los niveles de ansiedad y analizar la cuestión desde el más precario sentido común. ¿Para qué alguien habría querido dormir a María Celeste? ¿Era el mejor lugar hacerlo en un colectivo, repleto de pasajeros? ¿Por qué la atacante no esperó hasta descender del vehículo?
La escopolamina, tal el nombre científico de la burundanga, cobra efectividad entre una y dos horas después de su administración y luego disminuye paulatinamente. Se metaboliza en el hígado, y un 10% se elimina por la orina sin metabolizar.
Si a las preguntas de marras —mayormente retóricas— se les suma una cuota de escepticismo y algo de rigor científico, no quedarán dudas al respecto: la burundanga es apenas otra leyenda urbana de las tantas que pululan por ahí.
No hay un solo especialista que no coincida en que es imposible que exista una droga que pueda actuar con la rapidez que le atribuyen a la escopolamina.
Oportunamente, Carlos Damín, director de Toxicología del Hospital Fernández, explicó a diario La Nación: "No existe sustancia que espolvoreada genere un efecto inmediato".
A ello pueden sumarse estudios de la Universidad Central de Venezuela, a cargo del experto en toxicología, Jesús Andrés Rodríguez, que demostraron que la burundanga no es una sustancia que pueda ser absorbida a través de la dermis. Sí se puede administrar por otras vías, vale la aclaración, pero ya sería otra la complejidad para analizar el fenómeno.
Fenómeno internacional
Lo que ocurre con la burundanga no es un fenómeno local, también ocurre en otros lados del mundo. Por caso, la revista científica de la Sociedad Española de Enfermería y Emergencias, elaboró un informe hace unos años referido al mismo tópico.
“En el año 2007 los medios de comunicación alertaron de la llegada a España de una droga de origen sudamericano llamada burundanga. Las noticias informaban que dicha droga dejaba a la víctima privada de voluntad, como un autómata, y que posteriormente no recordaba nada de lo sucedido, estando a merced del criminal.
Aunque hasta Marzo del 2008 las fuentes policiales consultadas nos informan que no se ha producido ninguna denuncia donde se halla utilizado, se ha creado una alarma social, siendo Internet la fuente de confusión con webs que suministran datos que en algunos casos se contradicen”.
El mismo documento explica a qué se denomina burundanga: “La escopolamina o hioscina es un alcaloide que aunque se extrae principalmente del árbol centroamericano conocido como sabanero o borrachera, del que también se extrae la atropina, se encuentra en otras solanáceas como el beleño, la borrachera, la hierba del diablo o la mandrágora. Se absorbe rápidamente por vía digestiva; aunque también puede ser fumada o administrada a través de la piel en forma de friegas o linimentos”.
Luego, el informe termina refutando los mitos referidos al uso y abuso de la burundanga. Como se dijo, solo una leyenda urbana.
Colofón
Ciertamente, no es la primera vez —y no será la última— que presuntas víctimas cuentan con escalofriantes detalles que fueron atacadas por personas que les pegaron un papel o las tocaron y, en consecuencia, comenzaron a sentirse mal.
Las historias se multiplican y tienen todos los condimentos de la leyenda urbana: casi siempre le pasa a alguien más, a la hermana de un primo de un amigo.
A su vez, jamás aparece un solo elemento que permita comprobar la veracidad del relato. No hay estudios médicos o científicos que respalden los dichos de los afectados.
En ese contexto, la mejor vacuna siempre es la misma: una justa dosis de escepticismo, sazonada con algo de sentido común y el agregado de certera información.