Aylan Kurdi tenía 3 años. Su desgarradora foto conmovió al mundo luego de que se supiera que el barco en el que viajaba, junto a su familia, naufragó.
Tal ha sido el impacto, que la imagen de su cuerpo sin vida en una anónima playa ilustra hoy todos los diarios del mundo.
Es raro, porque es una postal de lo que ocurre a diario, donde miles personas —niños y no tan niños— perecen en un vano intento de escapar de sus propias miserias, en lugares del mundo imposibles de tolerar.
Guerras religiosas, dictaduras, enfrentamientos civiles... múltiples son los motivos que estos esgrimen para escapar de la locura; pero, ¿adónde ir? ¿Qué hacer frente a un mundo que no los quiere ni los tolera?
Es hipócrita conmoverse ahora, frente a la cruda imagen de Aylan. Por caso… ¿qué hicimos para que ese drama no ocurriera? ¿Qué hacemos para que no vuelva a ocurrir, más que compartir una desgarradora foto en las inútiles redes sociales?
Alguno dirá que se trata de un hecho lejano, en el cual es imposible influir desde la inevitable lejanía. Sin embargo, hay miles de Aylan, muchos de ellos viven —y mueren— en la Argentina, en situaciones aún más miserables que las que tuvo que pasar este inocente niño sirio.
¿Nos importa esa realidad? ¿Nos involucramos realmente, allende la fingida congoja a través de las redes sociales? Doblemente hipócrita.
Es curioso, porque ahora vendrán días y días de discusión respecto de los inmigrantes, la desigualdad en el mundo y la falta de solidaridad mundial. Pero solo será un rato, luego volverá a seguir todo funcionando de la misma manera.
Así somos, bichos de una especie maliciosa, que solo se interesa por los demás ante situaciones límite. Nos preocupamos tarde y mal, extemporáneamente. ¿Así pretendemos cambiar el mundo?
A no preocuparse demasiado, en unos días seguiremos como siempre… hablando del infructuoso gigoló, el "pajerío" de Gran Hermano y las estériles discusiones del programa de Marcelo Tinelli.