La corrupción del kirchnerismo, a través del eficaz testaferro Lázaro Báez —valijeros mediante— es solo una parte de lo que terminó de revelar Jorge Lanata.
También se comprobó algo más, tan incómodo como real: cómo actuó el periodismo operador, siempre a sueldo de los oscuros servicios de Inteligencia. Con fondos del Estado, o sea, de todos nosotros, claro.
Se trató de los Mauro Viale, los Jorge Rial, los Luis Ventura, los Rolando Graña —el que más cobra, ciertamente—, los Daniel Tognetti, los Diego Brancatelli, los Gustavo Sylvestre, los Roberto Navarro, los Hernán Brienza, los Camilo García, las Julieta Mengolini, y tantos otros, impresentables todos.
La mayoría de ellos, no casualmente fueron cobijados por la pantalla de América TV, un canal siempre proclive a las más oscuras operaciones de prensa.
Luego del programa Periodismo Para Todos, todos quedaron como lo que son: meros voceros de intereses oscuros, más preocupados por desacreditar al periodismo independiente que a investigar hechos de corrupción.
No son periodistas, claro que no: son mercenarios, cómplices del latrocinio que llevaron a cabo puntuales funcionarios del kirchnerismo —algunos pocos son la excepción—, a través de la discrecionalidad más execrable.
Estos hombres de prensa, que no merecen llamarse así, han cobrado fortunas durante años, que salieron de los impuestos que pagamos los ciudadanos honestos, y no solo no hicieron su trabajo, sino que además ensuciaron a aquellos que sí pretendieron —pretendimos— hacerlo con honestidad.
No hay que olvidar sus nombres, ni uno de ellos, porque son los mismos que suelen acomodarse al calor del poder de turno. Por caso, muchos de los mencionados fueron los mismos que defendieron la cuestionable gestión de Carlos Menem.
Hay una máxima en el periodismo que dice que "la información no nos pertenece". Esto quiere decir que, en realidad, es potestad de la sociedad.
Cuando alguien comercializa lo que no le corresponde, comete un delito, y viola la confianza de la sociedad toda. A su vez, quiebra el punto más sensible de la idiosincrasia de la prensa: su costado ético.
En ese contexto, lo que hicieron estos personajes, que no merecen ser llamados periodistas, es más grave de lo que aparenta.
Por lo dicho, Lanata merece un aplauso porque, al exponerlos, los dejó al desnudo, como ese viejo y conocido cuento del rey que no tenía vestimenta. No es poco.