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El día que renuncié a MDZ (aprietes, censura y antiperiodismo)

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En primera persona
En primera persona

Hace más de 20 años que soy periodista. Por caso, en 1996 publiqué mi primer libro “La mafia, la ley y el poder”, que desnudó cómo el menemismo comercializaba ciertas leyes en el Congreso Nacional a cambio de dinero contante y sonante.

 

Muchas de esas normas beneficiaron al narcotráfico, particularmente a Alfredo Yabrán, quien, según cuento en mi obra, llegó a poner 30 millones de dólares en el Parlamento argentino para que radicales y peronistas sancionaran una ley que hiciera intocables sus camiones, los mismos que una y otra vez eran demorados por cargar estupefacientes.

Dos años después, publiqué “La larga sombra de Yabrán”, con más documentos aún y detalles escabrosos.

Fueron los primeros dos de los ocho libros de investigación (en 2019 ascenderían a 10) que escribí desde entonces hasta hoy. Dicho sea de paso, seis de ellos se pueden descargar gratis por Internet.

En cada una de mis investigaciones sufrí presiones que, no solo involucraron a mi propia persona, sino también a familiares cercanos. Una y otra vez, como una constante de la mafia vernácula.

A pesar de ello, jamás dejé de trabajar con independencia y honestidad. Nunca. Ello provocó que diera puntuales portazos —uno tras otro— cuando algún lugar en el que trabajaba intentaba manipular o censurar alguna de mis investigaciones periodísticas.

Ciertamente, es un ciclo casi calcado en todos los medios: primero me contratan sobre la base de la valoración del trabajo que hago. Hasta me adulan por mi “valentía”; luego, cuando me meto en temas que los comprometen —en general por cuestiones comerciales— comienzan los conflictos. MDZ no fue la excepción.

Llegué allí en el año 2009, luego de tener que “exiliarme” por la persecución que el kirchnerismo venía haciendo contra mi persona en Buenos Aires, principalmente la “narcomorsa” Aníbal Fernández.

Para ingresar a MDZ estuve reunido con sus popes, uno de los cuales es harto conocido: Orlando Terranova. “No me importa el salario, solo poder trabajar de manera independiente”, le dije, en la mesa de un café ubicado en 25 de Mayo y Las Heras de Mendoza, frente a otros 4 testigos entre los cuales estaba su propio hijo.

Acto seguido, le expliqué que no tenía amigos a la hora de investigar y denunciar, que no hacía operaciones de prensa y, lo que repito siempre, que era el periodista más querellado del país.

No le mentí en nada: durante el tiempo que trabajé en MDZ desnudé cuestiones que obligaron a la justicia local y la fiscalía de Estado a iniciar investigaciones que jamás habían imaginado. Desde boliches donde se venden drogas a menores hasta compraventa de licencias de conducir por parte de sospechosas escuelas de manejo aliadas a la policía y la política local.

Llegué incluso a colarme en las célebres “Trafic” donde se arrea a los votantes de los barrios más pobres para traccionar a ciertos candidatos por sobre los demás. Nunca antes en Mendoza alguien había hecho “locuras” periodísticas como esa.

Así estuve algunos años trabajando en MDZ, llegando a ostentar el cargo de Editor General del diario.

Pero un día todo cambió: fue en 2014. De pronto ya no había interés en investigar algunos temas, principalmente aquellos que deparaban millonarias pautas “bajo mesa”. Cuando ocurrió, lo denuncié en mis propias cuentas de Twitter y Facebook, generando la furia de los accionistas del diario.

Recuerdo un día que incluso me llamó Diego Gueler, entonces redactor de diario Perfil, y me dijo: “Jamás vi a un periodista denunciar públicamente censura del propio medio en el que trabaja. Te felicito”.

Era la única manera de conseguir que publicaran mis notas. No obstante, era claro que debía partir de esa redacción.

El colmo llegó el día que se me ocurrió publicar una investigación sobre el Casino de Mendoza. No solo me censuraron, sino que me borraron la nota. “No se puede tocar al Casino”, me dijeron. Luego sabría que había millonadas de dinero detrás de esa decisión.

Un par de semanas más tarde presenté mi renuncia a MDZ, donde había trabajado más que nadie, siendo quien, según el ranking de la propia herramienta del diario, más notas hacía por día, habiendo tenido una sola ausencia laboral en tantos años. Ello, luego de que una ambulancia me tuviera que “rescatar” de la redacción por un fuerte cuadro de estrés laboral. Fue el precio de tanto esfuerzo.

Hoy, a la distancia, cuando veo en lo que se transformó MDZ, me alegra mucho haber renunciado. Se terminó convirtiendo en lo mismo que quería combatir cuando fue creado: un medio operador, de la más baja estofa. Sus propios periodistas argumentan estar agotados de tener que atacar a unos y beneficiar a otros solo por capricho de sus altos mandos.

Una sola vez me pasó algo similar, cuando Terranova me pidió investigar al entonces intendente de Luján de Cuyo porque no le pagaba en tiempo y forma la pauta al diario. Obviamente, me negué a hacerlo.

Esa es la historia de mi renuncia a MDZ, de la cual hay testigos de sobra y correos electrónicos que dan cuenta de lo mismo y que conservaré siempre. Para que nadie pueda refutar esta verdad.

Al que quiera intentarlo, lo invito a debatir, en cualquier lugar a cualquier hora, con documentos en mano. De paso, podremos discutir sobre lo que es el periodismo y lo peligroso de intentar dirigir un diario cuando se viene de la política y no del ámbito de los medios.

Como todos saben, hoy en día soy secretario General de Redacción de Mendoza Post, un diario bastante más honesto, donde no tengo cuestionamientos de nadie frente a mis rimbombantes notas. Incluso he publicado denuncias que han ido en contra de los intereses de los que publicitan allí. ¿Qué otros medios de Mendoza pueden decir lo mismo?

El precio de la honestidad del Post es altísimo: los anunciantes —oficiales y privados— ponen menos dinero porque saben que allí no tendrán influencia alguna, más que la mera publicidad, que es por lo que pagan. Nada más.

Es muy bueno trabajar allí, insisto, porque no hay obligación de “destrozar” a nadie en particular cuando no se cobra la pauta.

Es bueno mencionarlo, porque cuando nació Mendoza Post, desde MDZ intentaron demonizarlo. Dijeron que era un pasquín del peronismo, que incluso se había pergeñado para impulsar al PJ de cara a las elecciones de 2015.  

Sin embargo, a dos semanas de aparecer, el Post hizo la mejor investigación que alguien puede hacer sobre un intendente peronista: Luis Lobos. Tal es así, que gracias a ello hoy el exmandatario y su familia tienen graves problemas con la justicia. Más aún: el PJ mendocino ostentó un fuerte encono con el diario durante mucho tiempo, al responsabilizarlo por la derrota en las urnas.

Una digresión: en esos días, quien le daba micrófono a Lobos para que se victimizara era…. ¡MDZ!

Pero hay más: se dijo que el Post no existiría luego de los comicios referidos, los de 2015, porque se había armado como un “medio de campaña”. Aquí estamos aún.

También se dijo que sería un medio para atacar con incesantes operaciones al radical Alfredo Cornejo. Tampoco sucedió.

En ese contexto, no puedo garantizar que el Post será siempre así, me es imposible afirmar que el día de mañana no me censurarán una investigación o me pedirán operar en favor o en contra de alguien.

Hasta ahora no ha ocurrido, pero el día que suceda no tengan dudas de que me iré, no sin antes denunciar la situación irregular y gritándolo a los cuatro vientos.

Amo el periodismo, con todo lo que ello implica, los bajos salarios y el gran riesgo. Y tengo claro que para ser hombre de prensa hay dos condiciones esenciales: la pasión y la honestidad.

El día que pierda alguna de ellas, me dedicaré a otra cosa. Por ahora, seguiré con mis notas explosivas, que siempre terminan confirmándose al paso del tiempo.

Entretanto, espero nunca abandonar este oficio, “el más hermoso del mundo” según el gran maestro Gabriel García Márquez.

Aún cuando tenga que seguir con mi desvencijado Fiat 600 modelo 77 y corriendo detrás del pago atrasado del alquiler de mi pequeño departamento en la Cuarta Sección de Mendoza.

 

*La foto es de mis últimos días en la redacción de MDZ, donde tenía uno de los cargos más altos, producto de mi gran desempeño.

 

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