Hace apenas unos días se cumplieron dos años de la muerte de Alberto Nisman, la cual fue recordada a través de multitudinarias marchas por las principales ciudades de todo el país.
A su vez, hoy se cumplen 20 años de la muerte de José Luis Cabezas, con un saldo sorprendente: ninguno de los condenados por su asesinato está preso. Al paso de estas dos décadas, por diversos motivos, uno a uno fueron quedando en libertad.
Hay varias similitudes entre ambos casos, pero también una lección que debería no ser desoída: en uno y otro la impunidad ha sido la vedette.
Aún cuando la ciudadanía posó sus ojos de manera persistente en ambos expedientes, el poder de turno hizo lo posible para que se desviaran sendas investigaciones. En su momento, fue el menemismo; luego el kirchnerismo.
Es bien cierto que los contextos han sido totalmente diferentes, los tiempos del país también, pero lo sustancial no. En un caso, un reportero gráfico, Cabezas, que se atrevió a sacar una fotografía a un poderoso hombre que había dicho, poco antes, que retratarlo era como pegarle “un tiro en la frente”.
Se trató de Alfredo Yabrán, un empresario muy cercano al poder, que supo hacer jugosos negocios con el Estado y que tenía a sueldo a no pocos legisladores y funcionarios del menemismo. Ergo, meterse con él era meterse con el mismísimo presidente de la Nación.
En el caso de Nisman, la situación es muy similar: un fiscal especial que denunció a la entonces jefa de Estado, Cristina Kirchner, y a algunos de sus funcionarios por traición a la patria. Como se sabe, la presentación enfureció a la entonces mandataria.
Poco después de la fotografía, Cabezas apareció asesinado de manera brutal; con Nisman pasó algo similar: menos de una semana después de haber denunciado a Cristina, apareció en el baño de su casa con un balazo en la cabeza, en circunstancias que aún no quedan del todo claras.
Como se dijo, en los dos casos los poderes de turno intercedieron para que no se llegara a la verdad. Hubo jueces, fiscales y funcionarios públicos que se encargaron de ello. Solo el periodismo y la presión social lograron algún avance significativo.
También hubo otro factor común: a Cabezas y a Nisman los ensuciaron para intentar justificar sus muertes. Del primero se dijo incluso que intentó extorsionar a Yabrán, algo que, aunque fuera real —y no lo es— no ameritaba que le costara la vida.
De Nisman no hace falta recordar todo lo que se dijo: se habló de su vida licenciosa, de las mujeres con las que se movía —como si fuera un delito— e incluso se lo relacionó con Diego Lagomarsino en una suerte de relación homosexual.
No es casual el paralelismo trazado entre uno y otro caso: es una postal de lo que es la Argentina. Es la idiosincrasia misma de un país. ¿Cómo es posible que 18 años después del terrible asesinato de Cabezas se repitan los mismos patrones de conducta con Nisman? ¿Qué es lo que no aprendimos en tanto tiempo?
Las discusiones parecen calcadas, ahora y en los 90, incluso respecto de la falta de ética de puntuales referentes políticos, los jueces federales —algunos de los cuales siguen siendo los mismos— y los fiscales ad hoc.
La postal de la impunidad está en muchas otras causas, como la muerte del brigadier Rodolfo Echegoyen, el atentado a la AMIA e incluso el robo de las manos de Perón. Se insiste: los patrones se repiten en todos los casos. En otro país, esos casos ya estarían resueltos, porque la evidencia abruma… pero estamos en Argentina.
En el contexto mencionado, ¿quién puede creer realmente que el caso Nisman se resolverá alguna vez?
Peor aún: ¿Cuántos casos como los de Cabezas y Nisman podrían ocurrir en el futuro a sabiendas de que nadie purgará condena jamás por nada, salvo los perejiles de siempre?
Es muy bueno que se recuerden las figuras de aquellos que han sufrido muertes violentas, con marchas y homenajes —ayuda a la memoria colectiva— pero eso no alcanza. Hace falta trabajar para abogar por un cambio más profundo, que permita terminar con la impunidad, de una vez y por todas.
De lo contrario, ocurrirá lo que alguna vez dijo Sófocles: “Un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo.”