Parece lejano, anacrónico, pero ocurrió apenas dos años atrás, en plena campaña electoral. Entonces, Mauricio Macri prometió que impulsaría el siempre inalcanzable 82% móvil a los jubilados argentinos.
El hoy presidente estaba en Jujuy, de espaldas a la quebrada de Humahuaca, en la coqueta hostería Manantial del Silencio. En esos días, competía con Daniel Scioli para llegar al sillón de Rivadavia.
"El 82% móvil es un compromiso asumido”, dijo entonces el hoy jefe de Estado, tal cual puede verse en el siguiente video. Fueron jornadas promisorias, en las que parecía que a Macri le interesaban los jubilados.
Apenas dos años más tarde, aparece este mamarracho, que busca ahorrarle al Estado unos 100 mil millones de pesos sobre la base del recorte a los jubilados.
“A un tipo que gana 10 lucas le cagan unos 800 pesos”, me dijo esta tarde Rubén Gioannini, presidente del Movimiento Patriótico Nacional Previsional, a efectos de graficar lo que se discute en estas horas.
Se trata de uno de los que más ha luchado en las últimas décadas para que los jubilados puedan escapar de sus propias miserias. Lo recuerdo en sus marchas semanales frente al Congreso de la Nación, agitando en soledad su reclamo, que luego fue acompañado por miles.
“A los jubilados los cagaron todos, De La Rúa les saco el 13% y muchos son de los del gobierno de ahora son de esa época”, me recuerda Rubén.
“¿Qué sentís cuando ves lo que intenta impulsar el macrismo?”, le pregunto. “Te revuelve las tripas, porque te toman de pelotudo”, me dice con la voz quebrada. Y me arroja un dato crudo, cruel: “En el año 2001 había un 70% de jubilados arriba de la mínima, hoy tenés el 70% de jubilados en la mínima, eso significa que achicaron para abajo”.
Rubén asegura que se trata de la “sovietización del sistema”, donde terminan “cobrando todos lo mismo más allá de lo que hayan aportado”.
Y advierte que, “si llegan a aplicar esto, la ley tiene alcance retroactivo. Se calculaba sobre el último semestre, ahora será sobre el último trimestre”.
“Pero se ajustará por inflación”, le digo, casi por inercia. Y otra vez me refuta: “La canasta familiar del viejo no tiene nada que ver con la inflación. El viejo no consume pasajes a Europa ni perfumes importados. El viejo consume carne, tomate, huevo, nada suntuoso, que es lo que baja la medición de la inflación”.
¿Qué decir ante palabras tan elocuentes, a horas de que se discuta una de las reformas más trascendentes de la historia previsional?
Solo me queda una duda, relevante e incómoda: ¿Por qué no bajan sus ostentosas dietas diputados, senadores, ministros, secretarios, intendentes y concejales, a efectos de acompañar el esfuerzo de los jubilados? Se escuchan respuestas.