Fue a principios de los años 90. Mario Pergolini ya era famoso en la radio y empezaba a despuntar en la televisión.
Yo trabajaba en una farmacia ubicada en Av. Santa Fe, cerca de Scalabrini Ortíz, en la CABA, en el turno tarde-noche. Éramos tres veinteañeros cargados de energía y ganas de pasarla bien.
Pero estábamos ahí, detrás de un frío mostrador en un perdido día de otoño. Esperando que los clientes nos ayudaran a pasar las interminables horas.
De pronto, ocurrió lo inesperado: entró Pergolini a comprar remedios. Algún analgésico, nada relevante.
Luego de la compra, se puso a charlar con nosotros. Nos preguntó cómo era nuestro trabajo y cómo transcurría nuestra jornada. Realmente se mostró interesado en lo que le contábamos.
Acto seguido, nos preguntó si le podíamos prestar una chaqueta blanca, de las que usábamos para atender y pidió pasar del otro lado del mostrador.
De repente, estaba atendiendo con nosotros, como si fuera uno más. Algo realmente desopilante, sobre todo porque todos reconocían a Pergolini.
Él todo el tiempo lo negaba, decía que era muy parecido pero que no era la celebridad que todos veían frente a sí.
Pero lo mejor llegaría luego, cuando ingresó una mujer muy mayor y se puso insistente: “¡Vos sos Pergolini!”, le decía una y otra vez. “No, no señora, no lo soy”, decía el conductor apenas conteniendo la risa.
Entonces, ante tanta negación, la mujer disparó la frase que nos dejó a todos en una pieza. Se la dirigió al entonces conductor de “La TV ataca”: “Vos tenés que ir a la televisión a ver a Pergolini, te va a contratar. ¡Andá a verlo de parte mía, que me conoce!”.
Fue uno de los momentos más delirantes que viví en mi vida. Y siempre lo recuerdo, porque nunca más volví a vivir algo así. No a ese nivel.
En fin, les quería contar esta anécdota porque era una materia pendiente desde siempre. Espero que la hayan disfrutado. Es bien de viernes, aunque nada periodística.