Lo intento, insisto… pero no lo logro. Desde hace años busco entrevistar a algunos de los personajes de la política más relevantes, pero no aceptan sentarse frente a mi persona.
Muchos de ellos me dicen que sí, pero con condiciones: no se puede preguntar “tal” o “cual” cuestión. Otros piden que les anticipe cuáles serán las preguntas que les haré. Jamás lo acepto. Porque va contra todos los manuales de periodismo… y algunos tratados de ética.
Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández, Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá, Axel Kicillof, Alfredo Cornejo, Anabel Fernández Sagasti, Sergio Massa, etcétera… estos y muchos otros me han dicho que no me concederán jamás un reportaje.
Imagino por qué. De pronto, uno recuerda durísimas entrevistas a Eduardo Duhalde, a Domingo Cavallo, a Julio Cobos y a tantos otros que terminaron denotando gran malestar ante puntuales preguntas que les hice.
A Duhalde lo puse contra las cuerdas por sus vínculos con el narcotráfico. A través de los micrófonos de MDZ Radio le pedí que me explicara por qué había firmado en su momento el nombramiento de un narco al frente de un ostentoso cargo en la Aduana de Ezeiza. Se acabó la entrevista.
Cavallo fue más fácil de enervar, por su carácter siempre a punto de ebullición. Solo tres preguntas bastaron para que me corte la comunicación. Una de ellas referida a seguros de cambios que impulsó él mismo en 1982 como titular del BCRA y que hicieron que la deuda externa de empresarios privados pasara al Estado.
Por su parte, Cobos quedó en off side cuando le pedí explicaciones por el escándalo que devino del lavado de dinero que explotó en la campaña presidencial del año 2007, “trámite” que lo llevaba a él como candidato a vicepresidente.
Ese tipo de incomodidades son las que impulsan a aquellos que no me quieren dar entrevistas a tomar esa misma decisión. Porque saben que los pondré en una situación incómoda, difícil de esquivar.
Como en 1999, cuando me enfrenté con el poderoso exdiputado peronista Humberto Ruggero en la mesa de Mirtha Legrand, molesto por mis dichos de que Menem había beneficiado al narcotráfico durante su gobierno. Cuando empecé a explicar los elementos que tenía en mi poder, su rostro se desencajó y decidió no hablar más durante todo el ágape.
Fue similar a lo sucedido 18 años más tarde, en 2017, cuando presenté mi libro “La morsa y la fuga” en la misma mesa, referido a los vínculos de Aníbal Fernández con el mundo narco.
Uno de los comensales, el actor kirchnerista Coco Silly, intentó discutirme. Otra vez el peso de la evidencia terció a mi favor. Ello, sumado a los dos fallos que había impreso y mostrado en la mesa de Mirtha, en los cuales quedaba claro que le había ganado sendos litigios a Aníbal por relacionarlo con el comercio de estupefacientes.
Podría contar mucho más, como cuando Kicillof estuvo en Mendoza y pidió expresamente que yo fuera el único periodista que no lo entrevistara.
Son demasiadas anécdotas en más de 25 años de oficio periodístico. Pero no es lo relevante. Lo importante es que hay una legión de referentes de la política que me esquivan. Y si me esquivan es por algo. ¿Qué temen que se revele? ¿Por qué quieren saber de antemano qué les preguntaré?
Es curioso, porque a veces los silencios pueden más que las palabras. Tal vez sea cierta aquella frase que dice que “el que calla otorga”.