Marcelo Saín sabe sobre seguridad, de eso no cabe duda alguna. Es una persona preparada, no solo en ese terreno sino también en cuestiones políticas y sociales: ostenta una licenciatura ad hoc de la Universidad Nacional del Litoral y un doctorado de UNICAMP, Brasil.
De hecho, cada vez que lo entrevistan suele recordarlo y refregarlo a su eventual interlocutor: “Soy doctor”, puntualiza en una suerte de complejo de inferioridad.
No obstante su conocimiento en la materia, no ha mostrado gran efectividad en su trabajo. Por caso, supo desempeñarse como viceministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires entre 2002 y 2003, en los momentos más convulsionados de ese terruño. Su política no tuvo ninguna gravitación a la hora de disminuir el delito.
Luego estuvo al frente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, entre 2005 hasta 2009, bajo mando y supervisión de Aníbal Fernández, siempre sospechado por sus vínculos con el narcotráfico.
No es casual, por caso, que en esos años la Argentina se convirtiera en aguantadero de traficantes de drogas y comerciantes de efedrina. Saín, que estaba en el cargo más apropiado para contrarrestar ese delito, solo ayudó a que se multiplicara exponencialmente.
De su boca jamás salió un solo comentario condenando el triple crimen de General Rodríguez, ni tampoco crítica alguna al lavado de dinero que hubo en la campaña de Cristina y Cobos de 2007 (dicho sea de paso, en ambas causas este cronista aportó prueba concluyente). Solo supo defender con uñas y dientes al siempre malogrado Aníbal, aún cuando, como se dijo, su relación con el mundo narco ha quedado más que expuesto.
Sus discusiones pueden verse en las redes sociales, principalmente en Twitter, donde suele cruzarse con aquellos que lo critican o polemizan con sus “amigos”. Quien escribe estas líneas fue insultado alguna vez por Saín por señalar puntuales contradicciones de Horacio Vertbisky.
No fue ninguna coincidencia: el otrora jefe aeroportuario suele operar de la mano del periodista junto a Nilda Garré, otra mega sospechada por hechos de corrupción durante el kirchnerismo.
“A mí me amenazó, estábamos discutiendo y el tipo insultaba, le dije decímelo en la cara, y me contestó ‘porque vas a brindar con suerito’”, reveló el colega Gabriel Levinas en 2015.
Nada que pueda sorprender: a un tuitero le dijo que lo conocía bien y que un día iba a “terminar mal”. ¿Se puede ser más irresponsable? ¿Qué necesidad de rememorar aquellos oscuros días de la dictadura setentista?
Saín es un personaje peligroso, que pareciera estar desequilibrado mentalmente. Que no solo no tolera la crítica, sino que además gusta hacer imputaciones que luego no puede sostener a nivel judicial.
Ello le valió una denuncia por parte del fiscal Carlos Stornelli. Fue después de acusarlo de recibir “valijas” con dinero por parte de la policía bonaerense. En realidad, Saín hizo una serie de acusaciones de enorme gravedad contra los uniformados, que jamás llevó a la justicia.
Por eso, Stornelli lo denunció: por la "omisión de denuncia en que habría incurrido al no llevar a conocimiento de la autoridad jurisdiccional correspondiente, hechos delictivos que se encontraban en su conocimiento, conforme lo era debido por Ley".
La denuncia del fiscal fue presentada en 2010 ante el fiscal General de la Departamental de La Plata, Héctor Ernesto Vogliolo, en su entonces condición de "ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires".
Por si las moscas, Stornelli pidió a la Justicia platense que investigue también “eventos presumiblemente delictuales que estarían llevando a cabo policías de la provincia de Buenos Aires, que también importan la promoción de una investigación penal".
Mucho más podría contarse sobre Saín, pero no vale la pena. Porque, a pesar de todos sus desaciertos, siempre cae bien parado. De hecho, está a punto de ser designado en un importante cargo dentro de la cartera de Seguridad de Santa Fe.
Curioso destino de este defensor a ultranza de Fidel Castro, a quien suele retratar como todo un prócer.
“Cosas veredes, Sancho, que non crederes”, dijo Miguel de Cervantes Saavedra en su genial Quijote de la Mancha. Frase que, como puede verse, jamás pierde vigencia.