Cada vez que alguien me dice que es imposible llegar a la verdad en torno al atentado a la AMIA, le digo siempre lo mismo: las pruebas para resolver ese luctuoso hecho aparecen en las primeras fojas del expediente en cuestión.
Ello provoca la inevitable pregunta por parte del interlocutor en cuestión: ¿Por qué entonces no se resuelve el caso?
La respuesta es tan compleja como sencilla: hay intereses cruzados que no quieren que ello ocurra. Son locales y foráneos, e involucran a la política de alto vuelo, los servicios de inteligencia y las fuerzas policiales. Todo ello sazonado con lo más granado del crimen organizado.
Ello explica el persistente interés de puntuales referentes —políticos y de los otros— en sostener los mitos que siguen en pie en torno a la causa AMIA.
Lo antedicho viene a cuento de los últimos dichos del fiscal que ha sucedido a Nisman en la Unidad Especial del caso de marras, Sebastián Basso.
El funcionario advirtió que "después de 25 años es muy difícil" encontrar nuevas evidencias "que den una luz gigante" sobre el atentado contra la mutual judía, aunque remarcó que "no hay que pensar que todo el expediente está teñido de irregularidades".
En esa parte puntual, coincido 100%. Es cierto que es complicado encontrar pruebas novedosas y también es real que no toda la causa judicial está contaminada. Como dije, las primeras fojas son reveladoras.
Sin embargo, Basso dice a continuación que "está totalmente acreditado que en el 94 la voladura fue hecha por un coche bomba, una Trafic, que fue entregada por (Carlos) Telleldín”.
Ello es falso, de absoluta falsedad. Ya me he cansado de explicar que, de los 200 testigos del caso, solo una mujer vio la supuesta camioneta, Nicolasa Romero, quien se desdijo posteriormente aduciendo que la policía Federal le había pedido que dijera esa fábula.
Debe mencionarse, asimismo, que en todos los casos en los que hay explosiones con “coches bomba”, luego se puede observar el chasis del mismo casi intacto. Acá, directamente se evaporó la Trafic. Solo aparecieron unas piezas sueltas, que se demostró que pertenecían a dos vehículos diferentes. Entre ellos, un block de motor que ni siquiera estaba quemado.
En otra parte de su exposición, Basso dijo que el atentado fue hecho por “un grupo operativo de Hezbolá, que funcionaba como un aliado de Irán”.
Otra vez falso. Hezbolá suele atribuirse los atentados que comete, lo cual no ocurrió en este caso. Por otro lado, en el expediente aparecen los nombres de los implicados, incluso de la persona que compró el nitrato de amonio que explotó en la mutual judía. Se llama Nassif Hadad, es sirio y no tiene nada que ver con Hezbolá. Todos los demás involucrados también son sirios, no iraníes: Alberto Kanoore Edul, Monser Al Kassar, incluso Alfredo Yabrán, y otros.
Para Basso, uno de los integrantes “está totalmente identificado, que es Salman Al Reda o Salman Raouf Salman, que estuvo en Buenos Aires durante el atentado".
Tercera falsedad: El Reda es un personaje que cada tanto vuelve a aparecer y que introdujo por primera vez el Mossad israelí-Stiuso. Se lo ha buscado por diferentes nombres —es insólito que siendo el supuesto autor de un hecho tan grave esto no se pueda precisar— y fue el fiscal General del Líbano quien terminó de confirmar que no existe.
Insiste Basso: "Al no estar en la Argentina la captura (de los acusados) es muy difícil, porque dependemos de la colaboración que puedan dar terceros país para llevar a juicio a estas personas".
Cuarta falsedad: algunos de los culpables siguen en el país. Sobre todo los que oficiaron como “conexión local”, donde aparecen policías, espías y demás runfla.
Como digo siempre, la verdad de la causa AMIA está allí, inalterable. Incluso aparece la factura de la bomba que explotó en la mutual judía. Lo único que falta es voluntad. No es poco.