Es inquieto, desconfiado, impulsivo. Diego Ferrón es acaso el único que parece decidido a seguir hasta el sus últimos días en busca de la verdad detrás del triple crimen de General Rodríguez, ocurrido un ingrato día de agosto de 2008.
Allí cayó bajo una ráfaga de balas su hermano Damián, junto a Sebastián Forza y Leopoldo Bina. “El trasfondo fue un crimen mafioso y sabemos con qué está relacionado”, dice lacónicamente.
Como se dijo, siempre desconfía. Porque es imposible saber a qué juega cada actor de esta trama. ¿En quién confiar? ¿En quién no?
Abogados, policías, servicios de inteligencia, políticos, criminales… ¿dónde empieza y dónde terminan los vínculos entre unos y otros?
Porque ya muchos han demostrado que jugaban a dos puntas. Y los que saben callan. Porque no quieren correr la suerte de aquellos testigos que murieron en extrañas circunstancias.
Como Ariel Vilán, que se “suicidó” en 2008 arrojándose de un balcón luego de contarle a su hermano Eduardo que vivía amenazado. Su testimonio hubiera sido crucial para ayudar a resolver el triple crimen de marras.
¿Y qué decir del mexicano Luis Tarzia, que murió en prisión un año después, luego de que le negaran su medicación? Se trató del hombre que más conocía sobre el tráfico de efedrina de Argentina a México.
No fue el único: Emiliano Marcos murió atropellado por un tren en 2010 en la estación Villa del Parque. El video que se conoció lo muestra desvanecido y boca abajo. Claramente no se trató de un suicidio.
“Está claro que a alguien le cagaron el negocio de la efedrina todos ellos”, me dice Diego Ferrón, en una conversación que tuvimos en las últimas horas. Hacía mucho que no hablábamos y fue reconfortante saber que no ha bajado los brazos en su lucha.
“El tema es saber quién es el que se molestó de tal manera para mandar a ejecutar el triple crimen”, me insiste.
Ambos sabemos quién es la persona, él no lo dirá. Yo sí. Lo he escrito mil veces. Es Aníbal Fernández, quien ha vuelto a la acción en el gobierno neo kirchnerista.
Diego quiere ir aún más allá. Porque… “¿qué papel jugó la DEA, por ejemplo?”, me pregunta. Y se pregunta.
La duda no es menor, ya que uno de los implicados en la trama, Julio César Pose, tenía una relación directa con ese organismo antidrogas. A su vez, era el guardaespaldas de Forza.
Me consta. Porque estaba presente el día que entrevisté a este último, en mayo de 2008, tres meses antes de ser muerto a balazos.
Fue cuando me dijo que temía ser asesinado, sencillamente porque se metió con el negocio de alguien más. Ese alguien era Aníbal.
Pero tiene razón Diego. Hay mucho más detrás. Una trama imposible, que vincula a la política con el crimen organizado a gran escala. No es solo Aníbal.
“Desde 2004 a 2008 se permitieron entrar 40 toneladas de efedrina cuando en el país se consumen 15 kilos por año”, asegura Diego. Está claro que hubo una decisión de Estado. No es algo que solo logra una persona, por más cargo relevante que tenga.
Entonces, uno se pregunta: ¿Fue el kirchnerismo una “organización” abocada al tráfico de estupefacientes? Porque hay muchas cuestiones que se suman a lo largo de los años.
Southern Winds, el narcoavión de los hermanos Juliá, la droga en los micros de El Pingüino, y mucho más. Podrían ser simples coincidencias, pero uno no cree en casualidades.
Diego tiene fe en que finalmente se resolverá la causa del triple crimen. “Ha habido grandes avances en los últimos meses”, me cuenta. Y me contagia la esperanza.
Al final, nos prometimos encontrarnos en algún momento. Cuando yo viaje a Buenos Aires, seguramente.
Será un emotivo reencuentro, con un tipo al que admiro, que no carecerá de un fraternal abrazo entre ambos.
Incluso, tal vez para ese momento ya se haya resuelto el mismo expediente… quién sabe.