De pronto, la grieta se apropió de propios y ajenos. Ello en el marco de la discusión por el espionaje ilegal.
Que la intrusión macrista fue peor que la kirchnerista, dicen por un lado. Otros juran lo contrario: la “inteligencia” K es insuperable. ¿Se puede ser más imbécil?
Espiar a los ciudadanos es gravísimo, no importa quien lo haga. Y debe condenarse con toda la furia, provenga de un sector o del otro. Siempre, siempre, siempre configura un acto repudiable.
La Argentina vivió una de sus páginas más oscuras en los 70, con una dictadura militar que no careció del oportuno espionaje a sus ciudadanos, que luego se traducía en desapariciones y crímenes clandestinos.
El recuerdo de esos años de plomo sigue siempre latente, como parte del inconsciente colectivo vernáculo. Por eso es peligroso volver a aquellos viejos vicios, donde se mezcla lo legal e ilegal.
Es algo que parecen no entender los referentes argentos, ninguno, no importa la extracción política que ostenten. Del menemismo a la fecha todo sigue igual.
Es bien cierto que los Kirchner hicieron del espionaje ilegal una norma feroz y persistente, pero también es real que el macrismo siguió con la misma costumbre. ¿O acaso nadie recuerda el silencio de Macri cuando Elisa Carrió denunciaba a Silvia Majdalani por mandarla a seguir? Las responsabilidades, se sabe, son por acción u omisión.
Pero no es lo único que complica al expresidente: el joint venture que había pergeñado, a través del cual espió a Sergio Burstein e incluso a su propio cuñado, Néstor Lorenzo, lo pone bajo sospecha. Era un grupo de tareas comandado por el fallecido “Fino” Palacios.
Por su parte, el kirchnerato tuvo sus “sicarios” propios, con Antonio Stiuso, Fernando Pocino y César Milani a la cabeza, en ese orden.
Los periodistas fueron víctimas de esa oscura metodología, al igual que empresarios y referentes de la oposición. Por caso, quien escribe estas líneas fue víctima del espionaje macrista en 2017 y, 10 años antes —en 2007— de la intrusión kirchnerista. Lo mismo ocurrió con cientos de colegas. Todos espiados, solo por hacer un trabajo independiente y crítico.
Por eso, se insiste: ¿Vale la pena comparar la “inteligencia” de un gobierno o del otro? ¿Cuál es el sentido, si el delito es el mismo?
A la hora de discutir este tipo de cuestiones hay que desproveerse del manto ideológico que asesina todo debate que intenta ser serio.
Los argentinos no han logrado jamás evitar esa grieta, y ello explica parte de la decadencia argentina. No todo, pero sí al menos una parte.
Es como dijo alguna vez el poeta español Jesús Jiménez Domínguez, “la verdad es una grieta que abre una ruta hacia el abismo”.