No hay justificación posible. Principalmente en la Argentina, terruño en el cual la violencia llegó a ser parte de la política vernácula.
“Se lo merecen”. “Son provocadores”. “Ellos son los que se ponen en el lugar de víctimas, para que les tengan pena”. Tales fueron algunas de las frases que se dejaron leer en las redes sociales en las últimas horas respecto de la agresión sufrida por los periodistas de C5N.
¿Se puede ser más imbécil? ¿Realmente la violencia tiene alguna justificación? ¿No es acaso el mismo discurso que siempre supo excusar al hombre golpeador? “Algo debe haber hecho su mujer para que el marido se violente así”, sabía decirse.
Debieron pasar décadas y más décadas para que ello cambiara. Porque no solo se trataba de una cuestión discursiva. No. Se trataba más bien de un tópico de raigambre cultural. Un hábito maldito que echó raíces demasiado profundas.
Por eso, cuando aparecen las justificaciones, en lo más hondo de mi ser aparece el terror. ¿Y si nada cambió? ¿Y si, en el fondo, seguimos siendo los mismos de siempre, aquellos que en los 70 nos pusimos de un lado o del otro de la violencia?
Unos eran la “juventud maravillosa” que buscaba “cambiar el mundo” metiendo bombas por doquier. Otros los combatían so pretexto de “exterminar el terrorismo”, desapareciendo a diestra y siniestra. Y la sociedad justificaba, a coro: “Algo habrán hecho”. Imbéciles todos. Todos.
Miles y miles de muertos para nada. Para que 40 años después aparezcan los idiotas de siempre a decir que los periodistas de C5N se merecen lo que les pasó, porque “se lo buscaron”. ¿Quién lo dice? ¿Quién es el juez que “sentencia” a quién golpear y dónde hacerlo?
Ataque a la libertad de prensa. "Vas a empezar a tener miedo, hijo de puta". pic.twitter.com/dwaRvt4t0x
— Gabriel Sued (@gsued) July 9, 2020
Soy un crítico feroz de lo que hace ese canal, todo lo contrario a lo que dicen los manuales de periodismo. Pero ninguna diferencia debe llevar a la violencia. Jamás.
De nuevo: ¿No aprendimos nada del pasado más reciente? ¿Acaso nadie recuerda la página más oscura de la historia argentina, aquellos días en los que las balas reemplazaban a las palabras?
El enojo por los atropellos institucionales —sean K o de cualquier otro gobierno— jamás se solucionan a través de la fuerza bruta. Nunca. No hay impunidad de Lázaro Báez que valga. Solo el reclamo pacífico. Se juega limpio o no se juega. Simple y sencillo.
Porque la otra violencia sí la supimos condenar. Por ejemplo, aquella que en su momento sufrió el colega Julio Bazán por parte de militantes K. Solo por ir a hacer su trabajo. ¿Qué diferencia hay con lo ocurrido hoy mismo?
Insisto: con solo marchar basta y sobra. Ni siquiera hace falta decir una palabra. ¿Quieren que les recuerde acerca de las “marchas del silencio” a principios de los 90 en Catamarca por la muerte de María Soledad Morales, que lograron voltear al gobierno de los Saadi?
Como decía Borges, no puede uno comerse a un caníbal. Es decir, no se puede pedir paz apelando a la violencia.
¿Que las manifestaciones pacíficas no logran cambios hiperbólicos? Pues anímense a googlear sobre la vida de Mahatma Gandhi.
Podría decir mucho más, pero el enojo no es buen catalizador para el periodista, sino todo lo contrario.
Solo dejaré un último concepto, en forma de brutal paradoja: muchos de los que hoy se movilizaron pedían “libertad de prensa”. Permítanme decirles que eso jamás se consigue agrediendo periodistas.
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