“Rechazamos de plano la identificación entre gobernabilidad e impunidad que algunos pretenden. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de impunidad. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de acuerdos oscuros, manipulación política de las instituciones o pactos espurios a espaldas de la sociedad”.
La frase se desprende del discurso de asunción de Néstor Kirchner como presidente de la Nación, pronunciado el 25 de mayo del 2003.
Muchos aplaudieron a rabiar esas palabras, sin imaginar jamás que poco después terminarían oficiando como un vaticinio de lo que haría el propio kirchnerismo.
Néstor no demoró demasiado en romper su propio “contrato social”, pergeñando un mecanismo de corrupción brutal, silenciado mediáticamente a través de la millonaria pauta del Estado.
Y cuando no pudo callar a los más críticos, apeló a los métodos más cuestionables para someterlos. Desde el uso del espionaje vernáculo, el invento de causas judiciales e incluso el “carpetazo” más cruel. En esos días, referentes de la oposición, periodistas y empresarios “no alienados” conocieron la cara desconocida del kirchnerismo. La peor de todas.
Entretanto, Néstor y Cristina saquearon las arcas del Estado, a través de un aceitado sistema de sobreprecios en la obra pública y el transporte. Por un lado, les recaudaba Julio De Vido; por el otro, Ricardo Jaime. Testaferros de la talla de Lázaro Báez y Cristóbal López oficiaron el milagro.
En realidad, nada nuevo bajo el sol: ya habían hecho lo propio al hacer “desaparecer” más de mil millones de dólares de los fondos públicos de Santa Cruz.
La fortuna que amasaron fue tal, que no pudieron siquiera justificar el “blanco”. Debieron comprar al entonces juez Norberto Oyarbide para que los sobreseyera en vísperas de la Navidad de 2009.
Les costó varios millones de dólares, según contaría luego su propio contador, Víctor Manzanares, pieza clave a la hora de conseguir el sobreseimiento de ambos.
El solo hecho de contar esas tramas hizo que uno fuera escrachado a través de programas televisivos paraestatales, como 678, querellado por puntuales ministros a pedido de Néstor e incluso hostigado por la AFIP. Sin mencionar los llamados telefónicos de apriete del entonces jefe de Gabinete y hoy presidente, Alberto Fernández.
Es curioso, porque hoy Kirchner será recordado casi como un prócer, el tipo que cambió la política para siempre. Pero eso fue solo “para la gilada”. El verdadero Néstor fue este otro, el intolerante, el corrupto, el que no toleraba la mínima crítica.
Aquel que, junto a su esposa, permitió que la Argentina se transformara en un terruño fértil para el crimen organizado y el narcotráfico.
El tráfico de efedrina, el triple crimen de General Rodríguez, el lavado de dinero en la campaña de Cristina en 2007, la mafia de los remedios, las valijas de Antonini Wilson. Todo eso fue Néstor. Y mucho más.
La corrupción K superó lo insuperable. Logró desbancar al menemismo, algo que parecía imposible de lograr.
Y todo para nada. Para morir de la peor manera, hace 10 años. Sin poder disfrutar del fruto de ese robo persistente.
Hoy Néstor será prócer, pero es el peor villano que tuvo la historia argentina.
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