Muchos deben recordar a Oscar Spinoza Melo, embajador argentino en Chile durante el comienzo del gobierno de Carlos Menem, cargo del cual fue despedido por aparente ineptitud.
Pueden decirse muchas cosas sobre Spinoza Melo, pero no puede negarse que ha conocido cabalmente al propio expresidente y a su entorno, motivo por el cual decidió escribir un polémico libro titulado “Sobre el Volcán”, plagado de sucios negociados y secretos incontables de los principios del menemismo.
La segunda parte de dicho libro iba a llamarse “La erupción” -en lógica concordancia con la primera-, pero nunca llegó a ver la luz del día. El motivo de esto sea tal vez lo fuerte de su contenido. Un fragmento de uno de sus secretos capítulos cuenta:
Esa tarde de septiembre de 1991, la visita del presidente Carlos Menem a Chile había culminado con éxitos rotundos. En sus valijas se llevaba los borradores de los Convenios de Integración Económica y la solución de 22 problemas limítrofes.
Luego de las despedidas en el aeropuerto, me dirigí con algunos de mis colaboradores a la Cancillería, no sólo para hacer los últimos comentarios sino también para brindar por el suceso obtenido.
Nos encontrábamos en medio de una charla distendida en mi despacho cuando una de las secretarias me anunció: ‘Embajador, lo llama el señor Hernández por teléfono’.
¿Qué diablos habría pasado? Me preguntaba mientras me dirigía a atender la comunicación del secretario privado del Presidente.
‘¿Oscar?’, sentí la voz ansiosa del ex cabo de la policía riojana. ‘Sí, soy yo’, respondí. ‘¿Qué ocurre?’ pregunté. La respuesta inmediata y concisa fue la siguiente: ‘Andá volando a las habitaciones que ocupaba el Presidente en la residencia, pues hemos olvidado el necessaire. Recogé todo frasco que haya quedado suelto, metélo adentro y guardálo en lugar seguro. Mañana irá alguien a recogerlo, pero antes te avisaré quién’.
El llamado y la urgencia del tono me impulsaron a abandonar la charla circunstancial y a dirigirme con toda urgencia a Vicuña Mackena 45. Cuando llegué, sin detenerme, me dirigí al segundo piso y entré a lo que se denomina la ‘suite presidencial’. Gracias a Dios, la servidumbre, agotada por el trajín de los últimos días, no había intentado empezar la limpieza. En el dormitorio, encima de una cómoda estilo francés y debajo de un espléndido grabado de una ‘vedutta romana’ del Piranesi, estaba abierto un maletín con elementos de tocador y perfumería. Hasta allí nada hacía suponer la angustia que había percibido en la voz de Ramón Hernández. Todo estaba aparentemente en perfecto orden. Por las dudas me dirigí al baño de la suite y allí me llamó la atención, sobre una mesita lateral, un frasco blanco de plástico opaco de 20 cm de alto y unos 2 de espesor, que me hizo recordar a aquellos que contenían una bebida denominada Calcigenol con la que durante los años infantiles las madres ayudaban a sus hijos a cubrir las necesidades de calcio faltante. Recordé que había visto antes ese mismo frasco pasar por las manos de Hernández o Vicco en forma fugaz, casi misteriosa diría.
La curiosidad mata al hombre, dicen, y a mí las consecuencias de lo que estoy narrando, casi me costó tres veces la vida. Con una sonrisa y recordando mis años infantiles, me pregunté: ‘¿el petiso estará tratando de crecer?’. Mientras abría el frasco, que encontré lleno a mitades de un polvo blanco.
La intuición me golpeó con un mazazo. Una cosa son los comentarios más o menos pícaros y otra cosa es la comprobación lisa y llana.
Azúcar no era; sal de fruta o bicarbonato tampoco. Poniendo como tapa uno de mis dedos sobre la boca del frasco dejé que el polvo cubriera la yema y me lo llevé a la boca. Un gusto amargo y desagradable invadió la misma y, a los pocos segundos, los labios y la lengua estaban adormecidos, tal como se recibe una anestesia bucal. No soy ingenuo ni pretendo aparentarlo. He visto muchas cosas en estos años que llevo viviendo. Volvieron a mi memoria episodios pasados. Recordé las lecciones de práctica forense, los comentarios de mi profesor de derecho penal y la lucha permanente para contener a mi entonces mujer, Marilú Sword.
No titubeé un instante. Me dirigí al inodoro y allí volqué todo el polvo que contenía el recipiente e hice correr el agua. A mí nadie me deja en mi casa su porquería, sea quien sea. Coloqué el recipiente de plástico vacío en el necessaire y lo llevé a mis habitaciones.
Al día siguiente, puntualmente, llegó una persona a quien, a primera hora de la mañana y a mi teléfono personal había anunciado Ramón Hernández: el señor García, o Díaz o Fernández... Pero a quien recordaba haber visto en Casa de Gobierno. Recogió lo que venía a buscar y se marchó.
Una cosa es suponer algo. Haber escuchado el comentario, hasta bromas al respecto del eficaz ‘ayudín’. Otra muy distinta es haber comprobado la realidad de los dichos... los gangster no aprecian los testigos. Mucho menos cuando los mismos no se callan y dicen públicamente ‘que si a la entrada del playón de ingreso a la Rosada ponen un detector de narices, nos quedamos sin gobierno o cuando repiten enfáticamente la justeza de la afirmación del ex gobernador Ramón Saadi, efectuada a toda la prensa argentina sobre la conveniencia de que todos los funcionarios públicos, comenzando por el Poder Ejecutivo, se sometan a un examen de rinoscopía y al análisis de orina.
Esa es la explicación de las innumerables veces que me han tratado de tender trampas los sicarios del poder, para hacerme aparecer como un consumidor de drogas y aún, si hubiesen podido, como traficante.
Sólo la divina providencia ha impedido la consumación de las mismas. Por eso quienes allende los Andes tienen más micrófonos colocados en la residencia de la Embajada Argentina que césped en el jardín, me hicieron llegar esa cinta grabada a la cual hago mención en el Capítulo XXII de ‘Sobre el volcán’ donde una voz, con inconfundible entonación provinciana, afirma a su interlocutor ocasional: ‘Probá, probá que ésta es de la buena’.
(*) Extracto de mi libro “Poli Armentano, un crimen imperfecto” (Editorial Cien, 2003)
Dadas las condiciones en que llegó al poder, la forma en que lo ejerció y la manera en que se fue del gobierno, fue el mejor Presidente argentino desde la reinstauración de la democracia en 1983. Durante sus diez años y medio en el poder (1989-1999), consolidó la democracia inaugurada por su antecesor Raúl Alfonsín, inició un drástico cambio en la política exterior, puso en marcha un plan de estabilidad y crecimiento y buscó cerrar las antiguas antinomias que dividían el país. Interpretando el momento histórico que le tocó protagonizar, lanzó un programa de inserción internacional surgido de una lectura realista de las grandes transformaciones que se produjeron entre 1989 y 1991 cuando cayó el Muro de Berlín, se derrumbaron los regímenes comunistas de Europa Oriental y se desintegró la Unión Soviética. La Guerra Fría había llegado a su fin. Al llegar al poder, Menem encontró una calamitosa situación económica. No toda la culpa era de Alfonsín, la verdad sea dicha. Los años 80 habían sido terribles para todos los estados sudamericanos y Argentina estaba hundida en una hiperinflación terrible. Menem logró una importante modernización del país y a partir de la llegada de Domingo Cavallo al Ministerio de Economía en 1991, derrotó la inflación, logrando reducir en gran medida la tasa de pobreza que había estallado con la hiperinflación de 1989. El país comenzaba a tomar oxigeno fresco... Bajo su presidencia, Argentina registró un importante crecimiento (en especial entre 1991-1994 y entre 1996-1998). La economía argentina creció a un promedio de 5,9% entre 1990 y 1999. Menem ejerció el poder con autoridad, pero con estricto respeto a las formas constitucionales y durante todo su período hubo plenas libertades públicas en un clima de pluralismo. Entre 1989 y 1999 se respetaron a rajatabla las libertades individuales sin un solo día bajo estado de sitio ni toques de queda, a la vez que terminó de consolidar el poder civil sobre las Fuerzas Armadas. A través de la privatización de los canales de televisión y radios hasta entonces en manos del gobierno, se consiguió una plena libertad de prensa como nunca antes había existido en la Argentina. La libertad civil y la libertad de opinión y pensamiento eran plenas y estaban garantizadas por la constitución. Por primera vez la fuerza pública dejaba de tener injerencia en las libertades de los ciudadanos. Durante su presidencia, Argentina gozó de la mejor libertad civil de latinoamérica, bajos índices de desocupación, casi cero deserción escolar, alto porcentaje de trabajo en el sector privado y bajo costo del sector público. El país estaba estabilizado económicamente, la pobreza era muy baja gracias a la apertura a las inversiones extranjeras y la proliferación de pymes nacionales que fueron uno de los principales sostenes a la economía interna y puestos de empleo. Cometió errores. Por supuesto. Nadie está exento de ellos. En su gobierno hubo casos de corrupción, como en tantos otros gobiernos de la región y no fue ajeno a la cultura de ostentación que caracterizó a los años 90 a América. Desde el dato histórico, el de Menem fue la mejor presidencia sudamericana (además de la Argentina desde 1983) de la década del 90.
Si hoy en día implementan las rinoscopias en el Congreso Nacional por ejemplo, varios Legisladores van en cana.En la actualidad.No hablo de miles de años para atrás.