El 8 de julio de 1989, Carlos Menem se levantó a las 6 de la mañana. Luego de higienizarse y prepararse, recibió al edecán presidencial que lo había ido a buscar y se dejó llevar, junto a su familia, a la casa de Gobierno: lugar dónde recibiría la banda presidencial por parte de Raúl Alfonsín.
En plena ceremonia se podía escuchar de entre el público presente el aplauso vehemente de Monzer Al Kassar, quien había ido a felicitar a su primo lejano, quien juraba como presidente de la Nación.
Casi dos años después se presentó en la quinta de Olivos para visitarlo nuevamente. Menem le prestó una corbata y pidió a su fotógrafo que tomara una foto de Al Kassar para que pudiera hacer un pasaporte argentino. El 12 de abril de 1991, batiendo todos los records, lo obtuvo con el número 13.36-3.273. Monzer agradeció entonces al hoy fallecido expresidente con un reloj muy costoso, engarzado con brillantes.
Según reveló Al Kassar, conoció a Carlos Menem en 1986, aúnque no se sabe quien los presentó. A partir de ese momento nacería una relación que lo condujo varias veces a Olivos y a la Casa de Gobierno.
Como se dijo, Al Kassar es un conocido traficante de armas y drogas. Según la Oficina Federal de Investigación Criminal Alemana fue “uno de los hombres más peligrosos del mundo”. La Interpol lo considera “un terrorista y posiblemente el mayor traficante de armas del mundo” y la DEA sospecha que es “uno de los más poderosos narcotraficantes de la actualidad”.
No obstante esto, supo colaborar con varios servicios secretos del mundo, entre ellos lo de Polonia y Bulgaria, tuvo más de media docena de pasaportes legales y suministró armas a los movimientos de liberación europeos y arabes. Por ello, fue condenado varias veces a penas de prisión.
En el año 1975 intentó concretar un negocio con funcionarios del ministerio de Bienestar Social que conducía López Rega. Cinco años más tarde, en plena dictadura militar, alguien recomendó a un jefe militar que la pieza clave para vender a Irán municiones y cañones para el ejercito era Al Kassar.
Al Kassar habría venido en el año 1986 a la Argentina, a visitar la fábrica de municiones en la localidad de Río Tercero (provincia de Córdoba). Le habrían ofrecido colocar unos excedentes de munciones. Además se señala que en la comitiva con la que se lo vió caminando por la fábrica se encontraba el mismísimo Alfredo Yabrán, tal cual quedó registrado en una foto que no trascendió a la opinión pública. No fue ajeno a esta operatoria el entonces brigadier (R.E.) Ernesto Crespo, aunque lo niegue publicamente.
Cuatro años más tarde, en 1990, en Av. Córdoba 1585 1º piso, sede de la empresa Yabito, aseguran que se habrían encontrado Monzer Al Kassar, Ibrahim al Ibrahim, Gaith Pharaon y Amira Yoma. El motivo del encuentro se desconoce.
Para el periodista Jacobo Timerman, la mafia de Yabrán era local, no internacional. El empresario no tenía jefe, tenía socios muy poderosos en la misma Argentina.
Una de las hipótesis más consistentes podría ser que Al Kassar compartiera algunos negocios con Yabrán (y sus socios), pero no estando en escalón superior a este último, sino como jefe de otra mafia nacional o internacional.
Más allá de las conjeturas de si Yabrán era subordinado de Al Kassar o no, es muy difícil creer que nunca se hubieran cruzado. Ya sea en algún despacho oficial, en reunión privada o en una junta de negocios.
Ambos compartieron personas conocidas y virtuales socios, mostraron iguales relaciones al mismo tiempo y obtuvieron favores similares de los mismos funcionarios.
“Al Kassar y Yabrán se valieron de las mismas relaciones para desarrollar sus negocios, y disfrutaron de la misma estructura de impunidad ofrecida por los mismos personajes”, dijo Cavallo a este cronista en una entrevista en el año 1996.
Un ejemplo elocuente de esta afirmacion es Emir Yoma, quien fue al mismo tiempo amigo de Al Kassar y de Yabrán. Su hermana Amira, también pudo haber sido el factor común de la relación: fue amiga íntima del traficante sirio, y hasta lo visitó en su casa de Marbella.
A su vez, su ex esposo –Ibrahim Al Ibrahim– para ser nombrado en la aduana de Ezeiza, contó con el visto bueno de Yabrán, quien tenía intereses en el aeropuerto.
Otro de los probables puntos de encuentro entre ambos pudo haber sido Ezeiza. Yabrán participaba de EDCADASSA a través de Villalonga Furlong, y controlaba los depósitos fiscales de la estación aérea como socio de la Fuerza Aérea. A su vez, los altos mandos aeronáuticos hacían operaciones con Al Kassar, quien estaba interesado en comprar aviones.
El exbrigadier Ernesto Crespo admitió que hubiera recibido a Al Kassar si éste le hubiera pedido una reunión y, por otro lado aceptó su relación con Villalonga Furlong, perteneciente a Yabrán.
El extinto Erman González admitió que cuando era ministro de Defensa, Yabrán iba a su despacho en representación de EDCADASSA. En ese mismo momento, Al Kassar quería comprar aviones a la Fuerza Aérea, la socia de Yabrán en los depósitos fiscales.
Otro de los nombres de la lista de personajes que unen a ambos es el de Abdón Adur, quien fue una persona clave en el trámite que terminó con la obtención de la carta de ciudadanía por parte del Al Kassar.
Abdón Adur, tenía una hija abogada, María Cristina, que era íntima amiga de Amira Yoma. Adur se consideraba a sí mismo operador de negocios del grupo Yoma.
Lo que vincularía a Yabrán y Al Kassar es que tanto Abdón Adur como su hija eran personas vastamente conocidas en Entre Ríos, donde para 1992 el empresario postal ya había comenzado a comprar campos en los alrededores de Larroque, el pueblo donde había nacido.
…
El 17 de marzo de 1992 estallaba la Embajada de Israel, mientras el ministro del Interior, José Luis Manzano, recibía un documento de la SIDE que aseguraba que Al Kassar estaba en Buenos Aires y que podría estar relacionado con el atentado.
Manzano sólo atinó a cajonear la carpeta y a asegurar –falazmente- que la explosión había sido producto de un coche bomba: una Ford F-100 cargada con Exógeno C-4. Lo único real era el explosivo, la camioneta no existía.
Menem, por su parte, sólo dedicó su esfuerzo a tapar todos los indicios que conducían a los sirios en la investigación. El tiempo borraría las huellas y la memoria.
La no investigación del atentado a la embajada de Israel envalentonó a los sirios, quienes empezaron a pergeñar un segundo mensaje que culminó a las 9.53 hs del 18 de julio de 1994, cuando explotó la sede de la AMIA.
Otra vez las primeras pistas conducían a Siria y Menem fue más lejos que antes: ordenó que no se investigara a ningún ciudadano sirio y habló crípticamente: “Les pido perdón”, aseguró ante el asombro de la gente. Nadie le preguntó por qué había hecho semejante comentario.
A pocas horas de sucedido el magnicidio, el primer mandatario llamó a su hija, Zulemita Menem, para ver si se encontraba en buen estado. ¿Por qué lo hizo? ¿Esperaba acaso una venganza personal?
No casualmente los primeros sospechosos fueron de nacionalidad siria, algunos de ellos de estrecha confianza con Al Kassar. Pero no podía -ni debía- acusarse a Siria.
El mismo día del atentado a la AMIA, agentes de la CIA y el Mossad dieron letra al Gobierno de Menem para que se inventara la historia de la Traffic bomba y se acusara a Irán por lo sucedido.
Siria era intocable: tenía negocios ocultos con Estados Unidos y traficaba armas con Israel. Irán, en cambio, era el enemigo natural de todos ellos y el mejor chivo expiatorio.
Mientras tanto, la conducción de AMIA y DAIA recibía millonarias sumas de dinero a cambio de no denunciar la “desinvestigación” del atentado.
Este descontrol permitió que finalmente Siria diera su tercer golpe de manera impune: el 15 de marzo de 1995 hubo un atentado contra el hijo del entonces presidente de la Nación, Carlos Menem Jr.
El primer mandatario entendió en seguida el mensaje: aunque públicamente aseguró que se trató de un “lamentable accidente”, a los pocos años reconoció que había sido un atentado. Lo hizo en el linving de Susana Giménez.
A sus íntimos ya les había confesado en privado que se trataba de una venganza por “acuerdos incumplidos”, cuyos detalles se llevó a la tumba este domingo.