Hace casi 20 años, el 24 de diciembre de 2001, Adolfo Rodríguez Saá asumió como presidente de la Nación, ungido por la pertinente Asamblea Legislativa luego de una maratónica sesión que se extendió durante toda la madrugada del día anterior.
Desde un primer momento, el puntano se mostró híperactivo, anunciando que ese mismo día empezaría a firmar una serie de convenios con los gobiernos provinciales "para poner en marcha 100.000 empleos esta semana".
Durante la misma jornada, sin perder la sonrisa, Rodríguez Saá se comprometió a informar diariamente "de manera transparente y sin dobles discursos" sobre los actos de gobierno.
Ello fue el comienzo de una gestión agitada, cargada de reuniones maratónicas y llamados interminables con sus ministros y colaboradores.
Una hiperactividad que le duró bastante poco, ya que una semana más tarde sería “renunciado” por un peronismo que se había visto alertado por sus ostensibles pretensiones de abrazar el poder de manera indefinida (curiosamente lo mismo que terminó buscando Néstor Kirchner).
Rodríguez Saá era un presidente interino, temporal, “de paso”. Así se lo habían dicho una y otra vez los jefes del peronismo, quienes nunca entendieron que la naturaleza del puntano era como la del escorpión.
La añeja anécdota sirve para entender lo que ocurre en estas horas con Juan Manzur, el incansable jefe de Gabinete de la Nación, que oficia como una suerte de Rodríguez Saá aggiornado.
Con idéntica forma de trabajar e idénticas pretensiones de poder. Porque Manzur no ha llegado solamente para salvar las papas al kirchnerismo. No.
Trabaja en un proyecto personal cuya meta es “depositarlo” en el sillón de Rivadavia dentro de dos años, cueste lo que cueste. Dicho sea de paso, como buen católico que es, el tucumano le ha puesto un nombre sugestivo a su hoja de ruta: “Juan 23”.
Manzur cuenta con una gran virtud en la política: no posee escrúpulos. Fue un invento de José Alperovich y, sin embargo, no dudó en sepultarlo cuando le fue conveniente. Luego se hizo “carne y uña” con Mauricio Macri y tampoco dudó en dejarlo a un lado cuando ya no le servía. Y así sucesivamente.
No obstante su buena estrella, Manzur debería ir oteando el derrotero de Rodríguez Saá, quien llegó con calcadas ilusiones y terminó abandonando el poder de una patada en el tujes.
Es que, los mismos peronistas que pusieron —y luego sacaron— al puntano, son los que ahora mismo se empiezan a fastidiar por sus ínfulas de poder.
Más le vale ir cubriéndose la retaguardia.
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