En los últimos días, docenas de columnas periodísticas se han escrito sobre Juan Manzur, básicamente por su rimbombante llegada a la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.
He leído casi todo lo que se ha escrito al respecto, y me he encontrado con pocas revelaciones, acaso porque conozco demasiado sobre el otrora ministro de Salud de Cristina Kirchner.
No obstante, cuando estaba por flaquear, cayó en mis manos un libro descomunal, una obra implacable, que cuenta lo que nadie había contado jamás sobre Manzur.
Escrito por tres periodistas de renombre, que seguramente me crucé en algunas de mis visitas a la provincia de Tucumán, pero que ahora mismo no lo recuerdo. Irene Benito, Indalecio Sánchez y Fernando Stanich. Un trípode blindado que forma parte de la redacción del centenario diario La Gaceta.
Allí, en su libro, los colegas se toman el trabajo de contar de manera detallada, didáctica y simple los desaguisados del flamante jefe de Gabinete, con una precisión de cirujano. Valga un detalle, acaso meritorio: el texto fue escrito en 2015, cuando nadie imaginaba que el kirchnerismo volvería al poder y mucho menos que convocaría a Manzur.
Cuenta el libro con un plus, también imperdible: el prólogo está escrito por Miguel Wiñazki. Con una síntesis de lo que veremos luego. Una suerte de aperitivo para una gran “comilona” posterior.
Insisto: cualquier puede hablar sobre Manzur —incluso yo— describiendo que es millonario y corrupto. Y que es un populista de manual. Y que falseó estadísticas de mortalidad infantil. Y todo lo demás.
Lo complicado es demostrar algunas de esas cuestiones. Y es justamente eso lo que hacen los periodistas que escribieron “A su salud”, la obra referida. Y los felicito, desde mi pequeño lugar en el mundo.
A continuación, les regalo apenas una "cucharada" de lo que han publicado Benito, Sánchez y Stanich. Sin pedirles permiso a los colegas, pero con la seguridad de que no se ofenderán. Va a continuación un “pedacito” del primer capítulo del libro, titulado “El médico de los milagros”:
Juan Luis Manzur es un hombre frío. Su semblante permanece inalterable aunque enfrente una discusión o un momento de distensión. Su mirada, penetrante, resulta siempre indescifrable. No hay mueca en su rostro que indique si está contento, triste o enfadado, siquiera contagia algo esa sonrisa que lo acompaña casi de manera constante. Su figura, imponente y lejana, apenas si despierta empatía. Tampoco habla demasiado.
Desconfiado y reservado, como esas estadísticas que dan cuenta de un milagro sanitario en una de las provincias más castigadas del país, "El Mocho" forjó durante su adolescencia y juventud nómade una personalidad solitaria y parca, casi incompatible con el crecimiento político que hoy ostenta.
En un edificio de la Caja Popular de Ahorros de Congreso 850 transitó su infancia marcada por las prácticas de rugby en el Club Cardenales hasta sus años de estudiante de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán.
Ya recibido y tras largas noches de estudio con los hermanos Gabriel, Daniel y Pablo Yedlin, hoy tres de sus colaboradores más cercanos, Manzur emprendió el camino del perfeccionamiento fuera de su hogar. El periplo incluyó primero una escala en la Capital Federal a fines de los años 80 y principios de la década de 1990. Comenzó con una residencia en cirugía general en el Hospital Álvarez de Buenos Aires; continuó con una especialización como médico sanitarista en la Universidad de Buenos Aires y siguió con estudios de cirugía plástica en el prestigioso Hospital Garrahan.
En ese tiempo de joven del interior en la gran ciudad se topó con quien, al final de cuentas, le abriría de par en par las puertas de la política: Ginés González García. Fue él quien, en plena década menemista, lo recomendó ante su amigo Alberto Rodríguez Saá, ya por entonces amo y señor de su provincia. Manzur inauguraba así su carrera en la esfera pública como viceministro de Salud de San Luis.
En tierras puntanas permaneció hasta 1999, cuando el propio González García propuso su nombre ante el influyente dirigente bonaerense Alberto Balestrini, que había ganado la intendencia del populoso y a la vez pobrísimo municipio de La Matanza.