Alberto Fernández habló, pero no dijo nada. O nada nuevo. Porque pronunció gran cantidad de palabras, pero que en esencia no significaron más que frases hechas. Latiguillos típicos de alguien que está en campaña.
Es curioso, porque ciertamente el mandatario parecía arengar en busca de votos. Y la campaña terminó hace unos días, y derivó en una derrota de proporciones para con el Frente de Todos.
Pero Alberto estaba ahí, hoy, hablándole a los propios, llevados casi a la fuerza, en micros siempre rentados. Que se dejaban ver a lo largo de la emblemática 9 de Julio.
En realidad, el presidente no les hablaba a ellos, porque todo lo que les dijo ya lo saben. No necesitan que alguien se los recuerde. Entonces, ¿a quién le hablaba?
Todo indica que su interlocutora era Cristina, quien, dicho sea de paso, fue la gran ausente. No solo en cuerpo presente, sino también en redes sociales. Ni un mensajito para el presidente que ella mismo coronó. Sintomático.
“Militar en política es un enorme acto de amor", dijo el jefe de Estado, y convocó a "estar unidos y traccionar todos para un mismo lado" para "dar inicio a esta segunda etapa de Gobierno, en la que empecemos con toda nuestra fuerzas a levantar lo que hay que levantar en Argentina". Teléfono para la vicepresidenta.
Poco antes le había dedicado otras palabras, reportándose: “Tengo muy en claro que hay mucho por hacer”.
¿Teme Alberto un golpe por parte de Cristina y se anticipó a los hechos? El tono defensivo de su discurso indica que sí.
Por eso se hizo rodear de los propios, como los “gordos” de la CGT y los referentes de su mayor confianza.
Nótese que La Cámpora llegó recién al final, cuando el discurso de Alberto había culminado. Diferenciándose se sus palabras. Coronando el acto, como si fueran más que el propio presidente de la Nación.
Una humillación más, de las tantas que supo recibir el jefe de Estado. Siempre acostumbrado a deglutir sapos, de diversa índole.
Es su naturaleza, nada que deba sorprender.
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