¿En serio la Justicia va a mandar a El Presto a juicio oral por presuntamente discriminar y hostigar a la primera dama, Fabiola Yañez?
¿En el país donde Cristina Kirchner zafó de esa misma instancia a pesar de haber birlado varios miles de millones a las arcas del Estado junto con un grupo de facinerosos?
¿Es que de pronto todos se volvieron locos? ¿O es un mal chiste de alguna cablera de noticias?
Nadie discute los eventuales excesos del colega —El Presto—, incluso uno se lo ha dicho en persona. Pero de ahí a querer meterlo preso o llevarlo a juicio oral... ¿no será mucho?
¿En la misma Argentina en la cual Carlos Menem murió impune? ¿En un momento en el cual una veintena de exfuncionarios corruptos del kirchnerismo han zafado de la prisión? ¿Con jueces que, salvo honrosas excepciones, abundan en insuperables máculas?
Todo es absurdo. La Argentina, de pronto, se inundó de una nueva pandemia: el virus de la irracionalidad. Una suerte de surrealismo que dejó bien pequeño al enorme Gabriel García Márquez.
Ante tamaño despropósito, uno se solidariza con El Presto, que intenta hacer lo suyo de manera honesta, sin sobres “bajo mesa”, ni operaciones de prensa de ningún tipo.
Se puede estar a favor o en contra de sus opiniones, o de su metodología, pero no se lo puede acusar de nada.
Lo dice alguien que lo conoce mucho, mucho. Y se insiste: uno lo banca.
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