“Esta mañana hemos decidido que, durante el próximo año, aumentaremos el salario mínimo”. La promesa, “de manual” de la clase política, la pronunció Nicolae Ceaucescu el 21 de diciembre de 1989.
En ese entonces era presidente de Rumania y aquellas palabras intentaban morigerar el descontento popular por lo errático de su gobierno.
El día que regaló aquella promesa —a la que se sumó el incremento de las pensiones— apareció asomado en el balcón del Palacio Presidencial de Bucarest, acompañado por su esposa Elena, sus guardaespaldas y varios dirigentes del Partido Comunista de aquel país.
Cuatro días más tarde, el matrimonio Ceaucescu era acribillado a balazos, luego de 22 años de un duro régimen comunista, ante el cual el pueblo rumano acababa de perder el miedo.
La política económica del clan lo único que había logrado era incrementar la pobreza hasta límites hiperbólicos, mientras los Ceaucescu acumulaban una de las fortunas más grandes de Europa.
Lo que se relata no intenta compararse con nada en particular. O con todo en general, tal vez. Porque dicen que “todo tiene que ver con todo”.
Acaso porque Alberto Fernández, en el acto que comandó este viernes, prometió eso mismo: que aumentaría las jubilaciones, y que mejoraría los salarios, y todo lo demás. Lo mismo que había jurado hacer durante la campaña en 2019... e incumplió.
Pero nadie irá a buscarlo para fusilarlo, ni a Cristina Kirchner. Por suerte. Porque la sociedad es civilizada y ha aprendido que los castigos se dan en otros lares, como las urnas. Donde los K fueron virtualmente destrozados.
Ciertamente, las palabras del presidente y su vice fueron un intento desesperado por mostrar todo lo contrario a aquella derrota. Como si realmente la ciudadanía los hubiera premiado por su forma de gobernar.
Pero fue todo lo contrario: lo que les exigió el electorado a Alberto y Cristina en aquellos comicios es algo de moderación política. Y algún tipo de ordenamiento de la economía argenta, que siempre parece a punto de estallar.
Ergo... ¿por qué no se escuchó nada de ello en el discurso del “Día de la democracia”? ¿Por qué los K no hablaron sobre la inflación, o el desempleo, o lo que realmente preocupa a la gente?
Lejos de aquellos reclamos, Alberto y Cristina se refirieron a una “mega conspiración” contra su gobierno, y los gobiernos de Lula y Chávez, y otros populistas de antaño, siempre con olor a naftalina. La persistente teoría del lawfare. Pura ficción.
En aquel discurso pronunciado antes de ser acribillado a balazos, Ceaucescu dijo algo similar: “Parece cada vez más claro que hay una acción conjunta de círculos que quieren destruir la integridad de Rumania y detener la construcción del socialismo. Su objetivo es poner de nuevo a nuestro pueblo bajo la dominación extranjera. Tenemos que defender con todas nuestras fuerzas la integridad e independencia del país”. ¿No se parece a lo que dijo Cristina el viernes pasado?
Al igual que el kirchnerismo, los Ceaucescu malinterpretaron las necesidades de su propio pueblo, que ya empezaba a hartarse de la interminable tiranía y las promesas incumplidas.
Aquel 21 de diciembre, los abucheos comenzaban a escucharse en la plaza de Bucarest, al tiempo que el dictador insistía en augurar una ridícula subida del salario mínimo, subsidios para más de cuatro millones de niños y el aumento de las pensiones.
Nunca entendió lo que la gente le pedía. Solo pudo comprender lo que le dijeron la boca de los fusiles que le dieron muerte. Demasiado tarde.
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