Mientras sigue la investigación de la secta de Villa Crespo, personal de Prefectura Naval detuvo este miércoles a uno de sus integrantes en el partido bonaerense de Berazategui, según informaron fuentes policiales.
El mismo tenía pedido de captura internacional. Se trata de Gabriel Armando Sorkin, quien fue interceptado por los efectivos en las calles 221 y 229.
Entretanto, se van conociendo más y más detalles de la operatoria de la organización que operó durante casi 30 años con total impunidad en la Argentina.
Quien vivió la situación desde dentro de la secta es Pablo Salum, quien hoy tiene 38 años y se dedica a ayudar de manera desinteresada a víctimas de grupos sectarios y asesora incluso a sus familiares. Con el tiempo se ha convertido en el principal referente de aquella problemática.
La conoce como nadie porque, como se dijo, fue una víctima directa. Cuando tenía 8 años, su familia ingresó en la Escuela de Yoga y su vida ya nunca fue igual.
Todo empezó cuando su madre manifestó una supuesta enfermedad “con la que perdía el aire”. En ese contexto, le recomendaron distintas alternativas “porque los médicos no le encontraban nada”, relata Salum.
Fue entonces cuando conoció la Escuela de Yoga y, particularmente, a su fundador, Juan Percowicz. Gradualmente, la mujer terminó metiendo a sus tres hijos dentro de la secta.
“Juan decía que era un ángel que había sido enviado a la Tierra con la misión de crear mil ángeles”, cuenta Pablo y detalla que, en tal sentido, se dictaban tareas para hacer “evolucionar” a los participantes de las charlas.
Con el tiempo, el grupo fue creciendo más y más, y las tareas, que en un principio implicaban leer libros y hacer tareas menores, terminaron llegando a la obligación de tener sexo con Percowicz. El líder ponía como excusa el hecho de hacer investigaciones del “lado erótico” de cada uno.
La movida llegó al extremo de obligar a mantener relaciones incestuosas, con “madres que se acostaban con sus propios hijos”. Entretanto, según Salum, la organización fue creciendo rápidamente y llegaron a tener filiales dentro y fuera del país.
“Estaba secuestrado en el edificio de la secta hasta que un día me logré escapar y me mudé con mi padre”, cuenta este último. Y revela que hizo entonces la pertinente denuncia judicial.
Eran los días de 1993 y quien se hizo cargo de la causa de marras fue el juez Mariano Bergés. Aparecieron en escena diversos delitos, entre otros: reducción a la servidumbre, explotación de menores y mayores y estafas. En un principio, el expediente avanzó raudamente, pero luego de un par de allanamientos y de “pasar de manos”, quedó cerrado “por falta de mérito”. Habían pasado cinco años.
En ese momento, mediados de 1998, Salum intentó visitar a su madre y sus hermanos, pero no tuvo éxito: “Me decían que no querían verme”.
En otro orden de cosas, a la hora de hablar sobre su propia psiquis, Salum reconoce que la experiencia lo afectó personalmente. “Todos aquellos que pasamos por una secta terminamos psicológicamente mal”, aseguró. Y puntualiza que ello lo motivó a avanzar en un proyecto de ley “anti sectas”.
“No hay muchas denuncias contra grupos sectarios, porque hay temor a las represalias o al qué dirán. Entonces, el problema se centra en las leyes, sino no hay forma de agarrar a los líderes. No hay forma de comprobar los delitos”.
Por eso, apenas salió de la secta Salum decidió investigar cómo es la legislación sobre cultos y religiones en otros países. Con ese bagage informativo avanzó en su propio proyecto de ley.
“Yo quiero que el Estado controle a estos grupos, que le brinde apoyo a las víctimas y que eduque a la población”, concluye. Mientras tanto, sabe que no hay descanso, porque hay muchas otras sectas dando vueltas por ahí. Entonces vuelve a su trabajo, siempre solitario, en su página web Librementes.