Un montón de tipos están ahí. Son miles y miles. Y hay tipas también. Sobre todo. Y también están ahí. “Bancando”, dicen. Y defienden a aquella persona que les birló miles de millones. Que eran dineros de esos tipos, justamente. Y de esas tipas.
Pero igual siguen ahí, como si no supieran que la persona que están apoyando les robó su plata. O sí. pero no les importa. Porque aquella que les quitó sus fondos les “regaló” una esperanza. Así de simple.
¡Con lo fácil que es andar prometiendo esperanzas! Total, luego jamás se exige que se cumplan. Porque basta asomarse un rato a cualquier esquina, de cualquier barrio, de cualquier provincia. Y no existe nada de aquello que les prometieron.
No hay asado, ni heladeras llenas, ni justicia social, ni nada de nada. Todo lo contrario: hay salarios paupérrimos, y desempleo récord, y pobreza ad hoc. Sazonado todo con una inflación imparable, que colisiona de frente con las ilusiones de aquellos tipos. Y de aquellas tipas.
Pero todos siguen ahí, gritando, y bancando, y jurando morir por la persona que les birló miles de millones. Y es surrealista la escena. Casi macondiana. Con perdón del gran Gabo.
Les prometieron soles y primaveras, y los vienen abrochando con lluvias y tempestades. Ni un rayito de sol. Nada de nada. Y así día tras día. Y los tipos igual saltan, y gritan, y gesticulan. Y se rasgan vestiduras que no tienen.
Y a esas erráticas promesas se suma el choreo. Innecesario. Sobre todo en semejante proporción. ¿Miles de millones? ¿Para qué tanto? ¿Quién necesita tal cantidad de plata?
Pero nadie se pregunta eso, lo obvio, lo esencial y nada invisible a los ojos. Todos siguen ahí, saltando, bancando, “regalando” lo que no tienen. Y entonces todo cobra sentido. ¿Cómo no robarles miles y miles de millones si los tipos siguen ahí, apoyando… y las tipas también?
Son fanáticos, de manual. Y los fanáticos son fáciles de conformar. Con un par de frases, y gestos, y sonrisas de ocasión. Y no hace falta nada más. No importa si no hay heladeras llenas, ni asado, ni empleo… incluso ni siquiera planes sociales. La sonrisa de la “lideresa” llena las panzas. O al menos hace algunas cosquillas en ese rincón vacío.
Y lo peor: nadie pregunta nada, ni cuestiona, ni duda. Aún cuando se está ante un hecho de corrupción como pocas veces se vio en la Argentina. Innegable. Documentado.
Está probado que se han birlado más de 5.200 millones de pesos durante 12 años. Durante los gobiernos de los Kirchner. Funcionarios de los Kirchner. Nombrados por los Kirchner. ¡Amigos de los Kirchner! Y ahora dice una tal Cristina que no los conocía tanto en realidad, ni tampoco sabía lo que hacían mientras ella gobernaba.
Y uno se siente forreado ante tal explicación: vaga, difusa e irritante. Que no se condice con los hechos. Que quedaron incluso registrados en comprometedores mensajes de Whatsapp.
Y la tal Cristina explica que todo se trata de algo llamado “lawfare”, que es una especie de conspiración entre medios de comunicación, políticos, fiscales, jueces y, por qué no, marcianos. Y nadie que tenga más de UN dedo de frente se lo puede creer.
Porque, ¿cómo es que no hay una sola prueba de aquel bendito “lawfare”? ¿Cómo se explica que no exista un solo mensaje filtrado entre conspiradores? ¿O algún arrepentido procaz?
Ciertamente, lo único que existen son excusas. Y el lawfare es eso: una excusa para intentar justificar el choreo de miles y miles de millones. Comandado a lo largo de 12 años.
Y es tan obvio, que avergüenza tener que explicarlo en estas líneas. Para nada finalmente. Porque los tipos siguen ahí, saltando como locos. Y las tipas también. Bancando, dicen.
Entonces, la decadencia argentina cobra explicación, de repente. Está ahí, en situaciones como la descripta. Que pasó hace un rato nomás. En un granado lugar de la Capital Federal.
Es un fenómeno que no tiene que ver con ideologías, a pesar de que muchos crean que sí. Es un “gen” que es parte del ser argentino, siempre irredento.
Se manifiesta a través de un tópico llamado “grieta”, que divide a dos bandos que creen que tienen razón, alternativamente, cada uno con sus argumentos y justificaciones.
Pero el problema es otro, se llama corrupción. Y no debe justificarse por la pertenencia a uno u otro lugar de la grieta. Porque si en lugar de esa tal Cristina el cuestionado fuera otro fulano llamado Mauricio Macri, pasaría lo mismo, pero al revés. Y es insoportable.
Y lo peor, pasan los años y, en lugar de cesar, el fenómeno crece y crece cual monstruo. Aplastando algo que alguna vez tuvieron todos esos tipos. Y esas tipas también. Llamado “pensamiento crítico”. Y de manera directamente proporcional, el monstruo destroza otra cosa parecida, llamada “sentido común”.
Y entonces aparecen las preguntas obvias, acaso inquietantes: ¿Cómo se vuelve ahora de todo eso? ¿Cómo se mata a ese monstruo para regresar a la normalidad?
Son preguntas que uno se hace, cada tanto, desde su pequeñísimo lugar del universo, sin lograr responderlas jamás.
Hasta que uno entiende lo obvio: capaz que todos esos tipos, y también todas esas tipas, no quieren matar al monstruo. Todo lo contrario.