La calentura que en estas horas manifiestan los principales referentes de La Cámpora, es indescriptible. Por diversos motivos, acumulados a lo largo de los últimos meses. Que culminaron con la condena contra Cristina Kirchner a 6 años de prisión por corrupción.
Culpan por ello a Alberto Fernández, quien parece haber olvidado que había refrendado con la vicepresidenta un acuerdo de palabra en los idus de mayo de 2019, mientras caminaban por los inacabables jardines de la Quinta de Olivos. Allí, el hoy primer mandatario le prometió a su hoy vice que la aliviaría de sus problemas judiciales. Pero no cumplió. Siquiera lo intentó.
De hecho, los usuales operadores judiciales del Frente de Todos se mostraron desorientados por la ausencia de órdenes en tal sentido durante los tres años de mandato de Alberto Fernández. Era tan simple como dar la pertinente instrucción. Porque los operadores jamás operan para sí, solo lo hacen “a pedido de” tal o cual persona.
A aquella inacción presidencial debe sumarse el atrevimiento del jefe de Estado, quien esta semana osó lanzarse a su propia reelección. Ello derivará en una oportuna venganza camporista, aunque por ahora parezca que solo reina el silencio.
Nótese que en el acto de marras, donde Alberto dijo que se pondría al frente de la campaña del 2023, había más sillas vacías que ocupadas. Un papelón de aquellos. Y de todos los gobernadores del PJ, solo uno se dejó ver allí, el tucumano Osvaldo Jaldo.
Hubo también ausencias notorias, como las de Sergio Massa y Eduardo “Wado” De Pedro, no casualmente dos de los “anotados” para sucederlo en el sillón de Rivadavia.
Como sea, lo que sorprende es que Alberto se anime a semejante aventura con una valoración tan baja en las encuestas de opinión. Apenas sí araña el 6% de imágen positiva. Ni Fernando De la Rúa llegó a tal piso, en el peor momento de su gestión.
La explicación a su intentona de seguir en el poder se ha revelado en esta misma columna hace algunas semanas: quienes rodean al presidente lo nutren de información positiva y le cercenan las “malas nuevas”. Cuando no lo logran, le relativizan lo publicado, asegurándole que es un error del periodista que lo cuestiona. Una suerte de “diario de Yrigoyen”.
La que cumple con mayor eficacia aquella tarea es la portavoz Gabriela Cerruti, una de las que lo animan a embarcarse en la aventura reeleccionista. Otro de los que lo empuja es el multimillonario Juan Manzur, quien le promete fondos frescos para encarar la titánica tarea.
El otrora gobernador tucumano habla por sí, pero también en nombre de Hugo Sigman y otros empresarios farmacéuticos, siempre prestos a poner plata para luego cobrarse el favor en jugosos negocios con el Estado. Es lo que viene haciendo desde hace 20 años, con los sucesivos gobiernos. Incluido el de Mauricio Macri.
No obstante, el principal escollo para los planes de todos los mencionados es que el kirchnerismo es un experimento que ha llegado a su fin, tras 20 años de ejercer el poder de la manera más brutal que se haya conocido.
Se trata de un esquema de gobierno muy particular, que solo funciona con dinero contante y sonante. Como todo populismo. Por eso, los primeros años fueron tan exitosos, porque había mucha plata. Y el viento de cola de la economía internacional no dejaba de aportar ingentes dólares para estos lares.
Dicho sea de paso, uno de los desafíos en el mediano plazo será ver en qué se convierte el peronismo a partir del perecimiento K. Porque supo ser de derecha con Carlos Menem y se fue al extremo opuesto con los Kirchner. ¿Y ahora qué?
La única precisión al respecto es la propia muerte del kirchnerismo, una movida nacida al calor del “Que se vayan todos” de fines de 2001. Que no sirvió de nada finalmente, porque nadie se fue.
Uno de los temores -y las broncas- del camporismo en estas horas refiere a ese abrupto final, que los dejará huérfanos de cargos y cajas millonarias, con todo lo que ello implica. Sin mencionar todo lo que se supone que se irá descubriendo dentro de las dependencias que supieron comandar en los últimos años, con absoluta discrecionalidad. Desaguisados millonarios que ya mismo pueden presumirse.
Ello explica el incómodo acercamiento de los principales referentes de La Cámpora hacia la figura de Sergio Massa, cuyas políticas terminaron siendo más neoliberales que las del denostado Martín Guzmán. Se ha visto en el marco del acuerdo con el FMI y sorprenderá aún más cuando se conozca la letra chica del “entendimiento” con EEUU para cruzar información fiscal de argentinos que tendrían divisas ocultas allí.
Massa representa para Máximo Kirchner y su séquito la única esperanza de poder seguir manteniendo aquellas cajas y cargos en el Estado. El vástago de Cristina no desconoce los cercanos vínculos del ministro de Economía con reputados empresarios que gravitan en el Círculo Rojo y la embajada de EEUU.
Sin embargo, no hay una sola encuesta que le regale a Massa más del 17% de las preferencias electorales. Y, para colmo, la Justicia ha comenzado a hurgar en su patrimonio, envalentonada por el renunciamiento de Cristina.
Como se sabe, el Poder Judicial es “contracíclico”, solo se anima a avanzar cuando el gobernante de turno ya no tiene poder. Y eso es lo que ocurre en estas horas.
De hecho, en los próximos días habrá una novedad judicial que pondrá de muy malhumor a Massa. Y por carácter transitivo molestará también a los capitostes del Frente de Todos.
Para colmo, la novedad llegará a raíz de una denuncia que hizo quien escribe estas líneas. Será una suerte de remake de lo sucedido con Amado Boudou en 2017, quien terminó preso por una denuncia del año 2012 que solo cobró impulso cuando Cristina dejó de ser presidenta.
Esa presentación también la hizo este cronista. Como dice la frase que suelen atribuirle a Karl Marx, “la historia se repite dos veces…”.
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