Javier Milei se mira al espejo y gesticula. Se habla a sí mismo, practicando una y otra vez lo que dirá en su ocasional mensaje a la ciudadanía.
Es su rutina cada vez que se prepara para avanzar en alguna diatriba por alguna cuestión puntual. Ya sea un discurso, una exposición, una cadena nacional, o lo que fuere.
Intenta evitar los latiguillos y las redundancias, pero le cuesta. No es tan fácil quitarse de encima términos como “o sea” y “digamos”, que reitera en cada oración. No obstante, lo intenta. Sabe que a la larga lo conseguirá. O al menos eso cree.
También le inquieta verse gordo. No lo está, pero él se ve así. Sobre todo en el rostro. Por eso se hace “retocar” en las fotos oficiales, para que le afinen las facciones.
Lo propio hace con su papada, que sabe maquillarse para que parezca que no existe. Fue una ocurrencia de Lilia Lemoine que el libertario adoptó para siempre.
Esa obsesión con su peso es lo que explica la pose que sabe impostar en las ocasionales fotografías que le toman, donde intenta que las cámaras lo capturen desde arriba. También muerde la zona interna de su boca, el trígono retromolar, para “achicar” sus cachetes (ver la imagen al pie).
Como puede verse, Milei es un obsesivo con el “fondo”, pero también con las “formas”. Esa neurosis en los pequeños detalles contrasta con su severa incapacidad para dialogar con la oposición. Algo que deberá cambiar lo antes posible.
Será el gran desafío que le espera al flamante presidente de la Nación, sobre todo por la debilidad que ostenta en el Congreso Nacional, donde solo posee 40 diputados y 8 senadores.
Milei cree que la soberbia es su mejor herramienta para avanzar en su gobierno, pero eso es un error que puede truncar sus proyectos. Es el mismo vicio que caracteriza a sus seguidores en redes sociales.
Una horda de tuiteros virulentos que atacan a todo aquel que osa hacer una crítica al gobierno del libertario, aún cuando la mayoría de las veces se trata de apreciaciones constructivas. Nada que envidiar a La Cámpora.
El año 2024 llegará con desafíos de diversa índole. Y uno de ellos será este mismo, lograr aprender a acordar. No solo el presidente, sino también su interminable séquito de fanáticos. Como dijo alguna vez el sociólogo y físico francés Gustave Le Bon, “gobernar es pactar; y pactar no es ceder”.