Pocos recuerdan que, meses antes de tener que abandonar el poder, Fernando de la Rúa obtuvo el apoyo irrestricto del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En esos días, el entonces presidente de la Nación lanzó un severo ajuste para contener el déficit y motorizó puntuales propuestas de inversión y crecimiento.
En tal contexto, De la Rúa recibió el referido espaldarazo. Fue en un desayuno que compartió con el ex director gerente del FMI, Horst Köhler; el ex subgerente del organismo, Stanley Fischer; el ex director ejecutivo del Banco Mundial, Shengman Zhang, y el entonces presidente del BID, Enrique Iglesias.
El programa del Fondo con la Argentina “marcha sobre ruedas”, dijo entonces el vocero del FMI, Thomas Dawson, una vez culminada la reunión de marras. Por su parte, Teresa Ter-Minassian, jefa de la delegación que revisó las cuentas públicas en los últimos 15 días, dijo a diario La Nación que el gobierno argentino “no va a tener ningún problema en cumplir las metas del primer semestre”, y destacó la “unidad política” detrás del ajuste de gastos dispuesto por De la Rúa.
En el ágape, el ex mandatario y sus ministros detallaron cómo sería el plan de infraestructura por unos 26.000 millones de dólares que oficiaría como uno de los ejes para el “despegue” de la economía.
“Ajustes como el que hizo la Argentina son muy severos y dolorosos. Aquí hubo un mensaje político de gran unidad de parte de los distintos partidos presentes, que es muy importante para la comunidad internacional”, expresó Enrique Iglesias.
No fue todo: Dawson, entonces vocero del Fondo, sostuvo que “claramente en el primer trimestre se alcanzaron las metas establecidas. Y añadió. “La impresión de la misión es que ocurriría otro tanto en el segundo trimestre”. Ello jamás sucedió.
Ese mar de optimismo fue coronado con un comunicado, a través del cual el FMI señaló que sus autoridades expresaron a De la Rúa “su fuerte respaldo a las políticas” para consolidar la situación fiscal.
No hace falta recordar cómo terminó todo: en diciembre de 2001, el entonces jefe de Estado debió irse de la Casa Rosada en un helicóptero. La Argentina ingresó entonces en una de sus peores crisis, de la cual aún quedan puntuales resabios.