Es una buena noticia, hay que decirlo. Que el kirchnerismo convoque al diálogo es una gran buena nueva, aunque —también hay que decirlo— es algo tarde y estéril. Y es que, en realidad, no busca el oficialismo hablar de nada con nadie, sólo ganar tiempo para salir de ciertas encrucijadas de la coyuntura política actual.
El diálogo no sólo tiene que ver con el acto de sentarse a hablar formalmente con alguien, también se conversa a través de los gestos y las acciones concretas. Si el kirchnerismo busca realmente diálogo, ¿por qué no reformó el Consejo de la Magistratura o eyectó al pernicioso Guillermo Moreno de su cargo? ¿Necesita el gobierno que esto le sea dicho en la cara para darse cuenta de esa y otras situaciones anómalas?
Las escépticas declaraciones de los principales referentes de la oposición, asegurando que no se sentarán a conversar con los Kirchner ni sus ministros, tienen que ver justamente con esto último. ¿Necesita el oficialismo que alguien le diga lo que está mal para modificarlo?
El problema es otro y no es difícil imaginar con quién está relacionado: el ideólogo del llamado al diálogo es Néstor Kirchner, quien sigue actuando como hombre fuerte en las sombras. No busca consensos el "Presidente de facto", sino dividir a sus propios enemigos. En ese contexto se entiende que no se haya convocado al campo a la mesa de conversaciones.
Lo cierto es que pocos creen hoy en la sinceridad de la convocatoria, aún cuando finjan estar interesados en seguir adelante con este juego de apariencias. Los contados referentes y empresarios que se muestran abiertos al diálogo, al mismo tiempo que esperan señales del gobierno, negocian los mismos puntos con la oposición. La realidad es que nadie traga los mismos sapos dos veces, menos aún cuando estos tienen el rostro de acomodaticios pingüinos.
Mal que le pese al kirchnerismo, hoy la oposición no necesita ni busca diálogo. Después del 28 de junio, muchos se han desayunado con la buena nueva de que los cambios que venían impulsando, los pueden generar ellos mismos. Por caso, el radical Ernesto Sanz dará en las próximas horas un elocuente viraje de timón dentro del —hoy kirchnerista— Consejo de la Magistratura.
Este último organismo sea quizás el emblema más puntual de la idiosincracia del kirchnerismo. Allí se manipula a los jueces sin ningún disimulo a efectos de controlar los expedientes judiciales que comprometen al Gobierno. Por caso, basta puntualizar en los desaguisados del juez de Zárate-Campana, Federico Faggionato Márquez, quien acumula 40 denuncias ante ese Consejo y permanece en su cargo merced a —entre otras cosas— la campaña sucia que llevó adelante contra Francisco De Narváez durante la campaña legislativa que culminó el 28 de junio pasado.
Sostienen al ímprobo magistrado, dos de los "títeres oficiales" ante el Consejo de la Magistratura: Diana Conti y Carlos Kunkel, dos funcionarios a prueba de fuego. Ninguno de los dos consejeros desconoce que Faggionato está acusado de diversos delitos penales, que incluyen el contrabando, la protección a la delincuencia y hasta el narcotráfico, pero lo sostienen en su cargo a pedido del matrimonio Kirchner.
Situaciones similares se cuentan por docenas en otros organismos públicos como el INDEC y la Sindicatura General de la Nación. Por eso aparece el escepticismo de la oposición a la hora del supuesto diálogo, porque no hay gestos reales por parte del oficialismo de querer cambiar nada.
"La verdad es que sólo se intenta estirar lo más posible el tiempo para poder pactar una salida elegante, hay un plan B que ustedes publicaron relacionado a la salida anticipada del poder de los Kirchner", admitió una importante fuente de Balcarce 50 a este medio hace muy pocos días.
Es en ese contexto —y en ningún otro— que debe entenderse el pedido de diálogo por parte del gobierno. Es otro de sus inútiles manotazos de ahogado, el último eslabón de una larga cadena de desaciertos oficiales.