A medida que pasan los días, crece la escalada belicosa entre el gobierno y la oposición, ostentando como telón de fondo la figura de Martín Redrado y la conformación del ya tristemente célebre Fondo del Bicentenario.
Es interesante ver cómo, a fuerza de una innecesaria avanzada verbal, esos mismos tópicos que llevaron al enfrentamiento entre una y otra facción, han pasado a un segundo plano. Hoy ya casi no se habla del Banco Central, y han vuelto al centro de la escena temas tales como la “catadura moral” del vicepresidente Julio Cobos y los miedos de la presidenta Cristina Kirchner de delegar su poder en este último.
En tal sentido, se ha zanjado virtualmente en dos mitades el apoyo a uno y otro sector en disputa. Por un lado, están los obsecuentes de siempre –Hugo Moyano incluido- apoyando la embestida oficial contra Cobos y refrendando con su actitud las políticas del kirchnerismo. Por otro lado, la oposición aprovecha la debilidad gubernamental para mover sus piezas en una intrincada partida de ajedrez que está lejos de buscar la paz social.
Nadie es inocente en este juego, especialmente porque todos actúan de acuerdo a sus propios intereses. Unos, con los ojos puestos hacia el 2011, trabajando en el posicionamiento de sus figuras de cara a las elecciones que se avecinan; otros, trabajando en pos de sus réditos personales.
Un par de ejemplos a ese respecto:
1-Nadie en su sano juicio puede creer que el apoyo de Moyano al gobierno sea espontáneo. Hay conocidos intereses –principalmente monetarios- que obligan al poderoso sindicalista a actuar más allá de sus propias convicciones.
2-Personajes de la talla de Daniel Katz, otrora kirchneristas y hoy en contra del oficialismo, no pueden sino actuar a favor de sus personales intereses.
En fin, el destino de
Sabido es que la economía de un país se basa principalmente en la confianza que genere, tanto adentro como afuera de sus fronteras. Esa confianza tiene que producirse desde la política, a través del discurso y los hechos. De lo contrario, se empieza a generar una imparable incertidumbre que termina conspirando contra la propia Nación.
Un ejemplo: si frente al temor de un colapso, de pronto la sociedad toda se dirigiera a retirar sus ahorros de los bancos, quebraría la economía de ese país. No porque no haya solvencia económica suficiente, sino porque el sistema no está preparado para satisfacer la demanda de todos aquellos que participan en su integración.
Este básico concepto debería ser suficiente como para estimular a los referentes políticos vernáculos –del oficialismo y de la oposición, se insiste en mencionarlo- para que detuvieran por un momento la puja que llevan adelante y piensen un poco más en la salud de
En la coyuntura que se vive en estas horas, amerita un gesto de grandeza por parte de esa dirigencia, una actitud que deje de lado los intereses propios y tenga en cuenta las necesidades de la sociedad toda.
Si esto no ocurre, será la ciudadanía argentina la que sufrirá los coletazos que vendrán.
Aún, por fortuna, existe tiempo para evitarlo.