¿Para qué sirve el Servicio Militar Obligatorio? ¿Sirvió mientras estuvo implementado en nuestro país? ¿Sería útil volver a reflotarlo hoy en la Argentina? Las dudas se hacen carne cuando se observa el avance de un proyecto en ciernes firmado por el diputado salteño Alfredo Olmedo, que intenta volver a implantar la célebre “colimba”.
La simple observación de la encuesta que lleva adelante diario MDZ a ese respecto, parece responder a esos interrogantes. Por caso, al momento de escribir estas líneas, el 66,7% de los lectores juran estar a favor de la vuelta del Servicio Militar Obligatorio. Todo un dato.
Sin embargo, ¿qué motiva a los lectores, a la sociedad más bien, a pensar que la “colimba” pueda ser algo beneficioso para los más jóvenes? Presumiblemente, en el imaginario popular persista la idea de que será una especie de “cura” para los supuestos males que hoy viven los jóvenes. Estos, vinculados a la falta de un rumbo específico y el aumento de la vagancia juvenil —entre otras cosas—, verían su preciso antídoto en el regreso de la instrucción castrense. Se insiste: siempre en el imaginario social.
Bien, en mi opinión personal, esto no es así y está lejos de serlo. Ampliamente, la ciencia ha demostrado que la conformación de la personalidad del ser humano es parte de un complejo proceso en el cual confluyen diversos factores, tales como la familia, las relaciones cotidianas, el ámbito social y hasta un componente genético innato. En ese contexto, lo que puede llegar a hacer el servicio militar en la idiosincracia humana, sería ínfimo.
Y aún si lograra hacer mella en la mente de los jóvenes, sospecho que no revertiría ninguno de esos “males” que muchos ven en la juventud de estos días.
¿Cómo puede ayudarlos una eventual instrucción castrense que sólo ha demostrado incentivar el robo y la mentira entre quienes componen sus filas? ¿Cómo podría ser productiva una actividad que, en lugar de promover el pensamiento crítico, alimenta el más dañino dogmatismo?
Ya se sabe: el avance intelectual de una persona es inversamente proporcional al absolutismo cultural y/o social. El Servicio Militar Obligatorio encarna justamente esto último.
No casualmente, Alemania ha decido suspender la instrucción castrense en estas mismas horas, siendo uno de los pocos países de la Unión Europea donde aún permanecía en pie.
En fin, no es la “colimba” la panacea que ayudará a encauzar la situación de la juventud vernácula. Mal que le pese a más de uno, la solución de este conflicto es tan o más complicada que su propio diagnóstico.
Los jóvenes son un ineludible espejo de una sociedad que ha perdido sus valores y que alimenta sus propias hipocresías, retroalimentando su propia decadencia, en un círculo vicioso que parece no tener fin.
Es imposible pedirle a la juventud que no mienta, cuando el mensaje social es justamente el contrario; donde el engaño y la estafa son moneda corriente. Es hipócrita reclamar honestidad a los más jóvenes cuando los mayores ostentan el récord de engaños a propios y ajenos.
Es eso lo que debe cambiarse de raíz, antes de improvisar “soluciones mágicas” que no servirán más que para hacer perder a los más jóvenes un tiempo precioso, enmarcado en los mejores años de sus vidas.
Ergo, hasta que esto no cambie, de nada servirá volver a instaurar el Servicio Militar Obligatorio.
Christian Sanz