El 20 de mayo de 1998, en medio de sospechas sobre su participación en el asesinato del periodista José Luis Cabezas y vigilado de cerca por sus vínculos con las drogas y el lavado de dinero, Alfredo Yabrán apareció muerto de un escopetazo en la cara.
La noticia, que cubrió los titulares de diarios y revistas de todo el mundo, provocó una inevitable conmoción en la opinión pública, que veía al oscuro empresario como un personaje muy poderoso, relacionado a lo más importante del arco político vernáculo.
Por eso, entre la enorme cantidad de interrogantes que quedaron flotando en el aire, el más fuerte de ellos está relacionado con su propia desaparición. Y es que, así como una parte importante de la gente asegura que Yabrán está muerto, otra gran cantidad de personas jura que el empresario postal está vivito y coleando en algún lugar paradisíaco de este mundo.
Ambas hipótesis, que suenan descabelladas según quien las analice, son el motivo de esta nota pero, más allá de tal análisis, no debemos perder de vista que lo realmente importante no tiene que ver con el hecho de si Yabrán está vivo o muerto, sino con la estructura de negocios sucios que dejó tras su desaparición.
No olvidemos que el sospechado empresario postal manejaba una aceitada maquinaria relacionada al tráfico de estupefacientes y su posterior lavado de dinero.
Drogas: haciendo historia
Alfredo Yabrán hizo uno de sus primeros negocios importantes cuando le vendió a YPF computadoras Burroughs. Posiblemente en esa época comenzó su vínculo con el fallecido sindicalista petrolero Diego Ibañez, de quien heredaría, luego de su muerte, parte de su equipo de matones.
Diego Ibañez era un hombre que se jactaba de controlar hasta el menor movimiento del puerto marplatense. Otro sindicalista, Luis Barrionuevo opinó de él: “De todos nosotros, uno sólo hizo plata en serio, plata grande de veras”.
El Gallego Ibañez estaba estrechamente vinculado al general Suárez Mason, quién fue presidente de YPF durante dos años cruciales, en los cuáles se esfumaron de sus arcas alrededor de mil millones de dólares. Buena parte de los negocios que registraron esas pérdidas los hizo YPF con Licio Gelli, Gran maestre de la Logia P-2, en las habitaciones del hotel Excelsior, en Roma, con la activa participación de Ibañez.
Fuentes de inteligencia vincularon repetidamente a Diego Ibañez con el frigorífico Estrella de Mar —ex frigorífico Poletti— donde habría estado asociado con Jorge Antonio Chividian, el fallecido hombre de negocios que fuera el principal financista en el exilio del ex presidente Juan Perón e introductor del joven Monsser al Kassar en el ambiente de negocios de Argentina.
Estrella de Mar estuvo en el centro de la Operación Langostino, el secuestro de unos seiscientos kilos de cocaína envasados entre crustáceos de ese frigorífico, listos para su despacho a Europa.
Cuando el hijo de Diego Ibañez fue secuestrado, Yabrán le acercó dos millones de dólares para pagar el rescate. El secuestro lo había hecho un familiar lejano que se había enterado de que Ibañez había cobrado esa suma, producto de una operación non sancta. Según la historia oficial, el familiar nunca había pensado dejar con vida al muchacho —quien lo habría reconocido— y lo mató con una pala antes de siquiera cobrar un peso.
Un par de años más tarde, el mismo Diego Ibañez encontró la muerte cuando viajaba en auto a Mar del Plata. Curiosamente estaba solo. Nadie puso en duda públicamente que hubiera sido un accidente.
Primera hipótesis: Yabrán muerto
Tanto Ibañez como Yabrán formaban parte de una organización internacional que suele cobrar sus deudas en la vida de los hijos de los desleales. Y uno de los puntos más susceptibles en Alfredo Yabrán eran justamente sus herederos. Es por eso posible pensar en la posibilidad de un suicidio inducido. Esta hipótesis, al menos, fue la primera que circuló entre los servicios de inteligencia para intentar explicar la muerte de Yabrán.
¿Estaba amenazado? Sí. El mismo lo admitió antes de morir. Era amenazado y seguido. ¿Quién lo seguía? ¿Las amenazas tenían como objeto sus hijos? Su supuesto sucesor, Héctor Colella, dijo haber recibido de Yabrán un pedido expreso de que se ocupase de su familia cuando apenas faltaban 24 horas para su muerte.
-“Hay una versión de que a Yabrán lo habrían presionado con amenazas a sus hijos...” preguntó a Colella un periodista de Clarín.
-Yo estuve cerca de ellos y no me enteré. Su hija, Melina, fue todos los días normalmente al jardín de infantes donde hace prácticas. Si hubiera pasado algo me lo habrían dicho”, respondió en entrevistado.
¿Cómo había adivinado Colella que la ola de rumores se refería a Melina, por la que Yabrán sentía una adoración y que era su talón de Aquiles?
Pocas horas antes de que Yabrán muriera por su propia mano, el 20 de junio de 1998, el economista Juan Alemann publicó un artículo en el que lo acusaba de ser "testaferro de traficantes, o incluso de participar del negocio".
La posibilidad de que Yabrán se haya suicidado creyendo que de lo contrario sus hijos sufrirían las consecuencias es alta. Para cuando jaló la cola del disparador de su escopeta preferida, todos sus canales con el Poder habían sido bloqueados. Se sentía solo, sabía demasiado y nadie quería que conservase la vida si perdía el poder. Ni siquiera él.
Segunda Hipótesis: Yabrán vivo
Pocos saben que días antes de su muerte, Yabrán le regaló a su fiel amigo Carlos Galaor “Coco” Mouriño una novela llamada El socio, del escritor John Grisham, basada en la historia de un hombre que finge su propia muerte para escapar de la justicia.
Las similitudes entre el mafioso de la novela —Patrick Lannigan— y Yabrán son realmente asombrosas y cabe preguntarse cuáles fueron los reales motivos que llevaron al empresario postal a obsequiar dicho libro a un hombre tan rústico como es Coco Mouriño.
Reforzando esta hipótesis, en agosto de 1998, un conocido periodista, Leo Gleizer, denunció públicamente que tenía la certeza de que Yabrán estaba escondido en un puerto de Siria llamado Latakia. Según él, una “fuente inobjetable” se lo había asegurado.
Asimismo, en el mismo momento en el que se hacía publica la muerte de Yabrán, se comenzó a hablar en Entre Ríos de la extraña desaparición de un “vagabundo” físicamente parecido al poderoso empresario postal.
Más allá del mito y para el pensamiento lógico, se hace difícil creer que teniendo tanto dinero y alternativas, Yabrán haya optado por suicidarse.
Él sabía que el juez Macchi ordenaría su captura con suficiente antelación gracias a la perspicacia de uno de sus abogados, el ex camarista Guillermo Ledesma, quien lo había llamado para avisarle. "Tenemos todo listo para que se vaya a Siria", le dijo inmediatamente una persona de su confianza.
Yabrán sabía que no iba a poder esconderse por mucho tiempo. Sentía que sus vínculos políticos se evaporaban, la Corte Suprema de Justicia le había dado la espalda, y el FBI se había encargado de presionar sobre las puertas de los despachos oficiales.
Al mismo tiempo, días antes de su desaparición, el jefe del FBI, Louis Freeh había aterrizado en Buenos Aires, oficialmente para hablar de "terrorismo, lavado de dinero y narcotráfico" con Carlos Menem y funcionarios de su gobierno. Pero de manera reservada, había demostrado su interés en Yabrán, a quién consideraba un pez importante en el universo del lavado de dinero proveniente del narcotráfico, el tráfico de armas y otros crímenes.
Según otro sospechado permanente, Eduardo Duhalde, las autoridades norteamericanas seguían con detalle las conexiones oficiales de Yabrán con sectores del poder económico también sospechados de lavar dinero Cuesta creer que, ante la certidumbre de estos movimientos de sus enemigos jurados, Yabrán no haya hecho nada. Y que se haya matado sin acusar a nadie concreto de su desgracia.
Cuesta creer que no haya intentado zafar de algún modo.
Pero lo que más cuesta creer es que el Grupo mafioso que comandaba se haya disuelto en la atmósfera.
Eso sí que no lo cree nadie.
Christian Sanz
Autor libro La larga sombra de Yabrán
(Editorial Sudamericana/1998)