El oficio de adivinar el futuro es casi tan antiguo como la humanidad. En todas las épocas y en todos los países del mundo existen personas que se arrogan la capacidad para saber qué deparará el destino a aquellos que los consultan.
En general, las predicciones que hacen estos supuestos dotados son genéricas y ambiguas, con muy pocos detalles. Eso les permite “acomodar” sus profecías a casi cualquier tipo de situación. Por ejemplo, cuando un adivino augura que una persona viajará en el futuro, bien pude tratarse del traslado en avión de un país a otro, como de un breve paseo en colectivo. Todo es acomodable.
No es algo novedoso ni mucho menos. Por caso, la vaguedad de las predicciones de los videntes fueron estudiadas y catalogadas a través de lo que se conoce como “efecto Barnum”.
Mucho antes que eso, la ciencia intentó durante décadas encontrar fundamento científico que respaldara la posibilidad de que alguien pudiera poseer dotes de adivinación. Nunca lo logró, a pesar de los miles de voluntarios que se prestaron para la experiencia.
Lo mismo ocurrió con una veintena de organizaciones escépticas que, a lo largo de todo el mundo ofrecieron importantes premios dinerarios a cualquier persona que pudiera demostrar poderes paranormales. A pesar de que hubo cientos de interesados en ganar ese “pozo escéptico” —especialmente el ofrecido por James Randi, que supera el millón de dólares—, nadie lo logró jamás.
A pesar de lo antedicho, las personas que aseguran tener poderes de adivinación siguen floreciendo y multiplicándose. Nada los amedrenta, ni siquiera sus propias pifiadas.
Uno de los exponentes más elocuentes de lo antedicho es el viejo e inmortal astrólogo Horangel, quien no se cansa de dar vueltas por diferentes canales de televisión diciendo una y otra vez las mismas e inexactas profecías.
Sería pertinente que recuerde la cantidad de pifiadas que ha tenido a lo largo de su carrera de las que parece desentenderse bastante bien. Vamos a algunas de las pruebas:
Confiado en sus dotes de adivino, en su libro de predicciones astrológicas para el 2000, Horangel hundió sus zapatos, optimista, en las arenas del conflicto árabe-israelí.
Recurrió a las cartas natales del líder palestino Yasser Arafat y del primer ministro de Israel, Ehud Barak, y desentrañó: “En las cartas natales de ambos mandatarios, los efectos de fuertes disonancias astrales se acentuarán entre enero y junio del 2000. De inmediato, una prolongada armonía de Júpiter (beneficios) posibilitará llevar a cabo una política de cordial vecindad”. Los hechos ocurridos en los últimos meses evidenciaron que israelíes y palestinos tienen una peculiar y peligrosa manera de mostrarse buenos vecinos.
Antes de eso había augurado que el relator deportivo José María Muñoz iba a tener una era de éxitos en el mismo año en que falleció. Y como si fuera poco, un año más tarde aseguró que la Argentina pagaría la deuda externa.
En realidad, hay que decir que el 2000 ha sido uno de los peores años para Horangel a la hora de predecir qué ocurriría en el mundo. Si se hubieran cumplido sus anticipos, tendrían que haber ocurrido los siguientes acontecimientos:
-Una primera figura de la política italiana habría sufrido un atentado en la primera semana de julio.
-Varias islas del Caribe habrían dejado de existir ayudadas por el paso de un huracán.
-Una invasión de abejas asesinas habría asolado una región de Sudamérica.
-Habrían descendido las tasas de desocupación en todos los países (más que el cumplimiento de una predicción, esto hubiera sido un verdadero milagro).
El año 2010, no ha sido mucho mejor para el adivino, quien auguró que Barack Obama tendría una gestión exitosa como presidente de EE.UU. y que la Argentina afianzaría su “evolución monetaria”. Baste recordar que ni siquiera hay billetes en los bancos para contrastar tan temeraria afirmación.
No es problema para Horangel: a pesar de esas y otras pifiadas, sigue siendo uno de los autores más prolíficos a la hora de vender libros.
Blancas pifiadas
Otra de las “dotadas” que no se ha cansado de pifiar sus predicciones, es la recientemente fallecida Blanca Curi, única en su especie que se animó a ser optimista respecto al gobierno de Fernando de La Rúa en 2001.
En tal sentido, la mujer ha dicho textualmente: “En el transcurso del 2001 la Argentina comenzará a mostrar cambios paulatinos en el terreno de las definiciones políticas. El presidente De la Rúa, luego de varios cambios en el gabinete, encontrará algunas personas muy valiosas que ayudarán a mejorar la economía. Entonces comenzará un proceso de reactivación (…) Chacho Álvarez no volverá al Gobierno y se perfilará como candidato a presidente para el 2003, liderando una nueva alianza.”
Ni hablar de cuando Curi le pronosticó a Chiche Gelblung que Boca sería campeón del Torneo Apertura 2006, evento que terminó en manos de Estudiantes de La Plata. O la ocasión en la que le vaticinó a Carlos Thompson una “larga y feliz vida en este, su país”, a poco de regresar a la Argentina. Pocos días más tarde, el actor se suicidó.
Concluyendo
Los casos de Horangel y Blanca Curi son solo dos de los tantos que podrían describirse a la hora de referenciar predicciones fallidas. La otrora célebre Lilly Süllos ostenta pifiadas que rozan lo cruel, como la hecha a la extinta revista Noticias de la Semana, en enero de 1982. Allí dijo que "Galtieri es un hombre con las manos limpias y fuertes, tengo fe en el presidente Galtieri".
Otro que roza lo desagradable —aunque delictivo—, es el mentalista Ricardo Schiariti. En tal sentido, en 1994 predijo que en mayo de 1995 ya habría una vacuna contra el sida en todas las farmacias. En esos días, fue el animador Raúl Portal quien lo refutó y dejó en evidencia.
En fin, si se publicaran juntas todas las predicciones fallidas de los adivinos de todo el mundo, varios tomos del volumen de la guía telefónica podrían imprimirse.
Por suerte para estos, la memoria es selectiva y la gente jamás se acuerda de sus muchas pifiadas, sino de los pocos aciertos que ostentan. Eso juega a favor de los “dotados” y les permite seguir “currando” con anuncios que jamás se cumplirán.
Ya lo dice una vieja y conocida frase que alguien atribuyó alguna vez a Albert Einstein: “La inteligencia es limitada… pero la idiotez no tiene límites”.