No ha sido gratuita la decisión de la Casa Rosada de imponer a dirigentes de La Cámpora en las boletas del oficialismo de cara a octubre próximo. Por caso, en las últimas horas, el candidato a gobernador de La Pampa, Carlos Verna, renunció a su postulación en desacuerdo con la designación “a dedo” por parte de funcionarios de Casa de Gobierno de militantes de esa agrupación como cabeza de lista de Diputados en esa provincia.
Puntualmente, Verna se negó a “ubicar” a la dirigente juvenil María Luz Alonso, una funcionaria de la ANSeS de 25 años que aparenta no tener militancia política en la provincia, y cuyo único capital parece ser su pertenencia a la agrupación que maneja Máximo Kirchner en el centro de estudiantes de Ciencias Económicas de la UBA.
Hay que mencionar que la decisión del candidato a gobernador pampeano no es un hecho aislado en la política, sino más bien la somatización del malestar que hoy se vive en el seno del Partido Justicialista y que terminará provocando la escisión de no pocos barones del conurbano en los próximos días.
No es un dato menor, ya que la provincia de Buenos Aires configura el principal distrito electoral: allí se define el 40% de los votos de todo el país. También es el territorio donde más se vive el clientelismo político y la ambición muestra su cara más cruda.
En vista de ello, varios intendentes del conurbano ya han expresado que no darán apoyo “pleno” a las postulaciones de Cristina Kirchner y Daniel Scioli. ¿Es cierto que detrás de esa decisión se encuentra la mano del siempre conspirativo Eduardo Duhalde?
El caso de Jesús Cariglino, mandamás en Malvinas Argentinas, parece ser el “leading case” de lo que se verá en las semanas venideras. Para los más desmemoriados, se recuerda que el intendente malvinense optó por seguir la ruta duhaldista luego de acompañar fielmente al kirchnerismo durante años de gestión comunal. "Muchos intendentes van a tomar la misma decisión que yo", vaticinó Cariglino. Acto seguido, aseguró crípticamente que no se “arrodillará” ante el oficialismo.
Otro que no dejó que le impusieran nombres desde la Casa Rosada es José Manuel de la Sota, candidato a gobernador de Córdoba, lo cual provocó una ruidosa ruptura entre el Frente para la Victoria y el PJ de esa provincia. Allí, en realidad, el oficialismo quiso hacer “la gran Scioli”: colocar a dedo al aspirante a vicegobernador, lo cual provocó el inmediato malhumor de De la Sota y su consecuente negativa.
Las represalias no demoraron en llegar: ipso facto, Cristina le impidió al PJ local que se “cuelgue” de la lista que la lleva como candidata.
Mal de muchos… consuelo de nadie
"Los intendentes están enojados y se la van a cobrar", advirtió Eduardo Duhalde el pasado 29 de junio. También anticipó que va a haber inevitables "cortes de boleta" como represalia a Cristina Kirchner y Daniel Scioli.
El siempre polémico ex presidente sabe de qué habla: él mismo ha sido receptor del descontento que hoy muestran los históricos jefes comunales, uno de los cuales es el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Este último es, no casualmente, mandamás del territorio que el propio Duhalde supo y sabe dominar con mano firme.
Sergio Massa es otro de los que conversa en privado con el duhaldismo, intentando que no se hagan públicas esas charlas. Es que, aunque resista en el marco de su propia supervivencia política, no quiere dejar atada su carrera a la desgastada figura del caudillo de Lomas.
Mientras tanto, el oficialismo ha iniciado una brillante campaña de cooptación de intendentes del radicalismo de la mano de Julio De Vido, logrando que estos se comprometieran a proponer corte de boletas para arrimar votos a Scioli y a Cristina. Algunos de ellos son: Pablo Guacone, de San Pedro; Carlos Orestes, de Coronel Pringles; y Raúl Iribarne, de Montes.
Es una paradoja que solo la política puede brindar: mientras el FPV se desangra por las heridas que provocan sus propios errores, la oposición intenta vanamente reconquistar a aquellos a los que en su momento no supo satisfacer a nivel partidario.
Es muy probable que finalmente se logre este último objetivo, pero se dará en el marco del axioma maldito que siempre termina contaminando a la política: a esa sociedad no la unirá el amor, sino el espanto.