¿Otra vez sopa? Eso es lo que seguramente opinará el lector frente a una nueva crónica de clientelismo en el marco de las elecciones que este domingo se disputan en la capital mendocina. Uno se ha preguntado exactamente lo mismo, desde ya, y la conclusión siempre es la misma: nunca es suficiente. No al menos mientras la política siga siendo un muestrario de gestos de abuso contra la sociedad.
Lo que esta mañana temprano ha ocurrido, es parte de esa práctica de dudosa legalidad. Tiene que ver con el arreo —una vez más— de personas humildes por parte de cierta clase política. Ojo, son los mismos de siempre, a no sorprenderse. Son los que se llenan la boca hablando de gestión transparente y tienen sus agendas personales plagadas de punteros políticos de la peor calaña.
No es especulación ni valoración subjetiva, sino parte de una triste realidad que se repite no ya como farsa, como diría Carlos Marx, sino como tragedia. La prueba más cabal de ello es lo que aquí se contará. Se trata de algo que este medio ya contó en otras oportunidades y lo volverá a hacer a través de la siguiente crónica.
El principio fue el verbo
Domingo 28 de agosto, 7 de la mañana. Este cronista se dirige hacia los portones del Parque General San Martín confiado en que, una vez más, varias docenas de camionetas y combis estarán esperando allí para coordinar el operativo de búsqueda y transporte de personas del barrio La Favorita —a la sazón uno de las zonas más pobres de la capital mendocina— a efectos de llevarlos a votar.
Contra todas las especulaciones, el lugar está vacío, no hay una combi siquiera. La desesperación se apodera de quien escribe estas líneas. ¿Qué ha ocurrido? ¿Se acabó el clientelismo finalmente? Realmente, una buena noticia. Tal vez amerite contar que algo bueno ha sucedido al fin y cambiar la crónica periodística prevista.
Pero no, no puede ser tan bueno. Habrá que hacer un chequeo exhaustivo antes de arrojar la toalla. Comienzan los llamados a fuentes de información, nadie atiende el teléfono. ¿Será demasiado temprano?
Al fin alguien responde: “No se acabó nada, Christian, no te ilusiones, solamente cambiaron de lugar porque están hartos de que los escrachen”. Por fin una pista, ahora a averiguar adónde se han aglutinado las camionetas. Otra vez a llamar, hay que conseguir algún informante que por milagro se encuentre despierto.
No hay suerte, lo cual obliga a interrogar a personas que se encuentran en la periferia de los célebres portones. “Creo que se han juntado a mitad de camino yendo a La Favorita”, revela un canillita que recorre insistentemente la Av. Boulogne Sur Mer.
El dato parece confiable e impulsa a la búsqueda ad hoc. Se va haciendo de día y las combis no aparecen, ¿se habrá equivocado la ocasional fuente de información? Mejor seguir caminando, nunca se sabe.
Pronto, la revelación aparece frente a los ojos de este periodista. El canillita tenía razón, ahí están todas las Trafic, alineadas con precisión geométrica. Dos punteros caminan de un lado a otro, pasando lista a los choferes y dando instrucciones de cómo deberá ser su itinerario.
Los vehículos están ahora en Av. Del Libertador, continuación de Av. Emilio Civit, a la altura de Aguas Mendocinas. Mal lugar para esconderse.
En fin, las combis parecen posar para el armado de la postal del clientelismo que está por comenzar.
El infiltrado
Una vez más, intentaré subir a alguno de los vehículos que irán a La Favorita. No será sencillo, ya que muchos de esos choferes están alertados al respecto y otros ya me conocen por haber hecho lo mismo en otras oportunidades.
Solo es cuestión de no ser demasiado evidente y que el pedido fluya a través de la iniciación de una conversación supuestamente casual. “Debo ir a La Favorita, ¿estoy lejos?”, pregunto a un chofer que intenta tomar su último mate antes de partir.
“Si vas a pata, estás a tres kilómetros”, me advierte. Acto seguido, viendo que no tengo cómo movilizarme, me invita a subir a la desvencijada Trafic que usará para llevar a los vecinos de La Favorita a votar. En su parabrisas puede verse un círculo rojo, típico sticker que la UCR usa para identificar a los vehículos utilizados para el operativo.
La espontaneidad del chofer no se hace esperar: “Nosotros llevamos a la gente a votar, nos pagan por llevar a la gente a votar”. Frente a semejante confesión, no puedo contener mi opinión: “Una suerte de clientelismo, ¿no?”.
La respuesta supera toda sinceridad posible: “Claro, sí, sí. Nosotros estamos trabajando para los radicales. Nos contratan a nosotros. Ellos tienen guías en el barrio y llevan a la gente a votar.”
La honestidad del chofer parece no tener límites, siquiera a la hora de contar cuánto cobra cada camioneta para hacer este cuestionable trabajo: “500 mangos el día”. Rentable por demás, ya que según el mismo conductor “máximo hacés 100 kilómetros.”
Si se tiene en cuenta que se han contratado no menos de 50 vehículos, el cálculo es sencillo: todo costará $25.000 y será pagado por los propios contribuyentes; un negocio redondo para los políticos.
Aquí, el audio de la conversación:
La Favorita del clientelismo
Los primeros rayos del sol acompañan la llegada a La Favorita. Allí pueden verse alineadas las combis, a la espera de nuevos punteros que indiquen nuevas instrucciones.
La mayoría de esos vehículos se agolpan frente a un local partidario del actual intendente capitalino, Víctor Fayad. De ese lugar, ingresan y salen personas de manera permanente, imposible saber en carácter de qué.
A pesar del incesante movimiento, el silencio y la calma dominan la escena. Solo una mujer quiebra el mutismo, con un llanto cerrado. “¡No llego, no llego! No me alcanzan los votos”, grita mientras un grupo de personas intenta calmarla.
Su preocupación está relacionada con la cantidad de votos que le ha exigido uno de los punteros para poder conservar un beneficio social que viene cobrando desde hace años. La muchedumbre de gente, ahoga su pena, ya todo vuelve a ser silencio. Nunca sabré qué pasó allí finalmente. ¿Habrá disminuido la exigencia sobre su persona? ¿Le habrán condonado algunos votos? ¿O la habrán callado a la fuerza? Imposible saberlo.
Los choferes de las combis ayudan a subir a los votantes, intentando superar la propia capacidad de los vehículos que manejan. En algunos casos, lo logran; en otros, no. “Me tocó toda gente gorda”, grita una mujer para justificar que llevará pocos pasajeros.
Será esta la etapa final del operativo, donde los votantes serán llevados a los establecimientos donde deben votar y un puntero los arengará a lo largo del viaje respecto a quién deben elegir en su sufragio.
Es la culminación de un nuevo día de clientelismo.
Concluyendo
Los rostros de los vecinos de La Favorita son casi calcados: todos parecen vencidos por el destino, resignados por la interminable coyuntura.
Siempre les prometen que estarán mejor, pero eso es mentira: están cada vez peor. Si mejorara realmente su situación, no existiría posibilidad de que fueran utilizados a efectos de torcer las elecciones a favor de tal o cual candidato político.
En el fondo, ellos lo saben; otros, lo intuyen. Sin embargo, nada pueden hacer al respecto. “Es esto o nada”, me dijo esta mañana una mujer con los ojos llenos de lágrimas.
Supe en ese momento que no sería la última vez que haría este tipo de notas. Lamentablemente para ellos; lamentablemente para todos nosotros.