Después del discurso de esta tarde, no quedan dudas: La Cámpora es quien se encuentra detrás de las decisiones más relevantes del gobierno de Cristina Kirchner. "Los jóvenes son lo más maravilloso que tiene este movimiento popular", aseguró la Presidenta durante un acto en Casa de Gobierno, con una épica casi peronista.

En realidad, hay que reconocerle a Cristina su valentía: pocos mandatarios se atreverían a semejante defensa de un grupo de jóvenes —la mayoría no tan jóvenes— que hasta ahora solo han mostrado capacidad para ocupar cargos jerárquicos en lugares estratégicos del Gobierno, los cuales les permiten percibir salarios millonarios.

Funcionarios de segunda y tercera línea suelen confesar en privado que existe un creciente malestar por parte del Ejecutivo nacional por la exposición que sufren los integrantes de La Cámpora. En verdad, el enojo principal proviene de su creador, el vástago presidencial Máximo Kirchner, poco afecto a los flashes y las apariciones públicas.

Ello no permitió jamás prever que la mismísima Presidenta saldría por TV a hacer una defensa tan fuerte de esa verticalista agrupación. "Yo les digo a todos los chicos que no se preocupen por las cosas que les dicen esos centros de emisión de poder que justificaron la dictadura y la represión; Los jóvenes son lo más maravilloso de este movimiento popular", sostuvo la mandataria frente al estupor de quienes presenciaban la diatriba oficial. ¿De qué "movimiento popular" hablaba Cristina cuando, se insiste, se trata de personas que han sabido ubicarse en lugares estratégicos del poder oficial? ¿Qué le dejan a cambio de ello a la sociedad?

Las preguntas se agolpan sin que nadie pueda responderlas. Sin embargo, no ha sido ello lo más elocuente del discurso presidencial sino los calificativos que le endilgó la mandataria a dos periodistas, uno de Clarín y otro de La Nación. A ambos los acusó de comportamientos "nazis".

Puede especularse pues que sus palabras fueron impulsadas por sendas columnas sobre La Cámpora, publicadas en los diarios de mayor circulación nacional. La primera titulada "Los 'imberbes' de Aerolíneas", escrita por el secretario de redacción de Clarín, Osvaldo Pepe; la segunda denominada "Axel Kicillof, el marxista que desplazó a Boudou", de Carlos Pagni en La Nación.

Al referirse al artículo de Clarín, señaló "Lo que no me pareció tan gracioso es cuando decía que muchos de ellos, de los chicos son hijos o familiares de militantes montoneros (...) Me sonó a [Josef] Menguele. Esto de creer en la identificación genética. Qué es esto que alguien nace predeterminado, me pareció muy nazi".

A la hora de hablar del artículo de Pagni, aseguró algo similar: "Tiene un tufillo antisemita". Acto seguido, teatralizó su enojo con un "¿está por ahí el marxista Axel Kiciloff?".

Si a Cristina le pareció desatinado que se hable del ascendente economista de La Cámpora —¿futuro Ministro de Economía?— como alguien de extracción "marxista", ¿por qué jamás ha condenado el hecho de que los medios oficialistas denominan "procesistas" —entre otros duros adjetivos— a los referentes y periodistas que no comulgan con sus políticas?

Aquellos que se encuentran enfrentados a la política del kirchnerismo deben tolerar a diario descalificaciones peores que las de ser denominados simplemente "marxistas" o "montoneros", algo que finalmente suena descriptivo más que valorativo. Los han injuriado, los han insultado públicamente y hasta han hecho actos públicos para denostarlos. ¿Adónde estaba la Presidenta en esas ocasiones?

Siempre es más fácil mirar para otro lado cuando aparecen esas verdades incómodas. De hecho, es una especialidad del oficialismo de turno. Cuando el macrismo no cumple un contrato, es un tirano incapaz; cuando el Gobierno no cumple con una orden judicial —como la de dar pauta publicitaria del Estado a Editorial Perfil— es un acto de justicia. Esa es la vara con la que mide todo el kirchnerismo.

Si así no fuera, sería imposible entender que Cristina defienda a una agrupación como La Cámpora, donde rige el atroz verticalismo y no hay espacio para el disenso. Una entidad donde la palabra democracia ha sido reemplazada por la obligada obsecuencia a sus líderes.

Cristina insiste en sustituir los hechos de la realidad con su propio discurso. Se trata de palabras vacías, cada vez más alejadas de la coyuntura palpable en el día a día.

Mal que le pese a la mandataria, cada vez es menos efectivo ese recurso. Si alguien duda de esto último, baste leer la última medición de la encuestadora Management & Fit, donde su imagen positiva a descendido de manera abrupta cerca de 17 puntos.

Esa es la postal de lo que viene en los próximos meses. No es poco.