La asunción de Bergoglio como papa, dejó varias postales en los últimos días, algunas de ellas más reveladoras que otras. La utilización política de la figura vernácula del Sumo Pontífice fue uno de los fotogramas más vergonzosos, no solo por parte del oficialismo de turno sino también de la oposición.
Sin embargo, no fue esa la foto más curiosa sino más bien la que reveló gran parte del periodismo alcahuete argentino. Es que, en pocos días, los hombres de prensa K pasaron de la defenestración a la admiración hacia la figura de Francisco.
El caso más emblemático es el que protagonizó diario Página/12, cuyos cronistas se apresuraron a atacar al papa a efectos de agradar a Cristina Kirchner y sin imaginar que, pocas horas después, esta se arrojaría virtualmente a los brazos de Bergoglio. ¿Quién podía presumir que esto sucedería siendo que la Presidenta era una suerte de “enemiga íntima” del hoy pontífice?
En fin, si ello provocó vergüenza ajena, más aún lo hizo el hecho de que la mayoría de esos periodistas terminaron “recalculando” y volviendo sobre sus pasos. ¿Cómo regresar de semejante papelón? ¿Qué explicar a los lectores de ese emblemático matutino?
Debe admitirse que no es menor el gesto de autocrítica que mostraron algunos colegas, como el prestigioso columnista Santiago O Donnell o la alcahuete escriba Sandra Russo. Ambos a través de las páginas de Página/12 dieron vuelta su discurso en 180 grados.
No ocurrió lo mismo con el siempre mercenario Horacio Verbitsky, quien no dudó en insistir en sus patrañas contra Bergoglio aún cuando las fuentes que él mismo citó lo han refutado. Por lo visto, en su persona puede más la obcecación que la mesura.
Peor aún, es sorprendente cómo el cronista insiste en vincular a Francisco con la dictadura militar sin ninguna prueba concreta y, por el contrario, haga silencio respecto a personajes como Raúl Zaffaroni o Alicia Kirchner que sí tuvieron alta participación y responsabilidad en esos años oscuros de la Argentina. ¿Cómo explicar esa persistente hipocresía?
Es entendible: Verbistky es un personaje contradictorio, polémico y hasta repudiable. Fue responsable de una parte importante de la violencia que se vivió en los ’70 y siempre se sospechó que fue colaboracionista de la última dictadura militar.
Jamás aclaró el periodista su participación en la agrupación Montoneros en esos trágicos años, ni tampoco por qué tenía tanta cercanía con puntuales militares, particularmente pertenecientes a la Fuerza Aérea. “Es una campaña de difamación”, supo decir una y otra vez, escapando al debate público.
A diferencia de sus acusaciones contra el papa Francisco, sí hay profusa evidencia respecto de su errático paso por los años de la dictadura más asesina de la historia. ¿Por qué no enfrenta esos fantasmas Verbitsky, de una vez y por todas? ¿Por qué no explica cómo y por qué logró que oscuras instituciones como la Fundación Ford y la asociación Konrad Adenauer financien sus movidas con millonarios fondos? ¿A cambio de qué le aportan dinero?
Es curioso que uno de los columnistas más reaccionarios de la Argentina, que no se priva de opinar de lo que sea, haga silencio respecto a su propio pasado.
Esa conducta sea tal vez la que explique su soledad permanente, tanto a nivel personal como profesional. Verbitsky es un hombre poco respetado en el ámbito periodístico y nada valorado por sus propios colegas de Página/12.
La postal de ese aislamiento se pudo ver en los últimos días, cuando el periodista fue refutado por sus propios compañeros de ese matutino y quedó totalmente aislado en su ataque a Bergoglio.
La imagen es tan clara que no hace falta detalle alguno: el columnista estrella de Página/12 quedó solo con sus tribulaciones. Más solo que nunca.