La intempestiva aparición mediática en el canal América de Leo Fariña, dejó latente una frase: “Vengo a lavar mi cara”. El joven “empresario” de 26 años había utilizado un término in-apropiado (según desde qué lugar se pare el lector), pero digno de análisis de los profesionales del diván.
La palabra “lavar” me recordó la última vez que entrevisté, cara a cara, a Sergio Schoklender, en el noveno piso de Comodoro Py. Corría la mañana del jueves 25 de octubre del 2012, y el exapoderado de la Fundación Madres de Plaza de Mayo estaba respondiendo a mis preguntas sobre algunas denuncias aparecidas en los medios que lo tenían como protagonista. Sin que lo mencionara, Schoklender mencionó una nota firmada por Jorge Boimvaser que lo vinculaba con la construcción de viviendas en Estados Unidos y en Haití. Dijo: “En un portal aparece que yo tenía relación con alguien que estaba con Obama”.
“Carlos Molinari”, le dije rápidamente. “¡No me jodan!”, se ofuscó y continuó: “Primero me acusaron de ser socio de Bin Laden, después del Mossad, cualquier cosa que pasa volando, Schoklender tiene la culpa”, concluyó como si fuese Diego Armando Maradona.
El yoismo
Las similitudes entre Sergio Schoklender y Leonardo Fariña no solo se explican en el revuelo mediático que ambos provocaron en las audiencias televisivas cuando las luces se encendieron en sus vidas. Ambos tuvieron vínculos muy aceitados con el expresidente de la Nación, Néstor Kirchner. Ambos lo reivindican, pero admiten que, en el contexto político y cultural argentino, en toda la obra pública “siempre existió corrupción”.
Ambos cometieron un mismo pecado: la ostentación. Mientras que Sergio Schoklender viajaba en avión privado al exterior, pagaba cash sus vacaciones en el mejor hotel de Bariloche o decía que podía comprarse la Ferrari que quisiese, Fariña se codeaba de la noche a la mañana con artistas y faranduleros vernáculos de un nivel de vida casi inescrupuloso. El filósofo contemporáneo, Luis Barrionuevo, alguna vez dijo que “nadie en la Argentina hace la plata trabajando”. He aquí dos excepciones. Schoklender sí trabajo noche y día, y fue el ejecutor del plan de viviendas e inclusión social, Sueños Compartidos. Su nombre se entrecruza en decenas de sociedades anónimas y empresas en un estrambótico puzzle digno de Ciccone y los Boudou boys, como de los Fabián Rossi, Fariña y Elaskar.
Los financistas entran y salen de sus vidas, como así también las bellas mujeres, en el caso del hermano menor de Sergio. Ambos sienten el poder de la impunidad y han dejado, en los últimos años varios heridos en la ruta.
Ambos, Leo como Sergio, han abusado del yo en televisión como si fuesen el mismísimo Dios o Maradona (que es casi lo mismo, ¿no?). Mientras que uno prefirió visitar el mundo periodístico del espectáculo, el otro deambuló por los canales de noticias. Mientras que el joven seductor “negoció” el silencio luego de hablar en una cámara que, de oculta no tenía nada —por lo tanto, sí podría ser prueba para el juez— el segundo rompió con el poder político y/o intentó negociar luego de tirar parte de su singular información a las “aves de rapiña” mediáticas.
Los dos creyeron y creen ser “más vivos” que el poder mismo, claro está, luego de que “él” ya no está.
Otro personaje
Tanto Sergio como Leo son expertos en lavado de dinero, pero niegan, uno después de reconocerlo, que ellos nunca “lavaron” nada.
Schoklender me explicaba, días antes que se publicara mi libro El negocio de los Derechos Humanos, que Hebe de Bonafini había cerrado una cuenta incluso después del escándalo y “después de que sancionó la ley antilavado. No se acreditó jamás el origen de los fondos. Tampoco se incluyó en la contabilidad de la Fundación. “La plata que ella pedía para comprar los departamentos y viajes de Alejandra de Bonafini debían ingresarlos a la contaduría de la Fundación y tampoco lo hicieron”. Schoklender intentaba explicar que si él caía por “ciertos” delitos, otros como su exmadre adoptiva, también podían hacerlo. Fariña, en cambio, pidió perdón a las personas mencionadas públicamente en dos encuentros que tuvo en la casa del periodista Jorge Lanata vaya a saber para qué.
Pero los nexos y coincidencias no terminan allí. “En tu propio libro aparece un nombre que los relaciona”, fue el mensaje anónimo desde un privado que llegó a mi celular luego de la última emisión de Periodismo Para Todos.
Otro informante recordó el avión que el Gobierno de la provincia del Chaco compró hace unos años y que utilizaba Sergio Schoklender y compañía. “¿Lázaro Baez lo compró?”, pregunté extrañado a ese hombre cercano al poder provincial. “En el Chaco, el escándalo Baez-Rossi-Fariña preocupó a más de uno”, agregó. Mucho se ha hablado en los programas de chimentos que en el cumpleaños de 15 de la hija de Jacobo Winograd, uno de los invitados estrellas había sido un enigmático joven acompañado por poderosos empresarios del mercado inmobiliario. Ese hombre era Fariña y los empresarios incursionaron en política acompañando la fórmula de Mario Ishii hace dos años. Carlos Molinari, el “jefe” de Fariña, tampoco se aguantó el deseo de ser “famoso” y dio una entrevista en CQC de color años atrás. Pero, hasta ahora, nada se dijo de la fiesta de cumpleaños de la hija de Jorge Capitanich del 2009, en el Tattersal de Palermo, en la que habría estado presente parte del jet set argento, entre ellos Leo Fariña. ¿Casualidad o causalidad?
Panamá
En la página 368 de mi último libro recordé que en los primeros días de enero del 2012, la exesposa de Jorge Capitanich, la diputada nacional Sandra Mendoza, había denunciado en la red social Facebook que su marido se había llevado de vacaciones a sus dos hijas sin su consentimiento. Se había ido en el Learjet 60 a Panamá, aunque la versión oficial señaló que había viajado a Haití para reunirse con el presidente Michell Martelly, y que no había significado ningún costo a la provincia. El gobernador se alojó en el lujoso Hotel Trump Tower, cuyo precio de habitación promedia los 700 dólares la noche.
Por esos días, el juez Norberto Oyarbide autorizaba a salir fuera del país a Pablo Schoklender. Destino: Panamá. ¿Fueron los únicos que viajaron en esa época a ese país? ¿Lázaro Baez conoció Panamá en enero del 2012?
Para concluir esta nota, dejo una reflexión del mayor de los Schoklender: “El problema serio, como no habrá re-reelección, es que van a robar a cuatro manos, todo lo que queda va a ser rapiña”.