Ángeles Rawson fue asesinada el pasado 10 de junio. Pronto se cumplirá un mes del hallazgo de su cuerpo en el predio del Ceamse y aún se desconocen los resultados de los estudios científicos más relevantes, como los efectuados en el automóvil de Jorge Mangeri y los datos que guardaba la adolescente en su notebook.
A ello debe sumarse que, a pesar del procesamiento del encargado, todavía no se sabe claramente cuál fue el móvil del crimen de la joven. Las versiones tapan a otras versiones y la realidad parece ir por otro lado.
Tampoco se entiende por qué los medios oficialistas se empeñan en generar confusión en la trama ni por qué funcionarios de la Secretaría de Seguridad se han involucrado en el expediente que sustancia el juez Martín Ríos.
Por caso, ¿Por qué Sergio Berni se metió tan de lleno en este caso? ¿Por qué en un principio negó haber pagado los gastos de la familia de Ángeles y luego confirmó que sí lo hizo? ¿Por qué aseguró que el “máximo responsable” del crimen ya estaba detenido, apenas horas antes de que procesaran al portero?
Esas y otras preguntas son las que hoy desvelan al abogado Miguel Ángel Pierri, quien insiste en que su defendido, Mangeri, es completamente inocente.
La desconfianza del letrado no es antojadiza: el encargado persiste en mencionar que fue torturado para que se autoinculpara y las graves contradicciones del padrastro de Ángeles, Sergio Opatowski, siguen en pie. No solo eso: la madre de la joven, María Elena Aduriz, tiene actitudes no congruentes con quien ha perdido un hijo y ostenta un nivel de vida que no puede justificar.
Actualmente, la mujer está desempleada y, hasta febrero de este año, supo desempeñarse en la firma Hope Duggan y Silva, con un salario de $2.830.
¿Es culpable de algo la madre de Ángeles por no poder justificar su nivel de vida? Para nada, pero sería oportuno que despejara las dudas respecto a sus ingresos personales. Sobre todo, porque su pareja —Opatowski— ya reveló que actualmente está desempleado.
Las sospechas respecto del círculo íntimo de la adolescente no quitan las suspicacias sobre Mangeri, es cierto, pero avanzar en ese sentido podría ser la llave para terminar de entender por qué esta fue asesinada.
¿Por qué la familia jamás volvió a su domicilio luego del crimen? ¿Por qué ninguno ostentó dolor ni bronca por la muerte de Ángeles? ¿Por qué la madre de la joven le pidió disculpas a la mujer del encargado el día del velatorio?
Las preguntas se siguen acumulando, al igual que los testigos “truchos”. Dos al menos aparecieron en la última semana y nadie aún ha explicado quién los envió a embarrar la cancha.
El último de ellos, un taxista llamado Leonardo —quien aseguró haber llevado al portero con un bulto envuelto en bolsas de consorcio—, tiene un claro vínculo con la Secretaría de Inteligencia, ex SIDE. Ergo: ¿Qué tienen que hacer en este expediente direccionados espías vernáculos? Nada cierra.
Si el caso fuera como lo describe la historia oficial, no se entiende qué motiva todo lo que aquí se ha mencionado.
Solo una anécdota en ese sentido: hace unos días, diario Tiempo Argentino publicó que Mangeri había revelado a sus compañeros de celda que sí había matado a Ángeles, pero que lo había hecho sin querer, al empujarla y esta última golpearse la cabeza contra el piso.
Pronto se supo que era falsa la información. Tampoco era congruente: si la muerte fue provocada por un golpe involuntario, ¿cómo llegó ADN del portero a las uñas de la adolescente? Y otra duda: ¿No era que había muerto dentro de la compactadora del Ceamse?
Lejos de declararse culpable, Mangeri les dijo a sus once compañeros de celda que era inocente y que lo habían obligado a inculparse. Lo mismo que reiteró frente a la Justicia.
Más allá de que esto sea real o no, está claro que la trama es más espesa que la que los medios han dado a conocer en estas semanas.
Los interrogantes se siguen sumando, el misterio crece, y la Justicia aún sigue dando vueltas respecto a los estudios científicos más esenciales. El caso, como puede verse, lejos está de haberse esclarecido.
Christian Sanz
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