En agosto de 1999, a la salida de un acto del PJ en La Plata, el entonces vicepresidente de la Nación, Carlos Ruckauf, aseguró públicamente que había que “meterle bala a los delincuentes” si se quería combatir el delito.
Sus dichos chocaron de frente con el sentido común y cada una de esas palabras fue condenada por gran parte de la sociedad argentina.
Casi cinco años después, el 17 de marzo del 2004, un joven llamado Axel Blumberg fue secuestrado y posteriormente asesinado. Su padre Juan Carlos comenzaría a partir de entonces una proclama interminable en favor de la “mano dura”.
El 14 de abril de 2004, esa prédica tuvo eco positivo en el Congreso de la Nación. Fue cuando se aprobó la llamada Ley Blumberg (Ley 25.886), que endureció varios puntos del Código Penal argentino. Entre otras cosas, se incrementaron las penas para homicidios y violaciones seguidas de muerte.
¿Sirvió para algo? ¿Logró que disminuya el delito? Para nada. Uno de los pocos tópicos en los que coinciden el oficialismo y la oposición es el de admitir que el avance de la reforma impulsada por el padre de Axel no sirvió para nada. "Cuando hay problemas, se pide, en general, legislación represiva, pero el Código Penal actúa cuando el delito ya se cometió. La reforma Blumberg fue un gran mamarracho porque desequilibró el Código Penal", afirmó Jorge Yoma cuando aún pertenecía al Frente para la Victoria.
Por su parte, Gustavo Ferrari de la Unión Celeste y Blanco explicó la situación desde la teoría económica del delito: "En la Argentina, el costo de incurrir en esa ilegalidad (la reforma del Código) tiende a cero. Es lo contrario de lo que pasa en los países más seguros, donde te detienen, te condenan y la condena se cumple", dijo.
La ex titular de la Comisión de Seguridad Interior de la Cámara baja, Griselda Baldata, de la CC, también valoró negativamente las modificaciones al Código Penal, especialmente en lo referido al endurecimiento hacia los menores de edad: “El caso de las leyes Blumberg no sirvió de nada, porque no se debatió en serio qué hacemos nosotros con los menores, en lugar de endurecer penas. Sí pienso que estamos en déficit y es una responsabilidad que yo asumo y una autocrítica, pero la verdad es que estamos en déficit no porque no lo abordemos al tema ni no lo trabajemos, sino porque no logramos los consensos suficientes para sancionar el Régimen Penal Juvenil”.
En Mendoza, la voz cantante la lleva el presidente de la Asociación para la Protección y Promoción de los Derechos Humanos (Xumek), Lucas Lecour, quien asegura que, con las leyes Blumberg “no pasó absolutamente nada y se vendió como la solución de todos los problemas”.
Para el especialista, después de diez años los delitos siguen aumentando: “El problema de la seguridad no se resuelve con leyes, sino con un plan concreto y medidas de corto y mediano plazo”, asevera.
Como puede verse, los testimonios se multiplican en el mismo sentido, no obstante lo cual, cada vez que se da un hecho de inseguridad, la sociedad insiste en pedir mano dura. ¿Cómo es posible semejante contradicción? Si se ha visto claramente que la represión extrema no ha funcionado, ¿por qué la ciudadanía insiste en pedirla?
Juan Jofré, profesor en Ciencias de la Educación, asegura que la raíz del problema aparece en el discurso de los grandes medios, aunque también “porque somos un pueblo muy acostumbrado a opinar de todo como si tuviéramos la solución para todo. Lamentablemente esas opiniones son basadas en prejuicios, porque emitimos el juicio sin haber analizado. Ponemos el carro adelante de los caballos. La lógica indica que hay que analizar la veracidad de las primicias para poder obtener conclusiones verdaderas”.
Según Jofré, “absolutamente todas las investigaciones han demostrado que la mano dura no disminuye la cantidad de delitos cometidos. Lo único que se logra es el aumento de la población carcelaria. También, todas las investigaciones demuestran que el delito juvenil disminuye cuando el mercado laboral ofrece oportunidades de trabajo real, bien remunerado y con todos los beneficios que corresponden. Aquellos que trabajamos con jóvenes, y sobre todo con poblaciones marginales, sabemos por experiencia propia que lo anteriormente afirmado es correcto y que es el único camino posible”.
Hugo Cañón, copresidente de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) de la provincia de Buenos Aires, agrega un factor adicional a lo antedicho: la simplificación de ciertos arquetipos sociales. Para el especialista, mucho tiene que ver con el fenómeno “el estereotipo del pibe pobre y villero, al que se le quiere hacer caer la sospecha de que por él existe la inseguridad”.
Cañón asegura que en la Argentina, “vimos ciclos históricos sin continuidades políticas serias, y muchas veces se toman los atajos con discursos reactivos de manodurismo, de ´exterminar a los impresentables´, y todo ese discurso, en definitiva, quedó demostrado que no surgen efecto en garantizar la Seguridad, sino que sólo conforma a los que quieren ver más sangre, muertos y gente enjaulada en lo que significan las cárceles de la provincia de Buenos Aires. La violencia del Estado genera más violencia de los sectores atacados”.
El chileno Heraldo Muñoz, Subsecretario General de las Naciones Unidas, es otro de los especialistas que se muestra en contra de la “mano dura”: “Las políticas de mano dura no sirven, ya que incluso se dan casos en que sólo se acentúa el problema de la violencia”.
El subsecretario propone una solución integral que sea desarrollada por los gobiernos, los partidos políticos y la sociedad civil y que aborde diversas dimensiones, como la seguridad, las condiciones laborales y la educación.
Concluyendo
Los países que lograron disminuir la violencia demostraron que el único camino es la resocialización. A la cabeza del “milagro” se encuentra Medellín, Colombia, donde la inclusión social permitió que disminuyeran los delitos de manera exponencial.
En el inicio de la década del noventa, esa ciudad llegó a tasas de homicidios de más de 300 por cada cien mil habitantes. Sin embargo, en 2012 la tendencia descendente la ubicó en 52,3 por cien mil habitantes.
Como se dijo, el camino ha sido la inclusión social, no la “mano dura”. Lo dijo claramente el ya mencionado Lucas Lecour: “Lo que tenemos que hacer es evitar el delito: que aquel que no ha delinquido no llegue a pensar en el delito como una alternativa”.
¿Será tan sencillo?
Christian Sanz
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