Jamás pensé que alguna vez tendría que escribir una nota como la que escribo ahora, teniendo que ostentar mi “carnet” de periodista independiente.
De pronto, toda una trayectoria se fue al bombo porque osé decir que, a mi entender, la muerte de Alberto Nisman había sido un suicidio. Posiblemente inducido, pero suicidio al fin.
¿Soy juez? ¿Soy fiscal? ¿Tengo la última palabra? ¿Soy infalible? No, todas esas preguntas se responden con un rotundo “no”.
Sin embargo, he recibido las más increíbles e imperdonables injurias por parte de anónimos foristas, tuiteros y demás habitantes del micromundo web.
Que soy funcional al kirchnerismo, que me paga Cristina Kirchner, que me vendí al mejor postor. Esas son las acusaciones menos graves. ¿Se puede ser tan imbécil?
Soy el periodista más querellado penalmente por el kirchnerismo; a su vez, soy el que más denuncias ha hecho contra los funcionarios de primera línea del gobierno, no solo a nivel periodístico, sino también a nivel judicial.
¿Todo ello de repente se derrumba porque opino que un tipo pudo haberse suicidado, quienquiera que sea? ¿Eso me transforma automáticamente el kirchnerista, sin escalas?
Jamás he planteado que Cristina sea inocente de nada, al contrario. No solo no descarto la posibilidad de que la presidenta tenga que ver con la muerte de Nisman —algo que aún necesita sustentarse en evidencia fáctica—, sino que además la culpo por haber creado y sostenido, junto a su marido, el sistema perverso de espionaje en el cual quedó enredado el fallecido fiscal. Eso le confiere responsabilidad, en mayor o menor medida, de lo que le ocurrió a Nisman.
No obstante, eso no alcanza. Los idiotas de siempre, los que resuelven todos los crímenes a través de las redes sociales —sin pruebas, obviamente— pretenden que diga a los cuatro vientos que “Cristina es la asesina de Nisman”. Como si ello legitimara sus sospechas, como si confirmara que ellos tienen razón.
Lamento decir a todos ellos que esto no ocurrirá. Por más que yo diga que la presidenta mató al fiscal —o lo mandó a matar—, no alcanzará para que la justicia se convenza de ello. Solo será la opinión de un periodista.
Desde que empezó este caso, me puse a investigar como pocos. Leí todo lo que ha salido en los medios, hablé con fuentes judiciales, policiales y hasta con los peritos criminalísticos más prestigiosos del país. Pedí incluso ver el expediente judicial, lo cual aún no he logrado.
Gracias a ello, pude anticipar algunos de los tópicos que luego refrendaron los investigadores judiciales, lo cual tampoco alcanza. ¿Por qué? Porque todo lleva a la hipótesis del suicidio, al menos hasta hoy.
Ahora…. ¿descarto acaso que Nisman pudiera haber sido asesinado? Jamás, sería absurdo hacerlo. ¿Tengo evidencia para sostenerlo? No. No al menos por ahora.
Soy periodista y tengo una severa responsabilidad como tal, sobre todo porque soy formador de opinión, al igual que mis colegas. Jamás podría ser tan insensato de decir algo que no puedo sostener en los hechos. Sí lo haré, sin dudar, en el exacto momento que tenga un elemento para hacerlo.
En el marco de una cuestión tan conmocionante como la muerte de un fiscal especial —que a su vez estaba por denunciar al gobierno—, debe primar la mesura. Lo más fácil siempre es ser efectista y rimbombante, pero no es lo más conveniente.
Ya lo dijo alguna vez Ángel Ganivet: “El carácter humano es como una balanza: en un platillo está la mesura, y en el otro la audacia. El mesurado tímido y el audaz indiscreto son balanzas con un brazo, trastos inútiles.”