La primera muerte de Alberto Nisman fue el 18 de enero pasado, cuando fue encontrado su cuerpo sin vida en el departamento del complejo Le Parc que habitaba. Una ingrata bala calibre 22 había atravesado su cabeza, dejándolo inmóvil en medio de un gran charco de sangre.
Luego, llegó la hora de su segunda muerte: fue cuando el gobierno empezó una campaña de desprestigio contra su persona y reavivó el funesto “algo habrá hecho”. Debe admitirse con tristeza que no hubo miramientos a la hora de decir barbaridades.
Nisman fue acusado de tener una vida licenciosa y hasta de haber caído bajo el “fuego amigo” provocado por su supuesta "pareja homosexual" Diego Lagomarsino. No hubo acusación que no le endilgaran al fiscal especial del caso AMIA.
Ahora, llegó su tercera muerte: los medios casi no hablan de lo que le ocurrió y la ciudadanía parece haber olvidado la consigna que otrora había impulsado, en el contexto de una elocuente marcha que cubrió todo el país. El “Todos somos Nisman”, carece hoy de contenido.
No han pasado siquiera tres meses de ocurrida su muerte y ya nadie se interroga respecto a cómo avanza el expediente —si es que avanza— o cuáles fueron las reales circunstancias que rodearon ese hecho.
La prensa, que durante las primeras semanas mantuvo el tema caliente en sus portadas —aún a fuerza de forzar algunas tapas— siquiera se acuerda del tópico en estos días.
¿Será que no hay nada que contar?, se preguntará más de uno.
Siempre hay algo para decir, sobre todo en el marco de un expediente que no carece de polémica y contradicciones.
¿Cómo se entiende acaso que aún no se haya culminado con el peritaje sobre las computadoras y celulares de Nisman? ¿Por qué la exesposa del fiscal, Sandra Arroyo Salgado, insiste en poner trabas a la investigación? Son solo dos de las tantas preguntas que los medios deberían hacerse en estas horas y sin embargo callan.
Ciertamente, no lo hacen por dinero o intereses particulares —salvo alguna prensa oficialista— sino más bien por el avance de otros temas que van copando la agenda periodística.
En estas horas, los medios deberían estar discutiendo por qué la fiscal Viviana Fein debió ordenar una nueva inspección ocular en el departamento del edificio Le Parc donde fue hallado sin vida Nisman.
No es menor el hecho de que esta sea la quinta medida de ese tenor. Tampoco es menor la cuestión de la junta médica, que insiste en dilatarse.
Allí debería quedar claro si finalmente tiene razón la fiscal, que apunta a la hipótesis del suicidio, o Arroyo Salgado, que avanza en el camino del homicidio.
Los días pasan y las cosas no se resuelven, esa es la cruda verdad. Otro punto que sigue en el aire es el vinculado al peritaje criminológico, cuyos puntos de acuerdo siguen sin consensuarse.
Ese estudio tiene como objetivo establecer la posición en que se encontraba Nisman cuando se dio el disparo que acabó con su vida. Asimismo, debería establecer cómo es posible que su cuerpo haya quedado tendido de la manera en que quedó en el interior del baño.
Que la justicia transcurra lenta y erráticamente podría entenderse en un país como la Argentina, lo que no puede justificarse es que la sociedad no haga nada al respecto.
Ya lo dijo alguna vez Albert Einstein: “El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad”.