El Gobierno de Cristina Kirchner insiste: Argentina es apenas un "país de tránsito" de drogas. Más aún, para el oficialismo el movimiento de estupefacientes "no es alarmante ni preocupante".
Insisten con el latiguillo, machacan, ¿se creen su propio discurso? El jefe de Gabinete es persistente en ese sentido: “Argentina es un país de tránsito, que no tiene otra situación que la que nosotros mostramos", dijo hace solo unas horas, en su habitual rueda de prensa con el periodismo.
Curioso comentario, sobre todo proviniendo de quien proviene, un hombre que aparece sospechado de manejar el tráfico de estupefacientes desde hace al menos 20 años. Su nombre, por caso, se repite en media docena de expedientes judiciales que investigan ese delito.
Desde el hallazgo de drogas embolsadas para ser vendidas en colegios de Quilmes, en el año 1994, hasta el triple crimen de General Rodríguez en 2008, pasando por las valijas con cocaína de Southern Winds en el año 2004. En todas esas tramas aparece el hoy jefe de Gabinete de Ministros de la Nación.
En realidad, Aníbal es solo una postal de la relación del kirchnerismo con el narcotráfico. Ricardo Jaime, Norberto Yahuar, Ricardo Echegaray, y muchos otros referentes K han metido sus manos en el fango de los narcóticos.
Las sospechas de la DEA norteamericana abarca a los mencionados e incluso a la mismísima Cristina Kirchner, por su propensión a meterse en cuestiones que permiten la facilitación del lavado de dinero.
Los archivos de esa agencia, ubicados en Tampa, Florida, abundan en cruzamientos de datos sobre Lázaro Báez, Cristóbal López y otros presuntos testaferros del kirchnerismo. La ecuación es sencilla: si se suman los poco rentables hoteles de El Calafate de Cristina con la inversión en juegos de azar de Cristóbal, todo parece dirigirse en un inequívoco sentido, el blanqueo de capitales. Es una cuestión casi de manual.
A ello debe agregarse la investigación judicial que hoy lleva adelante el juez Ariel Lijo referida a los aportes de campaña de la hoy presidenta de la Nación. Allí se demostró que proveyeron contante y sonante al menos tres narcotraficantes de prontuario comprobado.
Luego llegó el triple crimen de General Rodríguez y la comprobación de lo que hoy quiere negar el gobierno: que en la Argentina se fabrican drogas. ¿Acaso estaban cocinando un asado los narcos de Ingeniero Maschwitz que fueron allanados en julio de 2008? ¿No era éxtasis lo que habían logrado producir?
Una cosa debe reconocérsele al gobierno: logró tapar el escándalo de la efedrina con efectiva precisión. Ello explica el regreso de Aníbal Fernández a la jefatura de Gabinete, de donde había sido eyectado con severo desprestigio en el año 2011.
Otra virtud a la que se debe dar crédito al kirchnerismo es su capacidad de mentir con tanta naturalidad. No importa si luego esas falacias quedan expuestas, como pasa de manera recurrente, lo relevante es la naturalidad con la que todos fingen que dicen algo que saben que no es real.
Hay quienes se preocupan por ello, aunque ciertamente deberían poner más énfasis en el hecho de que la ciudadanía se ha adaptado a ello con meridiana facilidad.
Como sostuvo alguna vez Stefan Zweig, “la mentira extiende descaradamente sus alas y la verdad ha sido proscripta; las cloacas están abiertas y los hombres respiran su pestilencia como un perfume”.