En el año 2003, cuando el kirchnerismo llegó al poder, empecé a mirar con atenta lupa lo que parecía un incipiente movimiento derivado del peronismo tradicional.
Me bastó con analizar lo que había ocurrido en Santa Cruz durante los tres gobiernos de Néstor Kirchner para saber que se vendrían días complicados. Allí, lo que abundó fue la corrupción, la censura a los medios y la presión a la justicia. Era casi profético.
En este mismo portal, fui de los primeros en denunciar los negociados de Julio de Vido con la obra pública, los desaguisados de Ricardo Echegaray en la Aduana, las máculas de un entonces desconocido Ricardo Jaime e incluso los vínculos de Aníbal Fernández con el narcotráfico. Ello provocó lo siguiente:
-Primero: fui duramente criticado por quienes me leían porque me decían que había que “darle tiempo” al gobierno recién llegado. Que le hacía el juego al menemismo-duhaldismo.
-Segundo: mis propios colegas creían que era ficción lo que denunciaba, principalmente aquellos que trabajaban en grandes medios como Clarín, La Nación y Página/12. Todos ellos de luna de miel durante los primeros años de kirchnerismo. La excepción fue Perfil, que también se animó a denunciar en esos días los excesos que aquellos que, en nombre de una supuesta revolución, venían a saquear el país.
-Tercero: fui querellado penalmente por casi todos los ministros y no pocos secretarios del entonces gobierno. Todos los juicios los gané, como corresponde.
Lo mencionado viene a cuento de lo que vivo en estos días, donde se me ocurrió posar la mirada sobre el gobierno incipiente de Mauricio Macri. Ello me valió que, nuevamente, me dijeran que era “funcional” al kirchnerismo.
¿Acaso no aprendieron la lección con el menemismo y kirchnerismo? Se ve que no.
Si todos los periodistas, de todos lados del país, hubiéramos puesto el foco sobre los funcionarios del kirchnerismo en sus albores, el robo que estos acometieron podría haberse evitado. O al menos habría sido mucho menor.
En estas horas, se hace necesario seguir investigando al kirchnerismo, destapando sus ollas podridas —que parecen ser muchas y variadas— pero también hay que enfocarse en el gobierno de Macri.
No se trata de una cuestión de ideología u oportunismo, sino de puro periodismo. Al momento de hacer señalamientos sobre la corrupción del gobierno que fuere, respecto del funcionario que sea menester, el hombre de prensa presta un servicio invalorable, no solo a la sociedad, sino también al oficialismo de turno.
Esta semana, por caso, revelé hechos de corrupción que involucran a dos funcionarios del macrismo, Néstor Grindetti y Miguel de Godoy. El haberlo hecho, ¿no es acaso una gran ayuda para Macri, quien juró que echaría de inmediato a aquellos de su equipo que estuvieran involucrados en hechos putrefactos?
La premisa más básica del periodismo sostiene que uno debe denunciar la corrupción provenga de quien provenga, más allá de los favoritismos o la ideología. Si alguien roba, ¿qué cambia que sea kirchnerista, radical, macrista o menemista?
Como sostuvo alguna vez el gran maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski, “el deber de un periodista es informar, informar de manera que ayude a la humanidad (…) La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro”.
Hoy es fácil ensañarse con los Kirchner, y revelar todo lo que han robado. Pero, ¿qué hay de aquellos que lo hicimos hace 13 años, cuando todo era bruma y silencio?
Pareciera que con el macrismo ocurrirá lo mismo: ahora hay que dejarlo transcurrir, perdonar todo lo que haga. Ya habrá tiempo para pegar, cuando ya no tenga poder alguno. Eso no es periodismo.
Como sea, espero que los lectores, aquellos que ahora mismo terminan de leer esta columna, entiendan de qué hablo.
Sabré quiénes son los que no han comprendido. Se trata de aquellos que seguirán insistiendo con que soy “funcional” a tal o cual sector político.